El juicio arrancó patas para arriba. Antes, la causa ya estaba patas para arriba. Pero el debate llegó con un triunfo, que fue revertir el sobreseimiento anterior al ex Policía de la Federal Santiago Veyga. Ocho años costó llegar a una instancia en la que, cualquiera hubiera querido, la familia recibiera respeto, resguardo e imparcialidad. Sin embargo, fue lo contrario y se repitieron los destratos judiciales que no hacen más que confirmar dos factores sin los que esta sentencia hubiera sido imposible:
A) Sin movilización popular (y por esto alguien debería hacerse cargo) ni medios de comunicación que difundan, los fallos son casi siempre los peores posibles.
B) En su costado “sincero”, el poder judicial tiene un profundo e indisimulable desprecio, odio y resentimiento de clase.
Según Veyga, el 8 de julio se encontró con Kiki Lezcano y Ezequiel Blanco que, a punta de pistola, lo metieron en su propio vehículo, en el asiento del acompañante. Kiki manejaría pero, un forcejeo previo y milagroso, acabó con los dos chicos con disparos en sus cabezas. A Lezcano le dio un balazo en el cuello; a Blanco le dio dos tiros, uno en la ceja y otro arriba de la oreja. Todo esto, según su versión, se dio en un marco de agresión que se hizo más dura cuando al entrar al vehículo, los jóvenes vieron su campera de policía y se pusieron más duros. Sin embargo, no dispararon… no forcejearon… y él les metió tres tiros.
No sería más que un tradicional “enfrentamiento” cuya veracidad nunca se pone en duda en los expedientes si no se hubiera difundido en circunstancias fortuitas el video que muestra a Ezequiel muerto asesinado en el asiento trasero y a Kiki agonizante siendo torturado por más de una persona. Las voces que lo verduguean son de policías federales, pero al parecer investigar de quiénes no es el hecho que el Tribunal buscó clarificar. La familia sostiene que entre ellos estaba el asesino Santiago Veyga.
El Tribunal N°16, integrado por los jueces María Cristina Bértola, Gustavo González Ferrari e Inés Cantisani, hizo trascender – a conciencia o no- su odio de clase. Así se tradujo en todo tipo de maltratos a una familia damnificada y todo tipo de adulación a la defensa de un acusado de asesinar a dos jóvenes con un arma reglamentaria, según siempre reconoció el mismo Veyga.
Primero, empleadas del juzgado se dirigieron con desprecio a la familia señalándole cuestiones de comportamiento que ésta jamás transgredió. También se ofendió el Tribunal cuando una reportera gráfica foteó al asesino y ordenó que revisaran su cámara para borrar las tomas. Se impidió sistemática y dirigidamente – aunque digan que no- el ingreso de la prensa a presenciar las audiencias, entorpeciendo sin reparos el carácter público de todo debate oral. Luego de la presentación realizada por medios alternativos que reunieron cientos de firmas de periodistas, medios y personalidades, se logró acceder a una sala de tamaño mayor, pero alegatos y sentencia sólo contaron con la presencia de un periodista de Clarín, una periodista del sitio fiscales.gob.ar y nuestro compañero de La Colectiva, Daniel Giovaninni. Sin la presentación del escrito, hubieran sido corridos totalmente de la posibilidad de estar en las audiencias los medios alternativos, comunitarios y populares que fueron a todas las jornadas pero, más aún, cubren el caso desde aquellos primeros meses a mediados de 2009 cuando Kiki y Ezequiel aún estaban desaparecidos.
Tampoco podía la familia, los militantes ni los periodistas permanecer en el pasillo contiguo a la sala para, al menos, acompañar durante los cuartos intermedios. Tampoco podían, por decisión del Tribunal según indicó la propia Policía, montar una radio abierta en la vereda del edificio. Sólo lo permitieron cuando, luego de una negociación, los presentes aceptaron bajar el volumen de la transmisión y no montar un gacebo. Fue moneda corriente en este juicio, de todas formas, que la calle estuviera vallada y militarizada.
Kiki y Ezequiel no sólo fueron asesinados a quemarropa y torturados en su agonía. También fueron desaparecidos por el juez Cubas: el que debía investigar su paradero y el que ordenó enterrarlos. Ezequiel estaba en la morgue y Kiki ya en Chacarita cuando, tres meses después de que faltaran de casa, las familias pudieron dar con ellos.
Hoy, las dolencias personales de Kiki y Ezequiel, provocadas cuando el verdugo los humilló en agonía, la marginalidad a la que fueron condenados mucho antes de cruzarse a Samtiago Veyga por vivir en una villa, o ser adictos, o haber estado tras las rejas, el sometimiento sistemático de una familia que soportó en 8 años cachetada tras cachetada como si el delito fuera que te mataran a un hijo, lo desclasado de un Policía cuyo hijo tiene la edad de Kiki y al que jamás induciría a una muerte similar y su odio por haber cruzado a una vereda que probablemente no supiera que existía, su perversión sin límites y su asqueroso goce sádico con la tortura, todo eso hoy se revuelca en un barro de inmundicia que devoró toda esperanza de justicia para dos nuevos acribillados por el perro rabioso que protege al sistema. Y es un aval de la justicia al gatillo fácil.