«Sacame a esta basura de acá”

Carlos Motto y Luis Díaz relataron todo lo que vivieron el 23 y 24 de enero de 1989, con el detalle de aquello que no se olvida, de quien no tiene nada que ocultar: la entrada al cuartel, los tiroteos, los compañeros y compañeras que caen fusiladas, el incendio de la Guardia de Prevención, las discusiones de una nueva estrategia frente a la falla del plan original, la voz del militar al mando del operativo que intima a la rendición a través del megáfono, la rendición ante la falta de alternativas, y las torturas de ese día y de los primeros días de detención, en los que no tuvieron ningún tipo de garantías.
“Cuando bajamos nos hacen arrodillar y nos llevan a patadas a una arboleda. A partir de ahí nos quedamos indefensos”, relató Díaz. Como Motto y Roberto Felicetti, hasta ahora los tres militantes que declararon, coincidieron en la insistencia por identificar a Francisco Provenzano; y en que tanto a él como a Carlos Samojedny los separaron tras la identificación y nunca más volvieron a verlos. “La misma persona que había hablado por el megáfono entra a la habitación y dice ‘Yo soy Dios, yo decido quién vive y quién muere’”, relató Luis Díaz. Al igual que Díaz, Motto declaró el día anterior haber reconocido a Arrillaga como la voz de mando del operativo, el “Dios” que decidía quién vivía y quién moría, aunque no sabían su nombre. Le pusieron nombre, apellido y rostro poco tiempo después, en el primer juicio donde quienes sobrevivieron a las torturas y fusilamientos fueron imputados, conenados y encarcelados por el copamiento del Regimiento. Pasaron 14 años presos.
Díaz relató cronológica y detalladamente las torturas que él y sus compañeros sufrieron a partir del momento de la rendición: “Cada vez que esta persona (el General Arrillaga) entraba y salía de la habitación, decía ‘Entra Dios, sale Dios’, y llegaban los golpes y la tortura”. Al igual que Motto, ambos remarcaron el ensañamiento de los militares con las mujeres: “les metían los fusiles en las partes íntimas, las golpeaban, les decían que les iban a romper un dedo por cada militar muerto. En un momento escucho que Berta (Calvo) estaba muy mal y uno dice ‘Esta se nos va’, y alguien le dice ‘Ponele la bolsita’”, contó. Calvo figuró en la lista de personas muertas, como si hubiera caído en el combate. “A mí me preguntaron si tenía alguna herida, y me tiraron un frasco de alcohol en la cabeza”, detalló y siguió con su descarnado relato citando a Arrillaga, aunque sin nombrarlo: “Salen los médicos, entra Dios y sigue la seguidilla de golpizas, hasta que hay un silencio”. Como todos sus compañeros, recordó los ingresos del presidente Raúl Alfonsín y el juez de Morón, Gerardo Larrambebere. “En un momento cesan los golpes, me llevan a mí, me hacen ir hasta un lugar donde me dicen ‘Saltá que está la pileta’, yo salto, era un escalón. Nos llevan a unos camiones, yo pensé que nos mataban, y nos trasladan al departamento de la Policía Federal, allí nos meten en los calabozos y comienza otra serie de interrogatorios, siempre todo con golpes y encapuchados, hasta que llega el SAME, uno que estaba con una médica me quiso anestesiar la cabeza, la mujer le dice ‘¿Estás loco? eso no se puede hacer’, y él le responde ‘Pero si a estos hay que matarlos a todos’. Me ponen un vendaje y me llevaron al calabozo. De ahí me llevan al despacho del juez federal, en ese momento era Larrambebere, el juez me hace pasar, me lee la pena que me correspondería, dependiendo de lo que yo declarase, le dije que me dolía mucho el costado, no podía respirar, y él le dice al penitenciario ‘Sacame a esta basura de acá’, y me vuelven al calabozo, me llevan junto con mis compañeros, levantan la comunicación, y ahí nos enteramos de que faltaban Provenzano, Samojedny, Díaz y Ruiz. Nos costó reconocernos porque estábamos violetas de los golpes. De ahí fuimos a Devoto y ahí empezamos a reconstruir en qué circunstancia desaparecieron a los compañeros”.
Cerca del final de su contundente declaración, Díaz pidió permiso para contar una anécdota del juicio en el que fueron condenados. La ocasión era especial, porque declaraba como testigo el hoy imputado General Alfredo Arrillaga: “Cuando se presenta Arrillaga reconozco su voz y el grado que tenía, el apellido, uno de los jueces le pregunta si él conocia a alguno de los que estaba en la sala, y el dijo que sí, y señaló a uno de los abogados, Eduardo Salerno. El abogado le preguntó si él lo había torturado en La Noche de las Corbatas. El tribunal, en vez de asistir al letrado, lo amenazó con multarlo económicamente si no desistía en su desacato. El colectivo de abogados, en solidaridad con Salerno, se levantan y se van. Nos quedamos sin defensa. El juez preguntó si había algún abogado en la sala y alguien desde atrás respondió que sí. Era Romero Victorica (Juan Martín, un exfiscal negacionista). Nosotros decidimos levantarnos e irnos de la sala”. Arrillaga es uno de los principales imputados en la causa por La Noche de las Corbatas, en la que un grupo de abogados laboralistas de Mar del Plata fueron secuestrados. Seis de ellos permanecen desaparecidos. Seguramente también será condenado por aquellos hechos. En Mar del Plata ya recibió una condena en la causa Base Naval.
Ahora, con los roles testigo/imputado invertidos, Beto, como le dicen a Luis Alberto Díaz, solamente pide justicia, y saber qué pasó con los desaparecidos de La Tablada.

*Este diario del juicio por los desaparecidos de La Tablada es una herramienta llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva y Agencia Paco Urondo, con la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en http://desaparecidosdelatablada.blogspot.com