Las masas revolucionarias reducidas a grupos de protesta. Diciembre 2001 es la indeleble marca de este proceso. Asesinato de Darío y Maxi, impunidad, elecciones. Y una década ganada para todas y todos. Trabajadores, excluidos, empresarios y banqueros. Y el final de la fiesta de todos: el abrazo de Hebe con Milani. Claro: algunos se la llevaron en pala, y para otros y otras con una cucharita sobraba. Lo que la cultura represora masacra es todo lo colectivo: la justicia, la salud, la educación, y desde ya, la bonanza económica.
Para la cultura represora todo es privado. La propiedad de la vida es privada. El derecho a la vida, en el caso de que algo como eso exista, está rigurosamente vigilado, reglamentado, tarifado y condicionado. Los formadores de precios son saqueadores. Ladrones de guante blanco y promociones que son la cara angelical de la estafa. Los formadores de precios votan y remarcan todos los días. Y no lo hacen en soledad. Lo hacen corporativamente, ceos más, ceros menos.
Ahora mal: el Estado es una mega corporación que negocia con otras corporaciones. Y de tanto negociar, el Estado se va privatizando. Y pasa a ser la propiedad privada de las corporaciones. O sea: el Estado es un árbitro que tiene la camiseta de un solo equipo: la “patronal fútbol club”. Pero a veces las cosas se despadran. Y aunque no sea el del pueblo, algún escarmiento tiene que tronar. Hay ruidos, pero no de rotas cadenas sino de nuevos grilletes.
Santiago Maldonado tiene que ser escarmentado. Con la propiedad privada no se jode. Es un robo, pero es un robo legalizado. O sea: no es un robo. La resistencia ancestral mapuche sostiene la memoria histórica. La propiedad originaria fue comunitaria. Lo comunitario es lo colectivo en su determinación histórica. Lo ancestral que resiste es para no sepultar que el destierro no necesita del exilio. Somos desterrados, aunque no lo sepamos. Los pueblos originarios lo saben. Y ese saber debe ser triturado. Desterrados de su originario saber sobre el destierro.
Los habitantes de las ciudades, en cualquier zona de la ciudad que sea, podemos tener un saber sobre la desocupación. Pero no sobre eldestierro. Podemos sabernos desocupados pero no nos sabemos desterrados. Cuando se ocupa un terreno, lo territorial terrenal pasa a la conciencia. Pero no como recuperación del robo originario, sino como usurpación de terrenos ajenos. Que al muy poco tiempo evidencias que incluso los terrenos de nadie, son propiedad privada de alguien. Por eso hace tiempo que escribí que en democracia el Estado tenía un rostro benefactor y un rostro terrorista. Benefactor para los amigos, y terrorista para los enemigos. Democracia de amigos y cómplices.
A esa forma de pensar el Estado, profundamente autocrático, anti colectivos libertarios, lo denominé como “fascismo de consorcio”. Pero ahora resulta también indispensable adecuar la palabra a la cosa. El Estado hipertrofia su rostro terrorista, en una acromegalia siniestra. El rostro benefactor queda para las minorías oligárquicas, oligopólicas, y para las nuevas aristocracias del voto fácil. Estado Terrorista. Con desaparecidos. Con torturas. Con masacres. Que aunque no dejaron de funcionar en la década ganada, eso no impide denunciarla en esta continuidad dis-continuidad superadora.
Queda claro, al menos para mí, que Cambiemos no es el remedio de cualquier enfermedad que pudiera padecer el Kirchner-cristinismo. Por delante, no por detrás, de la desaparición/secuestro de Santiago Maldonado, está Benetton y el poder terrateniente, extractivista y feudal. No solamente por eso, pero también por eso, el Estado Terrorista ya está entre nosotros. Pienso y deseo que todavía estemos a tiempo de impedir su mutación final: el terrorismo de estado.
El terrorismo individual es la marca de la impotencia. El Terrorismo de Estado es la marca de la omnipotencia, las masacres, la muerte en vida. Quizá haya llegado el momento de declararle la guerra al Estado Represor. Para que el “nunca más” no sea el lejano eco de una palabra perdida.