4º Número de El Corán y el Termotanque

Losotro’

El Corán y el Termotanque es una experiencia indefinible, no tanto por la complejidad de su organización y la diversidad de sus manifestaciones, sino, más bien, por la natural incapacidad de sus integrantes para lograr eslabonar una serie de conceptos medianamente coherentes que permitan dar cuenta del espacio.

Con ustedes, nosotros:

Lucas Paulinovich (En un par de años dejó seis carreras, cuatro cursos y algunos trabajos… estamos esperando que deje El Corán y el Termotanque)
Dicen aquellos que lo vieron abrir los ojos que una de las primeras cosas que tuvo fue una remera azul atravesada por una banda amarilla y una pregunta en los labios: ¿por qué así y no de otra manera?
La pelota le dio sus primeras alegrías y asustado por el compromiso de señalar un lugar relevante en los cuadros de fútbol, sacó pasaje a Liniers donde el frenetismo pasa de largo. Colgó los botines mientras abría los libros y se alejó de las canchas apostando por una universidad que nunca comprendió sus enroques (tampoco tenía por qué hacerlo, está claro).
Al grito de vengan de a uno si se la bancan desafió a docentes y autores, en un inmenso recorrido por las academias sociales rosarinas. El punto cúlmine de su peculiar camino fue cuando llegó a inscribirse, pagar y no ir, demostrando una rebeldía intrascendente.
Sabe que, tal vez, nunca habrá abreviaturas delante de su nombre y se regocija de ello. El hombre de los mil seudónimos, se esconde detrás de otros –que son él y no– y agacha la cabeza cuando le levantan el pulgar. Escritor ávido, de los que no sobran, que con la destreza de un volante polifuncional pasa del verso a la prosa y del cuento a la crónica, sin transpirar demasiado.
Estuvo frente a las cámaras, detrás de un micrófono y manejando una lapicera. Aprovechó todos los formatos que pudo para decir lo que quiso pero todavía espera que lo escuchen. Una tarde cualquiera, que no lo fue, pensó un proyecto. Encendió la computadora mientras mandaba un mensaje. Le respondieron que sí y empezó El Corán y el Termotanque, con otro nombre y otra forma.
Mantiene una enemistad irreconciliable con la tecnología –«Es un matrimonio que se divorció antes de poner la firma», confiesa– y por eso aprovechamos para decir lo que queramos de él, puesto que seguramente nunca lo leerá.

Juan Campos(El que sabe, sabe y el que no, es Juan Campos)
Una tarde de verano del ‘91, en la calurosa ciudad de Venado Tuerto, salió de palomita del vientre de su madre.
«Negra, cortalo que me esperan a las 20 en la cancha del Gigena», dijo, en sala de parto, ya mostrando claras señales de liderazgo.
Años más tarde, dejando dos rivales en el camino, fue receptor del mensaje más claro que un habilidoso puede recibir. Los tapones del único rival con botines obraron de Moisés en su zurda, dando origen a una nueva articulación.
Yeso y a estudiar Comunicación social.
Sin embargo, no abandonó su pasión, la cual, ya de adolescente, lo llevaría a conocer otra. Dicen que fulbo y poesía son una misma cosa. Que vuelve a hombres dichosos como niños, y a niños, colosales hombrecitos. Durante meses de una nueva inactividad tras astillar su muñeca bajo pesado golero, descubrió la magia de la literatura.
Así, al poco tiempo iniciaría, junto a su mano derecha Lucas «El Croata» Paulinovich, un largo camino en El Corán y el Termotanque.

Marilina Negri (Dos años sin luz en el baño y otros tantos – dizque- sin novio)
Desde pequeña prometióse que quería ser la mejor correctora de toda Carnarvon (tenía el sueño, a las postres incumplidos, de irse a vivir al oeste australiano). Luego de corregir a su madre por un grosero dequeismo, recibió un certero sopapo de revés en la bocota, el cual le hizo reprimir sus ansias correctivas hasta bien entrada su tercera década de vida vivida.
Sin embargo, gracias al siempre milagroso azahar, chocóse con el Corán (en aquellos días conocido como Ejército Vanguardista para la Liberación Literaria Termotanquina), gracias a la lectura de un folletín yihadista, sandinista y tibetano, el cual le molestó mucho, no sólo por sus incoherencias ideológicas, sino, principalmente, por su dantesco uso de la gramática.
Desde el día en que se contactó con el Órgano Mayor (en aquellos tiempos dirigido por el legítimo heredero inca Josum Panca) no ha abandonado, por mucho que ha luchado, el (ahora) Espacio Artístico.

Entre sus trabajos más representativos se encuentra la corrección de Perón y el sexo. Sepa como ser un primer trabajador del orgasmo, único pero memorable libro de autoayuda de Herminda Azcuénaga de Puchet; aunque su trabajo favorito es Historia argentina del hielo, un ensayo inédito del inabarcable Roberto Melaño.
«El arte de la correción es como la orfebrería: nadie conoce a Isnaldo de Quesada pero a todos les gusta el trabajo de platería de la España de los reyes católicos. Pues bien, él lo hizo, forros».
Marilina Negri, Febrero de 2012.

Jeremías Walter: Un perito clasificador de granos, casi comunicador social y editor de una revista, que vende pizzas para llegar a fin de mes
Nació en el otoño de 1989, así lo escribió a los cuatro años en su primera autobiografía titulada Yo, antes de constituir mi propio yo, texto que más tarde se encargó de desmentir con un delicado trabajo sobre su método de investigación en Epistemología de mí mismo.
Para los 16 años ya había fundado dos veces la corriente walteriana de pensamiento simiolaudoinformático, había creado las dos vertientes críticas principales y promovido tres fracciones que decían encontrar una solución alternativa y equidistante de las dos anteriores, desde ya erróneas.
Explicando que Adán era una figura poética, pero no la manzana, que representaba la vida y, por lo tanto, en su semilla se encontraba toda la potencia humana, se obsesionó durante años con todo tipo de simientes y, sin darse cuenta, se encontró recibido de perito clasificador de granos recorriendo un barco y llenando una planilla delante de un marinero sueco que le escupía cuando hablaba. Por la madrugada, repartía pizzas como una forma de convocatoria anónima para un grupo insurreccional sin detallar nunca lugar, hora o motivo, porque después no tuvo ganas de ponerse a organizar. Sin embargo, con una pizza calabresa correctamente entregada motivó la toma de una comisaría durante cinco horas.
Poeta, editor, lector, diseñador estratégico, comunicador condicional, desmenuzador de cosas, proctólogo incisivo del lenguaje, niega la fórmula, el fósil, el internacionalismo y todo nacionalismo. Creyó que su patria era su piel, pero después dudó de que su piel lo mereciera como ciudadano y se declaró en estado de alerta y movilización.

Brenda Galinac (Promete y no entrega)
Brenda se caracteriza por ser una chica somnolienta y en ese estado letárgico que acumula desde la infancia de conejos que hablan y gatos que fuman en pipa; no se sabe si tiende a ser irónica o ácida. La realidad la somete a grandes desafíos de eventualidades y horarios. Llega tarde a casi todas las fiestas y se pierde de cuando en cuando por la mitad de la noche.
Ama a los unicornios y al arco iris. No es ecologista, pero anda mucho en bicicleta y adora todo lo que esté hecho a mano y con amor.
Está a años luz de Susanita y de vez en cuando explora sensibilidades excéntricas como tipos a los que les caben las calzas y casi automáticamente descarta a los que la pasan a buscar en coches de alta gama y le hablan monotemáticamente de bussines. Es piba de barrio, y aunque los huracanes socialistas la hayan depositado en el macrocentro en la actualidad, sigue sacando la reposera al balcón pa’ tomá mate con Don Satur.
En lo estrictamente profesional, es avezada a las comunicaciones, licenciada en el arte de la elocuencia, da cátedras sobre vibratos, tesituras y técnicas vocales, es experta en el laboratorio de la imagen y en la cuadratura de los textos. Toca de oído como Charly y su dios es el Flaco.
Se niega a reconocer la poeta de puta madre que es.
En lo estrictamente laboral, una sola cosa se agitan entre coraneros cuando las papas queman: «Brenda promete pero no entrega». Asimismo, El Corán está dispuesto a cortarle la cabeza a quien sea necesario con tal de que el Conejo la devuelva a tiempo (aunque sea algunas veces), siempre que el Sombrerero no la deje a gamba, ya que de lo contrario no sería Brenda.

Fernando Galaski (Entrega sin prometer)
El joven no lo puede evitar. Ya sea esperando el bondi, sentado frente a la PC o haciendo la cola para el rapipago, Fernando se descubre jugando con sus ya inexistentes rastas. Las acaricia, las enrolla y desenrolla, las acomoda atrás de las orejas y hombros para estar más cómodo. No puede evitarlo. Tampoco puede dejar de intentar calzarse sus ojotas havaianas. Haga frío o calor, el mueve uno y otro pie bajo la mesa tratando de acomodar el calzado en sus pies.

Fernando tiene un problema y es que vivió en la frontera: calle Olivé, la calle que marca el límite entre lo urbano y las rastas, las havaianas, el bronceado y el pelo rubio/castaño claro de La Florida. La teoría, parida de de una mente coranera, como no podía ser de otra manera, atraviesa la vida de Fernando y lo convierte en lo que es: un ser al límite, que alterna entre el teatro y las citas a Los Simpsons; entre las gafas de sol y las gafas de diseñador; entre el diseño, y el orden, y la obsesión; y la libertad del sol y el verano eterno y el teatro, otra vez; porque ante todo Fernando es eso, una persona que alterna, que actúa según de qué lado de la calle amanezca su cabeza; que se encuentra transitando el borde todo (que algo así es el Corán y el Termotanque, ¿no?) para tener algún sentido en su andar.
Ah. Y es canaya. Del lado que sea que caiga.

Laura Hintze (La nieta de Poseidón)
Al mes de haber aprendido a leer la hora en un reloj de agujas, Laura jugaba con una amiga de la escuela que se había comprado la valijita de Juliana Periodista. De repente, supo lo que quería: se puso de pie, abandonó el juego porque le parecía una boludez, y se fue derecho a entrevistar a unos hombres y mujeres de una mesa sindical en el Cordón Industrial de Rosario.

Desde entonces, surfea ríos de tinta y toners, convencida de que las palabras tienen tanta materialidad como un ladrillo. Y que un palabrazo bien puesto y oportuno te arma alta experiencia colectiva.
Hay quienes dicen que lo que cuento no es cierto, aunque tampoco mentira, y que Laura Hintze es el seudónimo que usa la Curiosidad para colarse en la cancha de Central.

Ezequiel Gatto (El único doctor entre tantos enfermos)
Dice que es de Harlem: nos cuenta anécdotas, siempre recuerda un disco afroamericano y una foto para describir. Nos habla de sus primos y tías de allá; algunas cocinan rico. Igual todos sabemos que él es blanco y argentino y que sus ancestros también.
Elocuente, sagaz, musicalizador, apostador político y zetacuele. Se lo ha visto en Planeta X, antaño en algún antro rockero y ahora en los Pulqui que a veces lo llevan a los exámenes en Buenos Aires y lo traen de nuevo a la jungla rosarina.
En Rosario trabaja, expone ideas, escribe, interviene el espectro radial y regresa a Arroyito, como todo canalla orgulloso. No tiene rastas porque vive, de Olivé, hacia el sur.
Formado inicialmente como Prof. en Historia (y a punto de sumar más abreviaturas para anteponer a su nombre) recorre las academias, los libros y los procesadores de texto como alumno, docente, observador, socio de biblioteca, investigador, charlador de pasillo y conspirador ocasional.
De humor perspicaz y simpsoniano, se esmera incansablemente en no tratar de parecer nuestro padre intelectual. Sin embargo, la insensatez de sus congéneres lo ubica naturalmente en un lugar de prestigio e incomprensión cuando las charlas se ponen filosóficas y aún más, cuando la bruma es etílica.
Es de Piscis y Cabra, en el horóscopo chino pero le chupa un huevo. Ya dejó las hamburguesas y se pide una buena tapa de asado. Prefiere el whisky. È possibile parlare con lui in italiano. In english too. Es un tipo que empieza tesis y las termina. Le cerraron el Fotolog hace un mes y este hecho cubrió de angustia su vida aunque intente conservar la compostura al relatarlo. Cuando le preguntan por los traumas de su vida, responde: «Yo soy un trauma». Acaso sea todo lo que sabremos de él.

Noelia Lorenzo: Eva es oriunda del país de los espejos rotos, desvirtuados, fragmentados. Debido a ese origen único, tiene una peculiar fascinación por las cosas mundanas captadas a través de la lente de una cámara fotográfica, telescopio que le permite aproximarse a lo cotidiano y convertirlo en un acontecimiento derridariano. Es la protagonista de una novela autobiográfica, por lo tanto, fragmentaria. Se esconde detrás de la máscara de la otra, la mujer anónima.
Noelia Natalia vive de este lado del espejo. Es la abanderada de las causas perdidas en el justo momento en que la pérdida se torna una injusticia. Médium de la otra, Eva, tiene encuentros del tercer tipo (incluidos con los tipos de este mundo). Defensora de los géneros literarios clásicos, su literatura pone en escena la mezcla romántica de la prosa lírica.
Una no existe sin la otra, ambas biografías son intercambiables.

Regina Cellino: A los cinco años, justo antes de empezar la primaria, pasó un verano definitivo: estuvo los tres meses de vacaciones planificando el resto de su vida. Ahí decidió que sus días iban a oscilar entre la Academia y la farándula, entre la Oh Lalá, Agamben, los programas de la tarde y Pasolini; que intentaría con el teatro, pero se quedaría con las letras; que se casaría joven, pero convencida; que algún día iba a poder decir la frase «colgué los botines» ni bien se los comprara; que viajaría sola y lejos, que extrañaría y volvería a viajar acompañada. Y lo más importante, lo más trascendental que La Regina de cinco años planeó ese verano fue que iba a formar parte de este hermoso colectivo sin ruedas, que avanza a los tumbos, pero no precisa pastillas para no soñar.