Pena de muerte en las cárceles

Estos aniquilamientos se suman a la lista de personas abandonadas por el estado en lo que va del año: El siete de enero, muere Vaquel Abel Ezequiel a los treinta y siete años, en la prisión de Cruz del Eje. Tenía hipertensión y convulsiones, no tenía la atención médica necesaria.

En febrero, el dos, muere Elsa Patricia Medina a los sesenta y dos años, en la cárcel de Bouwer. Elsa tenía diabetes, una enfermedad crónica de esas que en las cárceles se vuelven mortales. No tuvo atención médica.

El veinte de febrero, en Bouwer, pierde su vida un pibe de veintiséis años, Luis Alberto Guevara. Luis tenía toxoplasmosis desde que nació. Estaba esperando un trasplante de hígado. No le permitieron recibir la medicación que llevaba la familia, y nunca lo atendió un médico. Hacía dos meses que estaba detenido.

El veintisiete de febrero en Cruz del Eje, en el módulo dos, Pedro Ramón González, de sesenta y seis años. Pedro se cayó de la última cucheta (nichos) de arriba, dos metros. Se golpeó la cabeza y el cuello, pero en ese penal falta hasta un collarín. Murió de pobre, murió de cárcel.
También en febrero muere un pibe de tuberculosis, Franco (falta completar datos). En Cruz del Eje hubo epidemia de tuberculosis.
El seis de mayo, pierde la vida María del Carmen Oviedo, de sesenta años, detenida en Bouwer en el pabellón D1, alojada en el mismo pabellón que Elsa Medina, y también como a Elsa le faltó atención médica. Desde las tres de la mañana sus compañeras reclamaban que la atendieran, recién a las siete y media de la mañana la llevaron a enfermería, y allí quedó. El personal de salud del servicio penitenciario no pudo interpretar su fuerte dolor de pecho, espalda, dorsalgia, como síntoma de un infarto. Carmen murió esperando el traslado a un hospital. La llevaron al hospital Misericordia cuando ya estaba muerta, igual que a Elsa Medina.

Ya son ocho personas muertas, este año, en las cárceles de Córdoba por falta de una atención médica adecuada. A las familias sólo les han devuelto los cuerpos. La provincia se deslinda de cualquier responsabilidad.

La salud dentro de las unidades penitenciarias debe depender del ministerio de salud.

Considero que se debería rever la función de lxs médicxs dentro de los diferentes contextos de encierro.
Lxs médicxs están muy ocupadxs jugando un rol de cuidadores de la seguridad.
Ellxs son quienes recetan las medidas de sujeción.
A un alto porcentaje de la población carcelaria, les administran psicofármacos, la mayoría toma los mismos y a la misma hora, todxs tienen la misma patología. A algunxs pacientes les tocar recibir un cóctel inyectable, un chaleco químico, que los dejan completamente drogadxs, no hacen nada en todo el día, sólo deambulan en los pabellones o en los calabozos. Estos psicofármacos tienen un alto grado de adicción.

Da la impresión que el estado sólo te ofrece drogas, de las legales y de las otras. Nunca faltan.

Estxs facultativxs también firman la prescripción de cuántas horas o días debe estar estaqueada una persona, amarrando sus extremidades en las camas de sujeción. ¿Cuál es el propósito? Hasta que sane? Habría que preguntarse si la tortura sana o enferma mucho más.

Otra ocupación de este personal de salud son las actas médicas falsas. Ante marcados indicios de tortura, sólo ponen: Muerte por paro cardiorespiratorio. O suicidio, como fueron los casos de Vanesa Castaño, y de Roberto Irusta, que tenían sus cuerpos con muchas marcas de torturas.

Si esa es la tarea que les designa el servicio penitenciario, y el ministerio de justicia y derechos humanos, considero que sería conveniente cambiar de ministerio. Que dependan del ministerio de salud.
Sin dudas es imprescindible la prevención integral, que debe comenzar por una buena alimentación, un espacio digno de alojamiento, donde puedan caminar todos los días, y no sólo una hora a la semana como sucede en algunas cárceles. La atención de profesionales, especialistas, y sobre todo la asistencia. Que no falte la medicación, la única que jamás falta son los psicofármacos!

Las personas privadas de su libertad, no sólo salen sin dientes (los arreglos no existen), sin ver bien, pierden mucho la visión, y es difícil conseguir que te hagan los anteojos, sino que salen con enfermedades que han adquirido en la prisión, como es el caso de la tuberculosis.

Deberían realizar un examen de baciloscopia a toda la población, la implementación de un mecanismo de detección de casos para diagnóstico de TBC por medio de radiografía de tórax y presencia de agente de salud que recorra los pabellones, de esta manera se evitarían las epidemias como las sucedidas en Cruz del Eje.

A este registro se suman las muertes nominadas por el estado como “suicidios”:
Butassi Luciano Nelson, el dieciséis de enero en tribunales de Río Tercero.
Janet López, el veintidós de febrero, en Bouwer.
Elisa Vanesa Castaño, treinta y cuatro años, Bouwer.
Rivero Milton César, Bouwer, MD1 pabellón A3.

Y las muertes violentas de Roberto Enrique Boj, el siete de febrero, en Cruz del Eje, en el horario de visita, delante de la guardia.
El veintiuno de marzo es apuñalado Matías Cardozo, de veintiséis años, en un pabellón de aislamiento de Cruz del Eje.

Las cárceles producen más muertes de las que previenen!!!