Su amor nació y se consolidó en la actual Iglesia del Socorro ubicada en la intersección de las calles Juncal y Suipacha. Camila y Ladislao no dudaron en dar rienda suelta a su pasión y el 12 de diciembre de 1947 huyeron a caballo a Corrientes. La provincia era gobernada por opositores al régimen rosista. La idea era llegar a Río de Janeiro pero el dinero nos les alcanzó y se instalaron en Goya. Ya allí con nombres falsos de Máximo Brandier y Valentina San, abrieron una escuela, la primera en el pueblo, para poder subsistir y, a la vez, jugaron un importante rol social. Pero la tranquilidad duro poco, en agosto del año 1848 su paradero fue descubierto, y el sacerdote irlandés Michael Gannon los delató. Ambos fueron trasladados a Buenos Aires para su juzgamiento.
Este hecho causó un explosivo efecto político, utilizado por opositores y allegados al poder. Por su parte, los opositores como Sarmiento culpaban a Rosas y sostenían que esto era una lógica consecuencia de la inmoralidad que reinaba en su gobierno, la cual llegaba, según trascendidos, hasta el incesto extendido socialmente. Por otro lado, los partidarios del “restaurador” sostenían que esta fuga había ridiculizado su poder por lo tanto debía proporcionar a la joven pareja un escarmiento ejemplar.
Tanto su cuñada María Josefa Ezcurra, (quien – recordemos – tuvo un hijo con Manuel Belgrano, Pedro Rosas y Belgrano, adoptado por Rosas), como así también su hija Manuelita intercedieron para torcer la voluntad del gobernador. Se pensó que dado el embarazo que atravesaba Camila, Rosas habría aceptado el pedido de sus parientes y la recluiría en la Casa de Ejercicios.
Pero el poder de la época reaccionó, cruentamente, frente al conflicto que le generaba “la violación de los votos de castidad del sacerdote” y la mala reputación que se temía cayera sobre la iglesia católica. Así, fueron condenados a muerte y fusilados, el 18 de agosto de 1848 en el Cuartel General de Santos Lugares de Rosas (actualmente localidad de San Andrés, General San Martín).
Años más tarde, Rosas escribiría: “Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Camila O´Gorman, ni nadie me habló en su favor. Todas las primeras personas del clero me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución”.
Así, la jerarquía eclesiástica y “el restaurador de las leyes”, castigaron con la muerte a una mujer, – en las últimas etapas del embarazo -, y a su pareja, para ejemplificar cómo se sancionan el amor y la transgresión
Agencia Para La Libertad, periodismo de intervención social
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