Los “cabareteros” en acción

Ya para el año ’77 habían experimentado los secuestros de varios compañeros de la zona por lo que Nora y Jorge decidieron abandonar su departamento y alternar entre la casa de los padres de ambos. El 30 de diciembre del ’77, a las 7 de la mañana, llegó un operativo a la casa de los padres de Nora en Sarandí. La sobreviviente recuerda la fecha porque era el último día hábil del año y tenía que realizar tareas de balance en el trabajo. En la casa estaba la pareja con su hijo y la madre de Nora. El padre, que revistaba como músico en la banda de la Policía Bonaerense, había salido a cumplir sus tareas. Del grupo de tareas que actuó ese día Nora recuerda especialmente a un represor que tenía voz de mando, alto de bigotes, vestido con bombacha de fajina y borceguíes y con un arma larga. Nora pidió vestirse, ya que todavía estaba con ropa de cama, y los llevaron a ella y su esposo. Los pusieron en el piso de un Torino blanco. El viaje duró unos 40 minutos, y Nora recuerda que el chofer iba cantando una canción de Los Pasteles Verdes.
Al llegar a la Brigada de San Justo el vehículo ingresó a un estacionamiento y separaron a Jorge. A Nora la llevaron tabicada a una sala donde había otra gente tirada en el piso. Un represor le preguntó su nombre y le dio un golpe. “Ésta a la parrilla”, ordenó. Entonces fue llevada a una sala donde la depositaron en una cama, la desnudaron, la ataron y la torturaron con picana mientras le preguntaban nombres de sus compañeros. Luego la llevaron a una celda individual, de la que recordó que tenía escritos de los presos en las paredes. También recordó que la dependencia tenía un pasillo con otros calabozos, un baño al fondo y un patio con techo de rejas. Feliz sufrió varias sesiones de tortura, y en una de ellas trajeron a su esposo para que viera cómo la sometían: lo pusieron encima de ella para que le llegara la conducción de la electricidad.
En su cautiverio Nora comenzó a familiarizarse con los apodos con que escuchaba que se llamaban entre sí los represores: “Eléctrico”, que era el guardia del calabozo, “Jirafa” y “El Jefe”. También escuchó a un grupo de mujeres que cantaban y supo que habían sido detenidas en algún boliche nocturno de copas en Remedios de Escalada. Sobre el régimen de detención la testigo dijo que les daban de comida un mondongo verde y a veces los llevaban al baño. En una de esas salidas pudo ver a su esposo en el pasillo, porque el “Eléctrico” les quitó momentáneamente a ambos los tabiques para que se reconocieran.
Sobre la actuación de personal de inteligencia, la testigo afirmó que en una ocasión escuchó un interrogatorio a un detenido en el patio de la dependencia, al que sindicaban como contrabandista de armas en un camión. A ella la llevaron a una oficina del primer piso en presencia de “El Jefe”, le mostraron fotos suyas amamantando a su bebé e insistieron con las preguntas sobre su actividad política.
Tras dos semanas de calvario, la noche del 13 de enero del ’78, a Nora le devolvieron su anillo de casada y la liberaron junto a su esposo en la avenida Roca de Pompeya. Luego con su esposo comentaron lo sucedido con otros compañeros y llegaron a la conclusión que habían estado en la Brigada de San Justo. También reconstruyeron que la noche anterior a su secuestro los genocidas habían pasado por el departamento de la pareja y por la casa de los padres de Garra, donde habían levantado a los cuñados, para terminar, secuestrándolos a ellos.
“Más allá de la tortura me afectó mucho la pérdida de mi trabajo en la cooperativa, donde realizaba tareas sociales y culturales, y para mí era como una militancia. Por esta situación se me venció la cursada de Derecho y perdí la regularidad. Me sacaron el horizonte”, dijo la sobreviviente. En esa situación se aferró a su hijo y consiguió otro trabajo para poder sobrevivir. “Cuando volví mi hijo me rechazaba porque pensaba que lo había abandonado”, cerró la testigo para ilustrar el efecto que la represión dejó en su familia.

A continuación, se escuchó a JORGE GARRA, esposo de Nora Feliz y militante de la “Fede” como se conoce popularmente a la rama juvenil del Partido Comunista. Garra contó que en los ’70 era secretario de la “Fede” de Avellaneda y, tras el golpe de estado, en el partido había una política de continuar las actividades en los locales habituales “para dar la sensación de legalidad” de lo que se hacía. De hecho, contó que él iba todas las semanas al local de Avenida Pavón en Avellaneda y trataba de sostener algunas actividades.
Así, la mañana del 30 de diciembre del ’77 Garra fue secuestrado con su mujer en la casa de sus suegros. EL grupo lo formaban 4 o 5 represores en dos autos. Tras tabicarlos y llevarlos en un Torino blanco los ingresaron a un lugar del que él vislumbró un portón de chapa oscuro que se abría y un garaje amplio. Allí ni bien ingresó lo recibieron con un “loco”, es decir ponerlo en el centro de un grupo y marearlo a empujones, patadas y piñas. Luego lo llevaron a la sala de torturas y lo picanearon sobre un colchón mojado. Le preguntaban nombres y direcciones y especialmente su nombre de guerra. “Me di una estrategia de no hablar” señaló Garra, “sabía por otros compañeros que hablar no era negocio. Si uno daba un nombre o una dirección era para seguir siendo castigado por más nombres y más direcciones”. Ello le costó 4 días de celda aislada y duras sesiones de picana y “submarino”. Al cuarto día lo llevan de la picana directo por un patio a una celda grande tipo taller con ventanal de vidrio y le dicen “no te hagás matar, hablá”. Luego de ello lo dejaron en la celda individual a dos tabiques frente al baño, hasta que un día escuchó que había un revuelo en la dependencia porque había cambiado la jefatura de la Policía bonaerense de Ramón Camps a Ovidio Pablo Ricchieri. Garra deduce que por eso lo sacaron de donde estaba por unas horas, por si había una inspección sin aviso. En una de las sesiones de tortura participó un médico que realizaba el control de su estado para que siguieran torturándolo. El sobreviviente recuerda que el médico les enseñó a los otros represores un método para que constataran si podían continuar los tormentos apretando un testículo a la víctima, y si reaccionaba tenían vía libre. Otro día Garra escuchó desde su celda que dos represores dijeron “éste al COT no le interesa”. En ese momento no sabía a qué se referían, y mucho después supo que se trataba del Comando de Operaciones Tácticas que coordinaba la represión.
Un día antes de liberarlo lo llevaron tabicado al patio a un interrogatorio con dos represores de civil que le preguntaban por sus posiciones políticas y por la estructura del partido. El sobreviviente los sindica como personal de inteligencia porque “sabían que yo no era un perejil y tenían lenguaje político específico”. Allí vivió un episodio en el que lo destabicaron y le mostraron a un camarada que estaba secuestrado y muy torturado: era José Sánchez, apodado “Negro Black”, que según otros detenidos del PC había sido detenido a fines del ’77 y había cantado a varios compañeros.
Garra recordó que el día que lo liberaron lo llevaron al primer piso de la dependencia y un comisario le dio una charla y le informó que lo soltaban. Así fue que le devolvieron sus pertenencias, lo juntaron con su esposa y los llevaron tabicados hasta Pompeya. Tras salir realizó una denuncia de lo sucedido en la Comisaría 4ta de Sarandí. Para entonces ya había revisado la sucesión de hechos y conocía los secuestros y paso por Brigada de San Justo de sus camaradas Jorge Farsa, Ana Ehgartner, Eduardo “Jimi” Nievas, quienes ya testimoniaron en el debate, y Mabel, una militante y vecina de su barrio. También había reconstruido el operativo en casa de sus padres, horas antes de su secuestro, donde habían levantado a sus hermanos Oscar y Francisco y a su cuñada, que fue liberada esa misma noche. Su hermano Oscar fue liberado con Ana Ehgartner el 3 de enero del ’78.

El tercer testimonio de la jornada fue el de RAÚL PETRUCH, médico y colaborador del activismo barrial que se había desarrollado en los ’70 en el Complejo Habitacional 17 de La Tablada, partido de La Matanza, donde fueron secuestrados una docena de militantes barriales.
Petruch contó que trabajaba como médico en dependencias de González Catán y Virrey del Pino y también para el municipio de La Matanza, en una dependencia ubicada a una cuadra de la Brigada de San Justo. El 26 de marzo del ’78 había concurrido a la misa que se celebró en San Justo por la liberación y contra la expulsión de Cirila Benítez, detenida hacía 2 años, esposa de Aureliano Araujo, y ambos referentes barriales del Complejo 17 de La Tablada. El testigo rememoró que a la salida de la actividad estaba con su compañera Elisa Moreno y a la cuadra y media de la iglesia fueron interceptados por un grupo de civiles armados en un auto. Los redujeron, los metieron en el vehículo y los llevaron a un lugar del que recuerda que al ingreso había un garaje con piso de pedregullo. El detalle fue narrado en el debate por otros sobrevivientes de la Brigada de San Justo. Petruch dijo que fue ingresado a la Brigada, llevado a una sala y torturado, sobre lo cual no quiso dar más detalles porque, afirmó, ya lo declaró en ocasiones anteriores en la causa “Camps” o 44.
El sobreviviente dijo que le preguntaban por su actividad política, ya que había pertenecido al PCR. Dijo que identificó el lugar donde fue torturado como la Brigada de San Justo porque trabajaba a una cuadra, y porque antes de su secuestro había sufrido un hecho curioso en el que varios efectivos de la Brigada fueron a la casa de su padre y se llevaron una foto de él, siendo que en la primera sesión de torturas los represores le mencionaron a su padre y a su primo, que era funcionario judicial. El testigo recordó a algunos de los represores de San Justo como “Tiburón”, “Víbora”, “King Kong” y “Rubio”. Describió los lugares de confinamiento de la Brigada como un pasillo con cinco grupos de celda a cada lado, un patio de techo enrejado, y una ventana que daba a una sala superior donde se realizaban los interrogatorios. A él lo ubicaron primero solo. Luego lo sacaron y llevaron a una celda con Amalia Marrón y Jorge Heuman, a quienes conocía de la experiencia barrial en La Tablada, para que “curara” a Marrón de las heridas de la tortura. Petruch definió la situación como falta de todo profesionalismo porque no podía darle a la víctima más que agua. Entonces fue que llegó a la celda un médico policial que quiso canalizar a Marrón sin el menor cuidado higiénico. Como él criticó el procedimiento mandaron a traer medicamentos para la detenida, y cuando llegó el envío pudo saber la identidad del médico represor porque su nombre figuraba en la receta: era Jorge Héctor Vidal, imputado en este juicio.
Además, el sobreviviente recordó que una noche recibieron colchones y les dijeron que los iban a trasladar a Banfield. En una oportunidad se vivió otra situación excepcional: bajó un helicóptero con alguna alta autoridad policial o militar que visitó el lugar y a la que los represores llamaban “el 1-1-1”. Sin embargo el traslado a Banfield se frustró y Petruch fue llevado en camioneta a la Comisaría de Laferrere junto con los médicos Jorge Heuman, Norberto Liwski, Francisco García Fernández y otros. Allí fue puesto a disposición del Pen, aunque los represores de San Justo, en particular “Víbora” y “Tiburón” seguían realizando “visitas” a la dependencia y decidiendo sobre los detenidos. A él lo amenazaron con que no los llegara a cruzar en la calle y le hicieron firmar una declaración falsa. Dijo que los efectivos de la comisaría le decían “Los Cabareteros” a los de la Brigada, porque realizaban operativos en boliches para obtener informaciones. En Laferrere vivió la llegada de otros detenidos que venían de San Justo como Rafael Chamorro, Juan Rodríguez, apodado “El Chileno”, Abel de León, Amalia Marrón y Elisa Moreno. También pudo recibir a su familia y desde allí lo llevaron a un Consejo de Guerra donde utilizaron aquella declaración fraguada que le obligaron a firmar. Luego, en agosto del ’78, fue llevado a Devoto, pasó por la Unidad 9 de La Plata, por Rawson y recibió la libertad vigilada en marzo de 1982.
El sobreviviente afirmó que presenció una inspección ocular que se hizo hace un tiempo en la Brigada, hoy sede de la DDI La Matanza, y notó modificaciones en el lugar, aunque reconoció una escalera caracol y el patio enrejado tal cual los había visto en los ’70.
Para cerrar su testimonio, que por momentos fue bastante reticente, dijo que pediría “no declarar, si me pasara algo parecido, después de 41 años. Creo que el pueblo argentino se merece que la justicia trabaje rápido y tener una respuesta ante todas las adversidades que tenemos. Mi único deseo es que esta causa termine rápido y se sepa lo que ha ocurrido en este país”.

El último testimonio de la jornada fue el de FRANCISCO MANUEL GARCÍA FERNÁNDEZ, al igual que Liwski, Heuman y Petruch, médico y colaborador de la experiencia de organización barrial del Complejo Habitacional 17 de La Tablada.
El testigo relató que se había recibido de médico en la UNLP, con especialidad en pediatría. Trabajaba en el Centro Médico Gallego, junto a Hilda Ereñú, por entonces esposa de Norberto Liwski, quien a su vez había sido compañero de la Facultad del testigo. Francisco tuvo una experiencia de trabajo en un dispensario barrial en Ciudad Oculta, donde un grupo de vecinos se organizó para la ocupación del Complejo de viviendas N º 17 de La Tablada. Así los referentes sociales Aureliano Araujo Y Cirila Benítez lo invitaron a crear una sala en el nuevo barrio. Allá fue como voluntario y armó el dispensario con sus compañeros Liwski y Jorge Heuman. El testigo describió aquella actividad como “atención de baja complejidad en territorio, conociendo de cerca las dificultades de la gente y conformando un grupo de mujeres como nexo entre los médicos y los pacientes. Luego se integraron maestras para hacer apoyo escolar. Hoy este tipo de actividades las avala económicamente el Estado, pero entonces eran consideradas subversivas”.
La madrugada del 4 de abril de 1978 hubo un operativo en casa de sus padres, que vivían con sus tíos y primos. Tras ingresar y reducir a todos comenzaron a realizar amenazas mientras preguntaban por él. Luego se llevaron a sus padres y dos primos. En el lugar quedaron una prima y una tía con un grupo de 4 represores. El resto fue llevado a la Brigada de San Justo hasta la tarde del día posterior, cuando los liberaron en Lugano. Enterado por su esposa del secuestro de sus padres, García Fernández decidió ir a ver a su compañero Liwski. Allí lo secuestraron el 5 de abril de aquel año. El médico tocó el timbre y atendieron el portero. Cuando subió lo detuvieron, le pusieron un tabique, esposas y lo colocaron en el baúl de un auto. Tras 30 minutos de viaje lo bajan en un garaje con pedregullo. Fue salvajemente torturado con picana y “submarino seco”. Le preguntaban cosas al voleo, aunque sabían que él había tenido cercanía con el PCR. Estuvo 3 días aislado en una celda, tras lo cual trajeron a Liwski herido de bala en una pierna. Desde esa celda escuchaban con su compañero los comentarios de los represores reunidos en una oficina cercana. Así supieron de la visita del alto jefe llamado “1-1-1” que vino en helicóptero, pero no visitó su celda. El que sí los fue a ver fue el represor apodado “El Coronel”, que los amenazó para que hablaran. García Fernández recordó a los represores “Tiburón”, “Víbora”, “Araña”, “King Kong”, “Rubio” y “Teta”. Los dos primeros eran los que tenían mando. AL tiempo empezaron a recibir una comida en mal estado que según los guardias venía del regimiento 3 de La Tablada. Un día los prepararon para un traslado grande, que finalmente no se realizó. Finalmente, el 1 de junio del ’78 los represores “Tiburón” y “Víbora” les anunciaron que serían liberados. Entonces sucedió un traslado grande en camioneta a Laferrere, ya narrado por otros testigos. Al igual que otros sobrevivientes García Fernández describió el trato en Laferrere como más leve, con visitas de la familia. Confirmó la llegada a ese lugar de otros detenidos de San Justo como Abel De León. Sin embargó allí fueron amenazados de firmar una declaración que luego se usó en un Consejo de Guerra realizado en la sede del Comando del Primer Cuerpo de Ejército. “Fue una parodia” dijo el testigo, “los defensores, los fiscales y los jueces era todos militares. Se declararon incompetentes en todos los casos y enviaron la causa al juzgado federal de Anzoátegui”.

Tras dos meses y medio en Laferrere, García Fernández estuvo otros dos meses en Devoto, pasó por la Unidad 9 de LA Plata hasta su liberación en 1980. Al igual que otros secuestrados legalizados en el SPB, en la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos al país en 1979, pudo declarar ante integrantes del organismo.
García Fernández contó que cuando salió en libertad tuvo que pedir un auto prestado para ponerse a trabajar realizando visitas médicas a domicilio. Sin embargo al poco tiempo lo volvieron a tomar en el Centro Médico Gallego, de lo cual estuvo siempre agradecido.
El testigo reconoció en el álbum de represores al genocida Ricardo Juan García, apodado “Rubio”, a quien individualizó por la mirada de ojos celeste. También recordó que en el año ’87, junto a Liwski, individualizaron al represor Rubén Alfredo Boan, Alias “Víbora” en una rueda de reconocimiento en la Cámara Federal porteña, tras su aparición pública en un operativo por narcotráfico del represor impune habría participado. Para finalizar la jornada el médico y sobreviviente de San Justo reflexionó “Espero que esto sirva para mantener la memoria de una situación terrible que sufrió el conjunto de la gente. Esto es una colaboración. Es muy duro venir acá y revivir todo esto. Uno va sepultando estas cosas en el inconsciente para que no aparezcan, pero creo que hoy volver a revivirlo es útil”.

La próxima audiencia será el miércoles 27 de febrero desde las 11 hs. Para presenciarla sólo se necesita concurrir a los Tribunales Federales de 8 y 50 con DNI.
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