“Este es un barrio cerrado”, bromea Roque Rodríguez, uno de los seis presos políticos paraguayos que fueran extraditados desde Argentina. “Un barrio cerrado pero pobre…”
Tal como lo dice, el penal de Tacumbú es un espejo exagerado de la realidad social paraguaya, lo que puede observarse antes de entrar. En la avenida que bordea el frente se apiñan míseras casillas de madera: son los puestos de alquiler de ropa para ingresar al penal. En algunos también venden frutas y guardan elementos que las visitas no pueden ingresar a la cárcel.
Una vez adentro, apenas se traspasa la reja que separa el área de administración y admisión, el visitante se encuentra con centenares de reclusos desesperados y harapientos, mayormente muy jóvenes, que se acercan a pedir monedas o comida, que llaman desde atrás del alambrado que delimita el paso hacia los pabellones; que se ofrecen como guías o llamadores de los presos que tienen visita. Casi todos ellos son los llamados “pasilleros”, presos que no consiguen lugar en los pabellones y celdas del penal, por lo que viven en los pasillos o en los tinglados de la cancha de básquet. Son más de 300 los presos que viven en estas condiciones, durmiendo en el piso y viviendo a la intemperie, inclusive durante el invierno. Muchos de ellos llegan a la cárcel luego de haber sido “niños de la calle” o de haber pasado su adolescencia en institutos de menores.
Las mismas autoridades del penal admiten que gran parte de la población carcelaria no se encuentra allí por haber cometido delitos sino por ser tener problemas graves de adicciones.
A este penal fueron llevados en diciembre de 2008 los seis dirigentes campesinos paraguayos que fueran extraditados desde Argentina: Agustín Acosta, Simeón Bordón, Basiliano Cardozo, Gustavo Lescano, Arístides Vera y Roque Rodríguez. Es necesario recordar que estos dirigentes, casi todos ellos militantes del Partido Patria Libre Paraguay, llegaron a nuestro país en abril de 2006 a pedir refugio político, por la encarnizada persecución de la cual era objeto esa organización en su país. Que el mismo embajador argentino en Paraguay, Rafael Romá, luego de ser puesto al tanto de la situación, les recomendó que viajen a Buenos Aires a solicitar el refugio, garantizando la respuesta positiva del gobierno argentino, “el gobierno de los derechos humanos”. Que muy lejos de ello, fueron detenidos en las oficinas del Comité Para la Elegibilidad de los Refugiados.
Una vez en Paraguay, los campesinos fueron llevados a juicio con una importante demora, recién en febrero de 2012. En julio, del mismo año los seis extraditados y otro acusado que fue agregado posteriormente a la causa, fueron condenados a 35 años de prisión, en un fallo escandaloso que los declaró culpables sin ninguna prueba, del secuestro y decisión de muerte Cecilia Cubas, hija del ex presidente paraguayo Raúl Cubas Grau.
“El síndrome de Marcos Paz”
A las 10 de la mañana los reclusos comienzan a formar la fila para recibir el almuerzo que se entrega en el comedor del penal. Centenares de personas delgadas, descalzas, de ropas muy sucias y muchas veces rasgadas, llevan en sus manos botellas de plástico cortadas en la cual les servirán la comida. Menos de la mitad de los reclusos busca el alimento: es incomible. Solamente quienes no cuentan con recursos para comprar otro alimento aceptan tener que comer semejante preparado.
“El penal compra todo lo necesario para la comida, pero los funcionarios venden casi todo lo más valioso y se prepara la comida con lo que queda” cuentan algunos presos. “Así y todo esa comida es muy buena, muy buena al lado de la que nos daban en (el penal de) Marcos Paz”, cuenta uno de los presos que fue extraditado desde Argentina.
Tacumbú no es solamente un barrio cerrado, un barrio de pobres hacinados viviendo en condiciones miserables y violentas, es sobre todo un inmenso mercado negro. Allí todo se compra y se vende: los lugares para vivir o para recibir visitas, teléfonos celulares, televisores, radios, artesanías, comida, ropa, sexo, droga. Solamente se trata de tener con qué pagarlo. Es así que los más pobres duermen en el piso y venden hasta su ropa por pocos miles de guaraníes, y algunos pocos viven en los pabellones VIP, previo desembolso, con todas las comodidades. También se paga la muerte: por monedas se puede mandar a matar a un recluso. Varios de los crímenes que se cometen en el penal son muertes por encargo.
Como parte de esa lógica mercantil, el régimen del penal es relativamente laxo. Los internos tienen permitido deambular por casi todos los ámbitos del penal durante el día y no existen regímenes de aislamiento. La requisa a los visitantes es poco exhaustiva y los criterios de ingreso de mercadería para los presos es muy permisivo.
Tal vez por eso los seis campesinos guardan un recuerdo angustioso de su experiencia carcelaria en el penal de Marcos Paz: Simeón Bordón lo llama “el síndrome de Marcos Paz”, explicando que recibían muchas visitas de parte de las organizaciones sociales y políticas, pero que el régimen de confinamiento solitario hacia muy difíciles sus días de prisión.
En la audiencia en la que fueron declarados culpables de todos los cargos, el abogado defensor Roque Orrego alegó en contra de la posición de la pena máxima a los acusados. Además de seguir sosteniendo la inocencia de todos ellos y la falta de pruebas que los vinculen a los hechos de la acusación, Orrego conocido jurista y redactor de la última modificación del Código Procesal Penal paraguayo advirtió al tribunal que en los hechos una pena de esas características es un pena de muerte, dadas las condiciones deplorables de detención que existen en Paraguay y particularmente en el penal de Tacumbú. Esas circunstancias sumadas a las edades de los imputados, hacen impracticable el cumplimiento en vida de la condena. Arístides Vera, uno de sus defendidos, tiene hoy 51 años, Roque Rodríguez, 60. Fueron condenados a 35 años de prisión, las condenas más altas del penal. En Tacumbú, los funcionarios admiten que los presos que ingresan jóvenes difícilmente llegarán en el penal a los 40 años, debido a la violencia, las enfermedades y las malas condiciones de vida.
Masacre de Curuguaty
Los seis dirigentes campesinos no son los únicos presos políticos que se encuentran en Tacumbú: antes que ellos ya habían sido recluidos allí algunos de los condenados en un juicio anterior contra miembros del Partido Patria Libre. Más adelante se le fueron sumando varios acusados de pertenecer al Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), de los cuales algunos fueron liberados.
En noviembre de 2012 fue llevado a Tacumbú Rubén Villalba, dirigente de la toma de tierras de Marina Cué que terminó con la masacre de Curuguaty. Recientemente cuatro detenidos más por la misma causa también fueron trasladados alli. Todos los presos politicos paraguayos tienen en común su origen campesino.
A lo largo de la visita los presos cuentan detalles del larguísimo camino de irregularidades judiciales con que se los mantiene tras las rejas, condenados a una sentencia imposible. El caso de los seis asi como el de los presos de Curuguaty resumen el trato del estado paraguayo hacia el campesinado, sobre todo la voluntad implacable de reprimir a los sectores más politizados del mismo.
En Tacumbú comparten sus días con miles de presos que son hijos de la misma historia de despojo, muchos de ellos campesinos o hijos de campesinos forzados a emigrar a las ciudades para convertirse en marginales.
Desde ese lugar que consideran su rincón de lucha donde los colocó la dolorosa historia de su pueblo, los seis dirigentes evocan con inmenso cariño y agradecimiento la solidaridad que recibieron en su estadía en Argentina, convencidos de que la libertad solamente vendrá de la mano de la lucha.
Cecilia R.