Osvaldo
(Por Oscar Castelnovo/APL) A Osvaldo le gustaba reivindicar las bellezas y libertades femeninas, incluida la sexual, cuando el feminismo no había irrumpido con la fuerza de los últimos años. Recuerdo un cuadro de Marlene Dietrich en «El Tugurio», donde me contó que le llevaba flores dos veces al año en Alemania y del romance de Marlene y Greta Garbo. Lo narró efusivo, alegre de que hubiese sucedido: «¡Que dúo!», exclamó con mirada pícara. También le pregunté si pensaba en su muerte. Me dijo -sereno – que la esperaba con serenidad. Tenía 82 años.
Acudí otras veces a «El Tugurio», nombre que le puso a su casa de Belgrano, a hacerle una nota o a pedirle que venga a presentación de «Intensidades de mujer», libro que realizamos con 19 chicas presas en Ezeiza. Ni lo dudó, estuvo en el Hotel Bauen con toda su solidaridad y se movió como pez en el agua entre aquellas mujeres que el Servicio Penitenciario Federal dejó asistir a la presentación de su producción literaria.
Varias veces fui con Osvaldo a ver a los presxs políticos, especialmente a los de La Tablada, allá por los años ’90, cuya libertad reclamó invariablemente. Después íbamos a un bar cercano. Era imposible estar con Bayer y no aprehender de su descomunal sabiduría: periodismo, política, la vida. De su amor por los mapuches, de su odio al genocida Roca. De su reivindicación de Severino Di Giovanni, quien murió fusilado y gritando «¡Viva la anarquía!». De Kurt Wilckens, quien ajustició al teniente coronel Héctor Benigno Varela, asesino de obreros en La Patagonia. De Simón Radowitzky quien ajustició al coronel Falcón, otro matador de trabajadores.
De él aprendí que en las entrevistas que realizan los medios hegemónicos hay que hablar de lo que uno quiere y no de dejarse llevar como oveja pal’ corral. Me enseñó algunas «técnicas» que jamás olvidaré y, por caso, las retransmito a las madres cuyos hijxs fueron asesinados por el gatillo fácil.
Y entre todas las dimensiones admirables de Bayer, me subyugó la de polemista. Hizo trizas a Álvaro Abós cuando éste intelectual cuestionó la violencia insurgente de los ’70. También arrasó a Mempo Giardinelli quien le impugno a Osvaldo la idea de «Matar al tirano». Y demolió a Ernesto Sábato, una y otra vez, impulsor de la «teoría de los dos demonios». Pasó un tiempo y me extrañó que dejara de «pegarle» a Sábato, y cierto día le pregunté qué había pasado. «Ya está viejo, no puede defenderse», me respondió, cuando Osvaldo andaba por los 82. Bayer partió ayer, es cierto, pero su ética que no conoce corrupciones sigue viva entre nosotros. Para siempre.