Había una vez dos pibes que salieron de su casa y fueron asesinados por la policía.
Este comienzo no forma parte de una historia novedosa ni original. Es una historia de todos los días. Es la historia de miles de adolescentes y jóvenes anónimos. Es la historia de Jonathan Lezcano y Ezequiel Blanco, dos pibes que desde hace ya cinco años faltan.
Jonathan y Ezequiel eran de la Villa 20 de Lugano. Tenían 17 y 25 años. Vivían la realidad que hoy viven muchos pibes de los barrios olvidados de la Capital Federal y el Conurbano Bonaerense. Tratando de salir como se pueda, esquivándole a la tentación de la plata fácil, aprendiendo a decirle que no al paco, viviendo el cotidiano abuso de la policía, refugiándose en las tardes de cumbia con amigos.
Jonathan, Kiki, como le decían, era un pibe así. Le gustaba el fútbol. Venia dejando atrás ese tiempo que había pasado en el Centro de Régimen Cerrado San Martín y todas las cosas que lo llevaron hasta ahí. Con la pulsión de rescatarse logró escaparle al paco y retomó la escuela. Se refugió en su familia, en sus amigos y le dio para adelante. Y andaba por ahí, yendo para adelante con sus 17 años cuando lo asesinaron.
El 8 de julio de 2009, Kiki salió de su casa y no volvió. En el camino se encontró con su amigo Ezequiel. La policía los detuvo, los golpeó y los asesinó a tiros. Kiki murió de dos balazos en la cabeza.
Durante unos dos meses, Ezequiel estuvo en la morgue, y Kiki fue un NN enterrado en el cementerio de la Chacarita.
Hasta recibir la noticia, el 14 de septiembre de 2009, la familia de los chicos los buscó por todos lados. Angélica, la mamá de Kiki, recorrió el barrio, los hospitales, los juzgados y hasta llegó a pedir ayuda en la comisaria 52 donde le decían que se quedara tranquila, que ya iba a volver.
En boca sucia de muchos, Jonathan andaba perdido por ahí drogado y robando. En el corazón limpio de Angélica, sabía que algo le había pasado. Tenía razones de sobra para sospechar de la policía. Meses antes de su desaparición, la Brigada de Investigaciones de la 52 había golpeado brutalmente a su hijo. Y un día antes del asesinato, Kiki había tenido una extraña advertencia con sabor a amenaza de parte de un oficial. Es que, como sucede en muchos barrios, la policía quería a los pibes de mulo. Y los pibes se negaban a trabajar para ellos.
La causa quedó en manos del Juez Facundo Cubas del Juzgado de Instrucción N° 49. El acusado Daniel Santiago Veyga, oficial de la comisaria 52, nunca declaró, presentó un escrito en el que se adjudicaba la muerte de los chicos argumentando haberlo hecho en defensa propia cuando los pibes le quisieron robar el auto. Para el juez todo cerraba perfecto: dos pibes de la Villa 20, en una andanza que les había salido mal. Un policía cumpliendo su función. Con esos datos, el juez sobreseyó a Veyga diciendo que había actuado en “legítima defensa” y cerró la causa.
Meses después llega a manos de Angélica un video filmado por la misma policía verduga, donde se lo ve a Kiki y a Ezequiel arriba de un auto agonizando. Ese video fue fundamental para reabrir la causa. También fue fundamental la insistencia de los familiares y amigos de los pibes, y de una madre que no aceptó la versión policial. A fuerza de lucha y organización, a fines de 2012, la Sala IV de la Cámara Nacional de Casación Penal revocó el sobreseimiento de Veyga y apartó de la causa al juez Cubas, otorgándole el caso al Juez Juan Ramón Padilla del Juzgado de Instrucción N° 24.
A pesar del testimonio de Angélica, de todas las personas involucradas (policías, médico forense, médicos del SAME) y del crudo video, en una parte del fallo titulada “Sobre el fracaso de la justicia”, el juez Padilla tuvo que reconocer que no tenía elementos suficientes para procesar a Veyga. Como es costumbre, la policía se había encargado de encubrir a su compañero. Se cometieron un montón de irregularidades en la investigación. Se destruyeron pruebas fundamentales, como la ropa que los chicos llevaban puesta ese día. Las armas, que decían que supuestamente llevaban los jóvenes encima, misteriosamente desaparecieron en una inundación. Con este panorama, por segunda vez, el 23 de octubre de 2013, Veyga es nuevamente sobreseído. Esta vez “en beneficio de la duda”.
La lucha continua. Si bien la familia de Kiki considera el fallo judicial emblemático porque denuncia todas las irregularidades y fallas de la justicia, se pronuncia seguir adelante para que de una vez por todas, Veyga pueda ser procesado por el asesinato de los chicos. El fallo fue apelado.
Hoy es esa la batalla de Angélica, la batalla de quienes extrañan y recuerdan a Kiki y Ezequiel, la de otras madres que también perdieron a sus hijos en manos de la policía, la del barrio, la de los jóvenes que participan de la Casita Kiki Lezcano en Villa 20.
Sigue de pie Angélica con su tristeza y su entereza a la vez. No le importa las amenazas que viene padeciendo estos cinco años. Va firme, denunciando lo que la policía hizo con su hijo y con Ezequiel y lo que sigue haciendo.
Se acerca la fecha donde el recuerdo acentúa su parte más triste, y como cada año el sábado 12 de julio familiares y amigos de Jonathan y Ezequiel se reúnen una vez más en una Jornada por los Derechos Humanos en Fonrougue y Chilavert, Villa 20, Lugano, evocando el encuentro y la lucha con alegría.
La carita de los pibes en una foto. Sonriente en una bandera, en una pared del barrio. Hubiéramos preferido un destino más silencioso para ellos. Les tocó ser estandarte de lo que ya no queremos.
Kiki y Ezequiel eran dos pibes más de la villa 20.
Hace ya 5 años, son dos pibes menos.
Fuente: Marcha