Hasta la victoria siempre, Elvira

Juan Cicale

GRIMAS EN PRIMAVERA, A Elvira Triana, Madre de Plaza de Mayo

Elvira solía contarnos pequeñas historias de resistencia. Una noche después de la cena, nos hizo compartir en fotos innumerables actividades de las Madres. La charla fue tomando un camino diferente al que nos tenía habituados. En un momento se levantó de la silla, fue a su pieza, volvió con un sobre y dijo, “Éstas no acostumbro a mostrarlas, pero hoy tengo ganas de compartirlas”. Nos tendió una de La Negrita, su hija Elisa desaparecida, y luego abrazada en imágenes, recorrimos la familia.

“Qué difícil es comprender todo esto, uno siente algo adentro imposible de expresar. Cómo pudieron destruir tanta belleza, tantas ganas de cambiar las cosas para que todos viviéramos un poco mejor”, decía Elvira. Y contó que el último 21 de setiembre llovía mucho, el día era muy oscuro. Se encontraba sola en su casa ordenando un mueble cuando volvieron a su memoria las primaveras con Elisa, esos veintiuno en el Parque Pereyra Iraola que forman parte de la leyenda de muchas generaciones de platenses.

Al recordar, lloró, dejó lo que estaba haciendo, y con lágrimas en los ojos se fue a la habitación. Se sentía muy sola. Abrió los postigos de la ventana y comenzó a mirar la lluvia. De pronto se detuvo en una gota que se engordaba y se acortaba, se alargaba y enflaquecía, negándose a caer, hasta que se desprendió, corrió por el vidrio y al detenerse, lo salpicó en gotitas más pequeñas.

Así sucedió con otra, luego con otra y otras. Ese juego del agua la puso contemplativa, secó sus ojos y cambió su estado de ánimo. Días después, en la casa de las Madres, escuchó decir a Vicente Zito Lema que Van Gogh, ese gran pintor que murió en la extrema pobreza, visitaba las casas de los humildes y regalaba sus cuadros, concluyendo que, si bien lo importante es cubrir la necesidades más inmediatas, también es necesario entregar a los que sufren el resultado de nuestro trabajo artístico; pues cada obra, como el amor, son parte inseparable de la posibilidad liberadora de los hombres. Y mientras Vicente hablaba, Elvira no podía dejar de pensar en ese embrujo del agua contra el vidrio.

Quedé cavilando, a resguardo de nuestros desaparecidos que nos acompañan siempre. En primavera vuelven con las flores, o hechos lluvia, como en esta última tan gris y tormentosa. Quizás esa primera gota que bailaba y no caía, era una lágrima de Elisa que venía a regalarle a Elvira su alegría, y al resbalar, estalló en gotitas multiplicadas, porque este año los compañeros quisieron empaparnos de ternura.