Juan en huelga de hambre

Adriana Revol

A Juan le volvieron a pegar la semana pasada, él está en un módulo de máxima seguridad, un sector donde el servicio penitenciario los tiene a mal traer. El viernes pasado hicieron una requisa en su celda, sin mediar explicaciones, y esposado, lo molieron a golpes, le pisaron la cabeza y lo pateron entre varios. Le apretaron tanto la esposas que se las enterraron en las muñecas, la derecha parece fisurada, casi no tiene sensibilidad en la misma.
Si bien en ese módulo filman todo lo que hacen, a esta parte no la filmaron.
Su mamá fue a visitarlo el sábado, y lo vio tan mal, que dijo que no había ojos para mirarlo, por lo desfigurado que estaba, con el dolor que significa ver a un hijo en ese estado.
El sector donde está Juan, tiene visita solo por locutorio, una o dos horas, no más de eso.
Él pide ser visto por un médico que constate las huellas de la tortura, como moretones, y marcas en su espalda, pecho, manos, cara y cabeza.
¿Cómo se explica que una persona que está sola en su celda, y que está siendo grabada durante las 24 horas, termine con semejantes golpes?
A Juan no es la primera vez que lo torturan, ni es el único en cárceles de Córdoba, días antes las torturas le tocaron al pibe que está justo en la celda del al lado, y de paso le robaron la billetera, como suele suceder, no sólo destruyen todo en las requisas, sino que también se llevan lo que quieren.
El servicio penitenciario cuenta con un aliado fundamental para que esto continúe sucediendo, el poder judicial. El juez que intervino en este caso, avala estas acciones no dando lugar al Habeas Corpus presentado. La gran mayoría de las denuncias no son tomadas en cuenta. De esta manera los empleados del servicio penitenciario, que maltrataron y torturaron a Juan, quedan impunes.