Alvear cumplía una pena de 4 años y 2 meses por robo. El joven apodado “bolita” sólo tenía un antecedente judicial, también por robo, con una condena de 2 años en suspenso. La justicia federal nunca lo indagó por el delito de comercialización de drogas, no tenía causa en dicho fuero y a pesar de tener decenas de denuncias, investigaciones y allanamientos que se practicaron en su contra nunca lo pudieron acusar de nada.
Los datos son contundentes, Alvear estaba bastante lejos de aquel sujeto estereotipado por la prensa local bajo el titulo “Se colgó un temible capo narco…”.
El robo de la condena
Quien apareció colgado en su celda de la U11 cumplía una pena de 4 años y 2 meses por un robo ocurrido en abril del 2015. La sentencia habló de robo agravado de droga “mejicaneada” a un “dealer” del barrio Melipal. El término “mejicaneada” lo ingresó a la causa el mismo fiscal Breide Obeid y fue tomado profusamente por los medios. El abogado defensor de Alvear, Gustavo Palmieri, afirma que en realidad se trató del robo de un televisor led y una billetera con 170 pesos, en el marco de una discusión. Alvear y su primo, el “Peca” Gutiérrez, entraron en la casa del supuesto “dealer” y luego de discutir se llevaron a upa el led y la billetera. Actitud poco profesional para un “temible capo narco” y su acompañante.
Según escribieron algunos colegas, en el lugar se encontró una caja con unos 600 gramos de cocaína. La pericia indicaría luego que se trataba de menos de 1 gramo de cocaína y medio kilo de harina.
La construcción del villano favorito
La noticia se construye con “dateros” que en algunos casos se extralimitan en protagonismo y sobredimensionan el dato, cuando no lo inventan.
Entre las fuentes están vecinos, amigos, policías y personal del Poder Judicial.
A los investigadores que filtran información les encanta escuchar su dato propalado, aunque no se ajuste demasiado a la realidad.
Las partes difundirán lo que les conviene y alguno que otro operará de acuerdo a sus preconceptos y estereotipos. Si todo eso se toma con irresponsabilidad y se resume en un titulo vulgar, inescrupuloso y sensacionalista, se transforma en un acto de injusticia.
Alvear era oriundo de Picún Leufú e integrante de una familia de 11 hermanos. Con sus 29, era el jefe de una supuesta banda narco propagandizada por los medios como “Los Champú”.
Se escribió mucho en diarios locales sobre la supuesta modalidad de esta suerte de cártel patagónico de drogas. También en radios se hicieron inagotables relatos sobre la supuesta forma de operar que tendrían los Champú en el oeste de la ciudad.
Un vecino de Alvear al que siempre le pareció exagerado todo, cree que a lo sumo vendían pequeñas cantidades al menudeo, aunque en realidad está seguro de que el problema estaba en el consumo de drogas de algunos integrantes de la supuesta banda. Nadie descarta que los robos pudieran estar relacionados con la forma de sostener las adicciones de alguno de los integrantes de los famosos “champú”.
La fama que nadie busca
Alvear se había ganado fama inmerecidamente. No podía ser el receptor de los mismos calificativos que en los mismos medios se usaron para el “Chapo” Guzmán. La fama, de todos modos, legitima al joven en conflicto con la ley ante sus pares y le da territorialidad. Atendible si tenemos en cuenta que existen pocas posibilidades de que el sistema ofrezca alguna otra legitimación al joven de los barrios marginado. Por el contrario sólo le ofrecerá por lo medios aquello que no puede comprar, discriminación si trabaja y encierro por si lo intenta de otro modo. Podrá ser legitimado si gana algún programa de televisión de concursos, canto o baile. Deberá tener la fortuna de ser electo para contar la historia de alguien que nació para chorro y pudo sobreponerse y entrar a la civilización de lindos y blancos televisados.
En los ‘80 decía en el barrio San Lorenzo el famoso delincuente “Culebra”: “Siempre hay que hacer una más pa mantener el respeto”. Sostener la fama es un espiral que nunca termina bien. Tenemos derecho a dudar de si Juan Pablo Alvear eligió la vida que le tocó. Da la sensación que él apenas fue lo que hicieron de su vida.