¿Morir por amor?

Karina Sosa

Quizá para los hombres y mujeres que no están inmersos en una relación violenta cuesta entender cuál es el corazón de esta problemática. Por un lado está el mito del amor romántico, y por el otro la “fragilización de las niñas”, el hecho de que una mujer adulta tenga que seguir teniendo una especie de tutela del marido, o protección de un hombre, y depender. Este haber sido criada “para otro”, “para los otros”, pone en un estado de vulnerabilidad muy alta a todas las mujeres. “Ignorancia, inocencia, y virginidad” (1), son los pilares en los que se construye la subjetividad femenina. Las mujeres no tenemos que saber sobre nuestros cuerpos, no tenemos que tomar decisiones, esto queda en manos de los hombres, y esta pasividad garantizaría el poder “ser amadas y elegidas”.

Este dejar en manos del hombre todas las decisiones sobre tu cuerpo, tu vida… y que el amor “es todo”, enferma, lleva a soportar y a vivir en la violencia, hasta morir. Porque este problema pone en escena qué concepción tenemos del amor, y más profundo aún, de la sexualidad, que heredamos de la matriz judeo-cristiana, seamos creyentes o no, nuestras ideas de qué es un matrimonio o qué es la familia están determinadas por esta.
Esta construcción subjetiva hace que cualquier mujer potencialmente pueda sufrir violencia. Quizá no a los niveles de morir por femicidio, pero un ejemplo claro de la sutileza de este problema es pensar cuanto de las familias y matrimonios “felices”, y “familias tipo” se sostienen a costa de los sacrificios y “silencios” que soportan las mujeres, porque son las responsables de que un matrimonio se sostenga, sino algo mal están haciendo. Sacar los pies del plato, hacer algo distinto que no sea estar al servicio de la reproducción de los demás, niños, ancianos, marido, tiene un costo psíquico muy alto para las mujeres, y esta también es una cara más de la violencia que ejerce el patriarcado. Buena parte del padecer humano en las relaciones, se nos pierde sino lo miramos desde una perspectiva de género.

A la problemática de la violencia hacia la mujer y las posibilidades de salir de una relación violenta se suma la pertenencia de clase. Las mujeres de la clase trabajadora tenemos un doble desafío. La falta de independencia económica o la desocupación, agudizan las dificultades para romper los lazos con el agresor. Esto es muy notorio en los casos de violencia de género y abuso sexual. Madres que no tienen a dónde ir o adolescentes que no quieren denunciar al abusador porque no tienen quien se haga cargo de ellas, que son menores, si logran romper con el agresor. Cuando una mujer está años sufriendo violencia, su autoestima, sus recursos personales para salir están destruidos está en un estado de indefensión, ya no puede hacer cosas para cuidar de sí misma.

Cuando logra pedir ayuda, en la salita, en la escuela o en el hospital, es el Estado el que falla porque no puede atender adecuadamente y vuelve a esa relación en la que corre riesgo su vida. Con los años se va quedando sola porque el agresor se encarga de aislarla de su círculo íntimo, de la gente que podría haberla ayudado.

Quizá el éxito de la acción militante del “Ni una menos” fue justamente, poner en escena, en la agenda política nacional, que sea noticia en los medios: que una mujer muere por femicidio por día. Que exigimos políticas públicas que impacten en la prevención, que necesitan presupuesto para frenar la violencia, y no los políticos sacándose “selfies” con el cartelito. Que es necesario que deje percibirse como natural lo que siempre sucedió en la historia, que las mujeres fuimos educadas, subjetivadas para la fragilidad y la dependencia, y está en el trabajo consciente y militante con otras mujeres, la necesidad de despatriarcalizar y visibilizar en lo micro (y en lo macro) cuántas violencias ya no vamos a soportar.

(1)Fernández, Ana María; Las lógicas sexuales: amor, política y violencias, Nueva visión, 2012