Romper el silencio para tomar la voz de una comunidad

Tras los pasos de la historia de Relmu, descubrimos la cotidianeidad de una mujer mapuche que enfrenta un juicio por defender su territorio. Contra el estigma de la violencia indígena, la voz de quien sigue construyendo desde una cosmovisión ancestral.
Enfrentarse a un posible encierro, saberse en un juicio desigual, sentirse prejuzgada por fuerzas policiales, medios de comunicación y abogados aliados a los poderes; un cúmulo de sensaciones se aloja en el pecho de Relmu. Tal vez por eso se absorba todo el aire que pueda o mire el sol con detenimiento.
Contar su historia una y otra vez es también algo que debe enfrentar para que le crean a ella y a las comunidades de pueblos originarios. No tienen el mismo lugar en horarios centrales, tampoco pueden esconderse tras la protección de amigos o amigas poderosos. Quienes saben crear o acompañar a la vida mejor que nadie, resisten, como desde hace siglos. Hoy es el avance arrasador de la deforestación, del monocultivo, del fracking, de la megaminería, del abuso de sus territorios en pleno choque con la naturaleza.
Relmu Ñamku, tal su nombre, está acusada de intento de homicidio , en un juicio que comenzó el lunes pasado y se extenderá por una semana más. Parte de la comunidad mapuche Wincul Newen, su vida se desarrollaba en el Paraje Portezuelo Chico –zona centro de la Provincia de Neuquén, a 25 kilómetros de la ciudad de Cutral-Co–, donde aún están su hija y sus dos hijos.
Del 8 de diciembre de 2012 data el día en el que la oficial de justicia Verónica Pelayes fue herida en un intento de desalojo por parte de la justicia. Hacía más de una década que la comunidad Wincul Newen intentaba frenar el avance de las petroleras – que cambian de nombre pero no de piel: primero Pioneer Natural, luego Apache, Yacimiento del sur y desde 2014, la estatal YPF–. Pero Relmu eligió, por años, el silencio. Continuar con su vida cotidiana hasta donde pudiera, esperar a que la juzgaran como a cualquiera, segura de su verdad.
Así, durante todo 2014, por ejemplo, “laburé todo el año en relación de dependencia y estudié el profesorado de Geografía”. No importaba el colectivo que la traía de vuelta a su casa, ni los kilómetros que debía caminar de noche: “Entré con todos los prejuicios, pero me encantó, me partió la cabeza, porque desde la geografía se puede abordar cualquier tema”.
Es que algo le da vueltas a Relmu en esto de los territorios invadidos, devastados, explotados… y lo ambiental no lo abarca todo, la geografía es mucho más que eso: “el impacto ambiental se puede cuantificar, pero ¿cómo medís el impacto cultural? Habría que inventar una nueva categoría”. Y para ilustrarlo cuenta sobre el Pehuén (también conocida como araucaria): “Talan los bosques milenarios del pehuén, y van secando la tierra para plantar pinos, que al ser exóticas van secando la tierra, absorben los nutrientes de la tierra. Entonces, el fruto, llamado ngülliu, que es muy nutritivo, con el que se puede hacer harinas, e incluso una de nuestras bebidas sagradas ya no nace… Tiene que ver con la cultura, la transmisión de los valores, de los principios, no sólo de la alimentación sino de las ceremonias, de la identificación que te da esa planta”. De ahí, entonces, lo cultural como categoría: “Cómo hacés para medir eso en la desaparición del Pehuén, la medicina mapuche se corta en la medida en que pierde esa planta”, completa Relmu.
Pero entonces Relmu rompió el silencio… y comprendió, como buena mapuche que pertenece a una comunidad, que su caso no era el sólo el de una mujer acusada de intento de homicidio, sino que esa era la idea de la justicia y de las empresas. “La idea es descontextualizar: alguien agredió a otra persona y lo que vamos a juzgar es el hecho. Y no se puede juzgar así: eso se dio en un marco, se dio en un momento en una comunidad”. Así empezó a contar su caso, en el marco de pertenencia a algo más grande, que la abarca pero que la trasciende.
Y entonces, surgió un problema nuevo: algo por lo cual juzgarla, señalarla… su identidad. Y por eso debe explicarlo cada vez, y debió contarlo ante la justicia: que cuando nació fue adoptada, que en el legajo de su expediente judicial figura como Alejandra Ñamku, el nombre que le dio su mamá biológica. Que como sus padres adoptivos hicieron una adopción plena, cambiaron su apellido por el de Soae y que eligieron el nombre Carol, que es el que figura en su documento. Pero sus padres biológicos nunca le negaron la identidad ni la pertenencia, por eso “cuando tuve la edad con la posibilidad de elegir cómo desarrollar mi cultura y mi identidad, mi pueblo, el pueblo mapuche, me entregó a través de una forma tradicional el nombre, Relmú, y recuperé mi apellido biológico”.

Tarea ardua la de explicar elecciones, identidades, pertenencias… cómo si alguien fuera a preguntarle a la oficial Pelaye por qué se llama Verónica, como si alguien se preocupara por qué el abogado que la defiende, Julián Álvarez, defendió escogió defender jueces de la dictadura o por qué elige ser miembro de la Sociedad Rural, tan lejos del campo y tan cerca de las empresas. Pero Relmu vuelve a alzar la mirada y dice, entre sonrisas: “Cuando éramos chicos, a mi hermano y a mí por ser morochos en la escuela nos decían ‘negros’, ‘indios de mierda’, y nosotros por supuesto no queríamos serlo; y hoy, ya mayores, reconociendo nuestra identidad, queremos defenderla y estamos orgullosos de ser mapuche, pero nos dicen que no lo somos: nos dicen que somos ‘ucranianos’, que somos ‘gitanos’, que somos ‘rusos’”.

Sostener la alegría aunque intenten opacarla, pensar en sus hijas e hijos, en qué les puede deparar el futuro, en qué pasará con ellos y ellas si la justicia se pone mezquina y no razona junto a ella. Desde Paraje Portezuelo llega una carta, una carta abierta de la hija de Relmu, Ayben Kimvn Velázquez Kimvn Maliqueo. Ella también eligió romper el silencio, y hablar por ella y sus hermanos. En sus palabras intenta que la balanza de la justicia se desequilibre hacia otro lado, ese que cuesta que pese más que el otro, y escribe: “Este juicio es muy injusto ya que los cargos que se aplicaron y que se comenzaran a juzgar no se comparan en nada a la violencia que ha sufrido mi familia en generación tras generación con pérdidas de familiares. 1) el caso de la muerte impune de Juan Maliqueo, mi bisabuelo, en manos de un policía en el paraje Ramón Castro jamás esclarecido; 2) la muerte de mi abuelo Martín Velázquez tras fallecer de una infección pulmonar en el Paraje Portezuelo Chico en el años 2008; 3) el Desalojo del Juez Eduardo Badano a mi papá en el año 2010 argumentando ser el dueño de las tierras donde nació mi Abuelo; 4) la muerte de mi tía Cristina Lincopan tras fallecer de una hipertensión pulmonar a los 30 años, ella era lonko en el año 2013 –autoridad de la comunidad hermana gelay ko en el paraje de Anticlinal Barda Negra–; 5) la BRUTAL Golpiza de una patota a mi abuela Petrona Maliqueo, a mi Tía Violeta Velázquez y el balazo a mi primo Maximiliano Morales de 16 años en el mes de marzo de 2012; 6) la muerte de mi prima Petrona Beatriz Cayhueque, que falleció unas horas después de nacer puesto que nació con mal formaciones el día 27 de diciembre del 2012,todo producto de la contaminación”.

Después del racconto doloroso que se llevó a tanta familia, afirma: “Esto también es VIOLENCIA y me pregunto ¿dónde estuvo la JUSTICIA?… Investigando cada uno de estos hechos para esclarecerlos y llevar a juicio a cada uno de los responsables”. Ellos y ellas debieron aprender, a la fuerza, como en tantos casos en los que los derechos son atropellados, que no basta con lo ancestral ni con los valores transmitidos de generación en generación. Afuera hay empresas poderosas, y el Estado y la justicia suele estar de su lado. “Aun así, todo este interés y codicia no justifica toda nuestra tristeza y desamparo de saber que mis hermanos y yo podemos quedar sin la presencia de nuestra mamá en mi ruka-casa”, cierra Ayben.

El lunes será otro día en el que le tocará estar en el banquillo de los acusados –junto a Martín Maliqueo y Mauricio Rain, ellos por “daños agravados”–. Y mientras unas palabras quedan rondando, porque a pesar de todo siguen hablando de vida y de creación. “No somos técnicos pero nos damos cuenta del daño ambiental que se genera en el lugar: se ven derrames de petróleo, caños pinchados, fugas de gas, vemos una deformación en los animales, que es nuestro sustento económico actual; hay una situación de contaminación en el aire, en la tierra y en el agua”, dice Relmu. Serán las palabras que nos queden como eco, y que ojalá lleguen hasta los fríos muros de los tribunales.