A quienes no se adaptaron al régimen denigrante al que son sometidas.
A quienes se quejan por no tener atención médica, por no tener acceso a la educación, una mejor alimentación, o simplemente diez minutos más en el patio.
A quienes reclaman por el fin de la requisa vejatoria.
A las personas que reclaman una mínima mejora a las monedas que el servicio penitenciario les da por salarios.
A las que destierran en cárceles lejanas de su familia y de sus afectos, si se quejan el estado les muestra que todavía les puede ir peor, para eso están los calabozos y pabellones de máxima seguridad, adonde el aislamiento es total.
Muy mal les va a quienes no agachan la cabeza y contestan sí señor, muy tranquilamente.
A quienes no quieren renunciar a sus derechos.
Los jueces de ejecución exigen que las personas desarrollen bien el síndrome de Estocolmo, que se enamoren de sus verdugos.
El poder judicial pretende que las personas se acostumbren a las injusticias. Que las naturalicen.
Estos señores que administran justicia, procuran que cuando la gente llegue a su despacho, no protesten por las condiciones paupérrimas en las que viven, pero si lo hacen, ellos desmienten de manera categórica la situación.
Entonces me pregunto, ¿quien tiene el problema psicológico?
¿No serán los jueces que no quieren enfrentarse a los conflictos negando su existencia? Esto sería una negación.
Aunque sospecho que el grave problema no es ese, y que ellos son bien conscientes de lo que hacen. Lamentablemente.