La idea del eterno retorno tiene varias versiones más simples. Desde decir que los días más felices fueron peronistas, al remanido “te lo dije” o hasta la inmutable que todo tiempo pasado, especialmente si fue electoral, fue mejor. Leemos en Akrópolis: “No menos importante en el eterno retorno ideológico es la presencia del centro. Una montaña sagrada, como el Gólgota, que aúna cielo y tierra, un templo o palacio en una ciudad sagrada dispuesta a su alrededor, similar a Babilonia, cuyo nombre ya hace referencia a una “puerta de los dioses” (Bab-ilani), un axis mundi en el que confluye un encuentro entre cielo, tierra e infierno”.
El centro de la política es el movimiento peronista y la lucha de clases, mal que les pese a los conservadores y reaccionarios, se dio dentro del peronismo. Esa lucha de clases, entre lo que en forma esquemática podemos definir como la Patria Peronista y la Patria Socialista, tuvo su propia masacre en Ezeiza. O sea: no eran proyectos diferentes, que podían ser coherentizados por el gran conductor. Eran incompatibles. Y lo incompatible implica rivalidad, supremacía, hegemonía, conquista.
No es una pulseada para doblar el brazo. De lo que se trata es de romperlo y quebrarlo. Y no solamente el brazo. La derrota de los 70 se inscribe dentro de esa incompatibilidad. Dos generaciones pasaron a degüello. La dictadura genocida, etapa superior de la alianza anticomunista argentina, perforó y horadó la matriz económica, política y social de la argentina. Modeló una nueva subjetividad donde los combatientes fueron catalogados como suicidas. Los ladrones y asesinos como empresariado eficiente. Los traidores como colaboradores inteligentes y adaptativos.
Toda esta metamorfosis ideológica ha permitido tolerar el horror aberrante de nuestra vida cotidiana. Cuando yo era más joven que ahora, una película de Boris Karloff daba miedo. Ahora da mucho más que miedo una tarifa de luz o de gas. Pero cuando el horror es cotidiano, empieza a perder su cualidad horrorosa. Todo estímulo repetido va apagando la respuesta. Aun recuerdo cuando vi por primera vez una familia cartonera. Tuve una resonancia afectiva que ahora he perdido. El horror del asesinato impune de Lucía Pérez queda amortiguado por nuevos horrores y nuevas impunidades.
La impunidad del asesinato de Santiago Maldonado nos indigna, pero pronto o ya mismo, tendremos más de cien motivos para indignarnos. Un juez dice que está siendo extorsionado y contorsiona con los familiares de la víctima. Un anti vomitivo ahí. Ellos, los verdugos y financistas de este circo macabro, saben de los mecanismos psicológicos de las masas mucho más que los dirigentes que supuestamente pretenden su rebeldía y su coraje. Después de ver cien veces un micro apedreado decimos: “el tema es que no está blindado”. En el primer mundo sí.
Pero sabemos que en las colonias el único blindaje es el financiero para garantizar la fuga y el exilio de capitales. Algunos llaman a esto préstamos del FMI. En las metrópolis opulentas pueden blindar hasta un triciclo. El horror cotidiano, se conjura con el “mal de muchos…consuelo de cómplices”.
La complicidad con este sistema depredador perfora clases sociales, empresariados, sindicatos, organizaciones, familias. Por eso es necesario, para bloquear toda sospecha que permita interrogarnos de que hicimos tan mal para estar de peor en peor, insistir con el eterno retorno. “Volveremos, volveremos” como la triaca que nos salve de todo mal. Medicación prodigiosa que anula el recuerdo de las enfermedades y masacres pasadas.
El eterno retorno, más de lo mismo, o más de lo muy parecido, o más de lo no tan parecido pero que tampoco es tan diferente, no es mito. Es una estrategia conservadora y contrarrevolucionaria. Eterno retorno a elecciones obligatorias, secretas y universales.
La misa del domingo de urnas, sacra costumbre cívica, santo grial de las democracias paganas. Y el eterno no es un mito, sino una estrategia de poder. Electoral. Peor que peor. Porque es un poder que siempre será ilegítimo, al ser poder de la clase propietaria para someter a la clase trabajadora, pero elecciones mediante, será legal. Y el eterno retorno a legalidades berretas, bizarras, truchas, es lo que permite que podemos quejarnos mucho, protestar menos y combatir nada. Convocamos a twitazos de protesta. La revolución socialista y la toma del palacio de invierno están a un doble clic en Facebook.
No los perdones, querido Che, porque saben lo que hacen. Marchas de protestas rigurosamente infiltradas, rigurosamente vigiladas, rigurosamente apaleadas. Y ahora, rigurosamente autorizadas.
El eterno retorno a la cadencia institucional, a la santísima y reverendísima bendición de las pastorales sociales, que siguen encubriendo a las pastorales sexuales, son las aspirinetas para el cáncer económico político y social que el capitalismo genera. Los que aplaudieron a la perestroika y al sindicato “solidaridad”, los que demolieron al partido comunista argentino, los que sostienen el anatema para la violencia popular pero aceptan el monopolio de la fuerza pública del Estado, todos abrevan en el caudaloso río de la institucionalidad representativa. Y el único destino tolerado para las izquierdas es ser furgón de cola de la burguesía nacional y popular. Eso sí que no tiene retorno.
Si toda la indignación, todo el horror, toda la desesperación, se mete en el embudo electoral, habrá más penas y más olvidos, como anticipara el gordo Soriano. Y entre los aportantes truchos y los votantes truchos, solamente una democracia trucha es posible.
El Culebrón Timbal y otras organizaciones comunitarias realizaron la película “Mnémora: pueblo, poder y tiempo”. Tengo una breve participación como actor. La propuesta fundante es inventar el mundo que queremos tener. Y en toda la película no aparece nada parecido a una elección ni un frente electoral. Y está en riesgo la humanidad en una batalla temporal.
Nada más parecido a la vida que el arte. La política en el marco de la cultura represora espanta pero no conmueve. Por eso deberemos conmovernos sin perder el coraje jamás. No se trata del mito de retornar, sino del desafío de inventar.