¡Hasta siempre Julián!

Nacido en Colonia Timbó, departamento de Goya, todos sus logros fueron a pura garra: su alfabetización tardía a los 9 años, el ingreso a la secundaria a los 19, su formación terciaria como maestro de grado, todo mechado con trabajo en tomateras de chacras en Goya, distancias que recorría a diario montado en su bicicleta. En la década del noventa comenzó a trabajar como perito agrónomo en una escuela de campo, tarea que ocupaba sus siestas y que según decía “disfrutaba mucho porque sentía que lo desestresaba”.

El título de abogado llegó a los 39 años y no dudo en ponerlo a disposición cuando se estremeció por el envenenamiento de los niños de su querida Corrientes. Fueron años de dedicación, estudio, investigación para que esas causas no quedaran impunes y que los que se llenan los bolsillos a costa de la Vida ajena y el medioambiente tuvieran una justa y merecida condena.
Tuve el privilegio de sentirme amiga, de ser hospedada en su hogar mientras transcurrían las actividades para obtener una Justicia que, cómplice del agronegocio y clasista, aun no fue posible conquistar. Fui testigo del afecto y respeto con los que siempre se refería hacia las familias afectadas que él represento, querella a la que dedicó gran parte de los últimos años de su vida.

La muerte como parte de la vida e irreverente como suele ser, sin permiso, nos sorprende cuando se le antoja y, lamentablemente a menudo nos resulta muy temprana e injusta, muy injusta, como en este caso apenas a los cincuenta años.

Como parte de este duelo inesperado, me consuela pensar que algo de cierto tiene el pensamiento de Isabel Allende: “La muerte no existe, la gente solo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme siempre estaré contigo” por eso no tengo dudas que cuando el dolor profundo de la perdida física se vaya disipando, Julián será recordado como un ser humano sensible, comprometido, afectuoso que luchó con toda su convicción para que este sistema ecocida de envenenamiento sistemático tuviera su merecida condena, a través de la causa conocida como las tomateras de Lavalle.

Se va también un guaraní hablante.
Mi cálido abrazo, extendido a la distancia, a Cande y León, hijos a los que amaba, de los que estaba orgulloso y a Gaby, quien lo cuidó con todo el amor y dedicación extrema, sin duda lo supo y fue decisivo para irse en paz.
Descansa querido Julián, siempre te vamos a recordar y eternas gracias por todo.