Carlos Guzmán, preso en Bouwer, pide la eutanasia

Adriana Revol – Anticarcelaria

En un mes ya lo trasladaron tres veces a un hospital extramuros, el último día fue el viernes veintisiete de febrero. Pero nunca lo atendieron porque siempre llegan tarde y pierde el turno. El turno del viernes era a las once de la mañana, y llegó al hospital a las dos de la tarde, los médicos ya se habían ido.

Lo sacaron como a las seis de la mañana, y volvió a su celda después de diez horas. Todo ese tiempo estuvo encadenado al camión de traslados, sin poder colocarse la insulina que debe hacerlo tres veces al día, sin poder comer ni tomar agua, y sin poder ir al baño.
Una de las cadenas estaba en el muñón de una pierna.
Guzmán dice que si lo van a matar, que lo hagan de una buena vez y que se hagan cargo. No acepta más que lo vayan matando a poco, amputando pedazo por pedazo. Hoy tiene una de las heridas completamente infectada, y no logra que lo atiendan en un hospital. Ni vendas para cambiarse tiene, las lava y se vuelve a colocar las mismas.
Carlos plantea que en un lugar donde ya hay una persona diabética con lectospirosis, porque es un espacio invadido por las ratas, no es un lugar seguro para él.
El pedido de prisión domiciliaria ya está hecho, pero la velocidad del poder judicial es infinitamente más lenta que el de una infección o una gangrena.

Guzmán presentó ante la justicia un recurso para que le practicaran la eutanasia.
Que si lo van a matar, que no lo hagan de a poco, como sucede con la mayoría de los presos que mueren por falta de acceso a la salud.

No quiero morir como Paredes, también en silla de ruedas, que murió hace menos de dos meses en la misma unidad, dice.

No quiere el tormento de estar diez a doce horas encadenado al camión en su estado, para no ser atendido.
Solo quiere que el estado lo deje de torturar.