Las hojas en blanco
Si uno escribiera sobre los desaparecidos – sus desaparecidos – después de casi 40 años que no ve a esos añorados rostros, ¿qué habría de nuevo para decir que no haya sido expresado antes por otros miles de familiares en otras circunstancias? ¿Hay algo que no haya sido dicho en tantas historias ya relatadas y en donde se confunden el dolor y la memoria? El mal es muy creativo, pero todos entendemos cuando nombramos la palabra dolor.
Pero valga la obviedad la memoria es así, recordamos una y otra vez para no olvidar, nos corresponde – y además tenemos el derecho – de seguir recordándolos y no dejarlos en el olvido, ni siquiera por el conformismo que nos puede tentar una justicia humana y/o celestial. Porque a pesar de las sentencias de los juicios de lesa humanidad que se han hecho y se seguirán haciendo, la mayoría de los genocidas están impunes y no hay compensación ni histórica, ni monetaria, ni material, ni espiritual por el daño que les hicieron y nos hicieron. El hermano que no verá a sus sobrinos y sus sobrinos que no verán ni conocerán a sus tíos ya forman parte de lo que pasó y que no podemos cambiar. Las familias fueron perseguidas, diezmadas y despedazadas y en esto vamos en pérdida, ya es irreparable. Pero hay algo más, y es la deuda con la historia, las historias de vida que a los desaparecidos no les dejaron escribir. Quizás discutiremos entre los familiares si ofrendaron sus vidas o si se las arrebataron (quizás ambas cosas), pero lo que es indiscutible es que ya no están. Podremos decir que permanecen en la memoria, en lo que hicieron, vivieron, escribieron, dibujaron, pintaron, soñaron…pero seguimos con el libro con las hojas vacías. Los desaparecidos son libros de vida que tienen en la parte final sus hojas en blanco.
Por eso es importante que podamos escribir sobre ellos, poner baldosas, sacar recordatorios, hacer querellas, visibilizarlos, sacarlos de los libros de estadísticas y ponerles vida, biografía, hechos……Todo esto igualmente no calma la soledad provocada ni compensa nada – si ni siquiera en muchos casos sabemos dónde están sepultados- pero esta visibilización y el seguir nombrándolos apacigua un poco el dolor de la historia sin escribir.
Por eso seguiremos diciendo una vez más: No son sólo memoria son vida abierta como expresa la canción de Viglietti, no son entes como decía el genocida Videla, tienen nombre, apellido, familia, amigos e historia.
A los familiares nos toca entonces vivir en una tensión entre la ausencia y la presencia, con el dolor de la ausencia, porque nos negamos a olvidar, pero con la alegría de la memoria. Y si el costo de la memoria es el dolor, es preferible entonces seguir extrañándolos para tener la alegría de sentir que están vivos dentro nuestro, en los amigos sobrevivientes y en todos aquellos que acompañan en este camino. Todos ellos hacen que la búsqueda de las utopías que buscaron los desaparecidos todavía permanezca fresca y viva y que esas hojas en blanco signifiquen para nosotros el desafío de lo que queda por hacer.
Agencia Para La Libertad, periodismo de intervención social
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