Romper el silencio

Paula Bonomi (Agencia Andar)

Los oficiales Gustavo Altamirano, Jorge Gómez, Franco Góngora, Elizabeth Grosso, Basilio Vujovich, Fernando Pedreira, Humberto Ávila, Juan Carlos Guzmán y Hugo D’Elía entraron caminando de la calle a la sala de audiencia con sonrisas en sus labios. Saludaron a sus defensores, tomaron sus lugares, esperaron a los jueces. El comisario Soria no estuvo presente porque sus abogados solicitaron que el imputado no tenga que presenciar las audiencias mientras duren las testimoniales. Los familiares de las víctimas de aquel 20 de enero de 2004 esperaron afuera, ingresaron todos juntos. Los padres de Elías Giménez, la madre de Manuel Figueroa y los peritos médicos fueron conducidos a la sala contigua hasta el momento de declarar ante el tribunal integrado por Alicia Anache, Armando Topalián y Alejandro Portunato. La sala se fue completando de a poco con los hermanos y hermanas de los pibes, amigos, familiares de los imputados.

Día 1.

El debate comenzó con el relato de Miriam Campos y Pelayo Giménez, padres de Elías, uno de los chicos que perdió la vida la tarde del incendio. Miriam recordó que Elías estudiaba de noche porque de día cuidaba a sus hermanos en la casa cuando ella y su marido trabajaban. Contó, al igual que su ex esposo, que el chico fue detenido por una confusión de identidad. La policía confundió a Elías pero lo llevaron por averiguación de antecedentes el 18 de enero ya que en sistema aparecía una causa por robo asociada a su nombre y apellido, un homónimo.

Pero esa causa llevaba 5 años en proceso. Nadie escuchó a la madre decir que Elías, con menos de 10 años, no podría haber robado. No hubo forma de aclarar la confusión, quedó detenido y fue llevado a la Comisaría 1º sin que nadie cotejara su número documento con el del protagonista de la causa delictiva.
“No me dejaron retirarlo” dijo Miriam entre sollozos. La mañana del 20 de enero, muy temprano, Canal 7 transmitió la noticia del incendio, luego los medios denominarían la tragedia como “la masacre de Quilmes”. Miriam llamó por teléfono a Pelayo Giménez, padre del joven, y juntos se encontraron en la comisaría. Luego de varias horas de incertidumbre y sin información oficial, un agente les informó, sin demasiadas explicaciones, que su hijo estaba internado en la clínica del niño en Lomas del Mirador, San Justo, con el 50% de su cuerpo quemado. Tardaron mucho más de 4 horas en llegar al lugar y como estaba en terapia intensiva no pudieron verlo. Un médico, ya de noche, hizo una excepción al conocer la historia.
“No era mi hijo, estaba todo deformado. No lo reconocimos”, dijo Pelayo Giménez en su relato ante el jurado. Luego recordaron que Elías y su mamá se vieron por última vez en la sala del juzgado de menores y éste le había dicho a su madre que en la comisaria lo habían golpeado los policías.

Elías agonizó durante 4 días en la clínica, tenía obra social pero no fue derivado a ningún centro asistencial de Quilmes, cerca de su familia. Luego del incendio, ni sus padres ni sus hermanos fueron visitados por el juzgado de menores, ningún funcionario o integrante de las fuerzas de seguridad tomó contacto con ellos y las promesas de contención psicológica del municipio se desvanecieron.
Fueron cuatro los médicos forenses que declararon hoy y confirmaron el resultado de las autopsias de Elías Gimenez, Miguel Aranda, Manuel Figueroa y Diego Maldonado. Todas las muertes fueron producto de asfixia por ingestión de humo, cianuro y monóxido de carbono a raíz de la combustión que generan los colchones que son inflamables.

La Dra. Norma Kons fue la que realizó las autopsias sobre Giménez y Maldonado y en forma categórica manifestó que los cuerpos analizados presentaban politraumatismos compatibles con lesiones severas. También los cuerpos denotaron lesiones hemorrágicas vitales en cabeza producto de lo que habitualmente sucede cuando se produce un “choque o coalición” con un elemento duro y contundente. En la misma línea declaró el Dr. Romero quien realizó la autopsia de los otros dos jóvenes.
Finalmente, declaró el Dr. Gallardo, emergentólogo y especialista en cirugía de quemados. En ese momento Gallardo era coordinador de urgencias del Ministerio de Salud de la Provincia y se ocupó personalmente del operativo de atención clínica primaria de los niños quemados y su posterior derivación a los centros asistenciales. Su testimonio, descriptivo y minucioso, relató de qué manera organizó al equipo para la contingencia catastrófica. Asimismo, fue impreciso en relación a las lesiones en los cuerpos: dijo que las mismas pudieron producirse al escapar en estado de pánico del fuego.

“Nadie sabía”
Isabel Figueroa tiene los ojos apesadumbrados, el caminar tranquilo, la voz clara. Hoy declaró en los tribunales que ella se enteró del incendio de la comisaria en los pasillos del Juzgado de Menores de Quilmes gracias a otra mamá de otro de los chicos. Contó que juntas intentaron que les dieran alguna información pero que en el juzgado no sabían nada y nadie había tomado contacto con el lugar o los funcionarios policiales. Nadie sabía dónde estaban los chicos, en qué hospitales. Entonces, Isabel decidió ir para la comisaría a preguntar.
Su hijo, Manuel Figueroa tenía 17 años, hacia 27 días que estaba detenido a la espera de un traslado que diera inicio al tratamiento de rehabilitación y controlar su problema de adicciones. Cientos de veces como mamá había implorado ayuda al Estado por este tema. El ansiado traslado no llegaba e Isabel diariamente le llevaba comida a su hijo a la comisaria. Esa mañana le dieron muchas vueltas para recibir el paquete: “Andá por el garaje. No, no tenemos las llaves, andá por adelante”; la “pasearon” los policías dijo. Junto a otro familiar que también llevaba alimentos, la hermana de Maldonado, notaron que algo estaba raro en el ambiente. Se fueron sin poder ver a los chicos.
Cuando volvió a tener contacto con Manuel estaba inconsciente, todo vendado, en terapia intensiva, esposado y con custodia policial. Sólo pudo estar con él unos minutos y la sacaron de la sala hasta el nuevo parte médico. Sin poder respirar se fue de la clínica a consolar a los hermanos de Manuel. A las horas volvió y le informaron que su hijo había fallecido. Con impotencia fue a la comisaría a exigir una explicación, ya era de noche, pero la recibió en su despacho el comisario Soria –también imputado – que sin sonrojarse le dijo: “los chicos intentaron fugarse pero vos tenés que estar tranquila. Tu hijo no inició el incendio”.

“Manuel se quería ir a casa, no quería estar más ahí, se había agarrado hasta sarna. En la última visita – 4 días antes de su muerte- le vi los moretones. Me dijo que los oficiales los hacían pelear entre ellos y apostaban. Si él no peleaba le pegaban, los mojaban, no los dejaban dormir.” Isabel no supo los nombres de esos oficiales apostadores pero sí pensaba que trabajaban, entre otras cosas, “cuidando” de su hijo.

Día 2.
La ronda de testimoniales sumo las voces de dos adolescentes- hoy adultos- detenidos en la Comisaría Primera de Quilmes la noche del incendio. También declaró el padre de otro detenido y un médico pediatra- actualmente jubilado- interviniente en la atención de los chicos internados en la Clínica del Niño de Bernal .

Ramón Antonio Pacheco, es trabajador de mantenimiento y el padre de un adolescente que estuvo detenido en la Primera de Quilmes por averiguación de antecedentes aquel 20 de enero. Relató que esa noche, luego de varias horas en el hall esperando poder retirar a su hijo de la comisaría, vio salir humo del interior del lugar y vio como los policías tomaban palos para ingresar al sector calabozos. Ese día había jugado el club Quilmes y algunos efectivos venían del operativo chancha y se sumaron a la tarea de evacuación. Ramón también vio como sacaban a dos de los chicos quemados a “los tirones” del brazo por la policía. Escuchó sus gritos, la luz en el lugar fue cortada. Luego de que llegaran y se fueran los bomberos, de que trasladaran a los pibes al hospital dijo que recién ahí le permitieron ver a su hijo. “Por suerte a él no le pasó nada, yo me asusté mucho. J.M se sentó a mi lado y llorando me dijo: “papi, a mí también me pegaron. Tuve suerte que no estaba ahí”, lo dijo por el fuego. Tenía toda la marca colorada del “garrote”, del palo que usan ellos, en las costillas. Recién después de firmar muchos papeles, a las 4 de la mañana pude retirarlo”. Al los días del incendio Ramón prestó declaración ante el entonces fiscal Nievas Woodgate.

También declaró el Dr. Ernesto Alberto Prato- médico pediatra, actualmente jubilado- que en aquel entonces trabajaba como médico de guardia en la Clínica del Niño de Bernal: fue el médico de guardia que recibió a dos de los derivados. “Los chicos tendrían 16 o 17 años, no correspondía una internación pediátrica pero hubo obligación de atenderlos” contestó cuando le consultaron por el ingreso de los menores provenientes de la comisaria. En su declaración dijo no recordar la gravedad de las quemaduras y no pudo especificar si los chicos tenían otras lesiones. Tampoco pudo recordar cuanto tiempo estuvieron en la clínica, ni si tuvieron asistencia respiratoria mecánica, ni si alguno falleció estando internado. No recordaba nada.

Testimonio de J.A.
J.A. era menor de edad cuando estuvo detenido en la Primera y pasó unos cuantos meses en el lugar. El joven relató que estuvo en uno de los calabozos conflictivos el día del incendio. Contó que por una discusión con los muchachos de “al lado”- otro calabozo- el oficial Pedreira, con otros más, comenzaron a hacer una requisa. “Nos pusieron a todos contra la pared. Comenzaron a revolver mis cosas y las de mis compañeros. Yo le dije que no tenía nada ahí y me pegó un cachetazo”. J.A. compartía el calabozo con Miguel Aranda, Diego Maldonado, que también fueron golpeados en esa requisa y se convirtieron en víctimas fatales.

Salvó su vida porque pidió bañarse. Siendo ya de noche y dentro del baño, sintió como el humo comenzaba a inundarlo todo, la luz se cortó y logró vestirse a oscuras. “Vi el fuego, sentí los gritos de mis compañeros que pedían ayuda. Me puse mi ropa, escuché que un oficial estaba intentando abrir la puerta para que salgan pero no podía. Vino Pedreira y me apuntó con un arma: “¡vos quedate ahí!” y, agarró un balde, lo llenó de agua y se fue para apagar el fuego.”

Quieto y aterrado, escuchó más gritos y la desesperación de los policías por saber quién había sido el “pendejo” que había prendido el colchón. Cuando lograron abrir el calabozo los chicos corrieron hacia el baño. “Éramos unas 8 o 9 personas. No pude ver bien, ellos gritaban. Yo abrí la ducha, estaba todo oscuro. Ahí empezaron a gritarnos: “¡todos en fila!” “Nos hicieron poner boca abajo, amontonados, uno encima del otro. Ahí los vi. Estaban todos desfigurados, con la piel que se les caía. Tenían la cara y los brazos todos quemados”.

“Los policías estaban locos, nos pegaban a todos, a los quemados, a nosotros, en la nuca. Nos pegaron con cachiporras. No me dejaban ver, teníamos la cara contra el piso. Luego los policías trajeron el balde con agua para que se mojen, nos decían que era culpa de nosotros. Los chicos se mojaban pero enseguida les sacaron el agua, peor que a animales”.
Luego de que llegaran los bomberos y trasladaran a los jóvenes heridos, a J.A. lo separaron del grupo. “A mí me dejaron en la comisaria. Me metieron en un cuartito, me hicieron poner contra la pared y Pedreira y otros más me empezaron a preguntar: ¿qué pasó? Vos sabes muy bien, decí qué paso!”. Cuando me iban a pegar apareció un oficial y dijo: “No le peguen, éste está por ir al juzgado.” Yo tenía mi libertad, ese policía sabia. No les pude ver bien las caras. No me pegaron, quedó ahí. Yo estaba muy mal, muy asustado”.
Rodeado de guardias del SPB comenzó a relatar los hechos de aquella noche que recordaba. Como era menor, su papá también estaba aguardando en el hall de la comisaría para retirarlo. “Yo me acuerdo que me llevaron detenido por averiguación de antecedentes a la comisaria 1ª de Quilmes. Yo venía de la cancha. Me alojaron en el calabozo frente a donde estaban todos los detenidos. Había un tipo más conmigo que no lo conocía. Yo recuerdo que estaba descansando, esperando a mi padre, me dormí. Escuché: ¡Tiren agua, hay fuego! y un oficial me dice que me tire agua, que me moje la cabeza y me tire al piso porque había un incendio. Era de noche, había muchísimo humo, vi el fuego, sentía el calor que venía del calabozo, veía el colchón de goma espuma prendido fuego. Fueron sacando de a poco a los detenidos y los iban llevando para un costado. A mí me ardía la vista pero vi que iban pasando. Sacaron a todos pero a nosotros, al tipo y a mí, nos dejaron dentro”. Cuando lo sacaron de la celda relató que lo pusieron de rodillas y luego le pegaron un cachiporrazo en la cabeza. Cuando le preguntaron cuál fue el motivo del golpe dijo que los policías estaban muy enojados.

La defensa buscó poner en duda el relato de J.M.R. y éste comenzó a decir “no me acuerdo, no quiero tener más problemas”. El jurado comprendió la situación a la que fue expuesto el testigo, él tiene que volver a la cárcel y siempre, siempre, declarar contra las fuerzas de seguridad tiene un alto costo. El juez le preguntó si si tenía miedo y con lágrimas en los ojos dijo que sí.

“La 1ª d Quilmes era un centro de detención”
La CPM interviene como organismo veedor en este juicio. La Dra. Margarita Jarque, directora del Programa Litigio Estratégico, estuvo presente y sostiene que “los testimonios demuestran que, por una parte, la Comisaría 1º de Quilmes- lejos de ejercer la custodia estatal, era uno de los centros de detención de menores en los que se realizaban prácticas sistemáticas de golpes y torturas; un caso que exhibe los antecedentes del fallo Verbistsky que generó la orden judicial al Poder Ejecutivo provincial poniendo límites a las condiciones inhumanas de detención de las personas privadas de su libertad en cárceles y comisarías de la provincia”.

“El caso expone la ausencia y desidia del Estado; esos adolescentes estaban allí detenidos mientras esperaban un lugar para realizar un tratamiento de adicciones o bien estaban detenidos por “confusión”, como relató la madre de Elías Giménez al Tribunal. Tampoco hubo acción estatal para avisar a sus familias en tiempo razonable sobre lo ocurrido, ha quedado relatado el derrotero de los padres enterándose por los noticieros y recorriendo lugares para encontrar a sus hijos en agonía o ya fallecidos. Tampoco contaron con acompañamiento psicológico, económico ni de ningún tipo luego de los hechos”.

“En relación a los testimonios escuchados el día jueves, destaco especialmente un testigo que, en 2004 siendo adolescente, se encontraba detenido en la Cría. 1ª. de Quilmes y fue trasladado hoy desde una Unidad Penitenciaria provincial en la que se encuentra alojado, sin información alguna de la causa en la que debía prestar declaración y –evidentemente- presionado ya que, al conocer las circunstancias, se mostró con miedo y me pregunto si estaría condicionado para declarar”, concluyó Jarque.

Cada vez menos imputados presentes

En la primera jornada la defensa pidió la eximición de presencia en la sala para el comisario Soria y el subcomisario Vujovich, ambos alegaron problemas de salud personales y familiares. En la segunda audiencia, de un juicio que tendrá una duración extensa, solicitaron el mismo beneficio los imputados D´Elía, Góngora y Gómez. Sólo quedan en el banquillo escuchando lo que digan los testigos Pedreira, Ávila, Altamirano, Grosso y Guzmán.

El juicio tendrá una duración de alrededor de dos meses y las audiencias públicas se realizarán los días lunes, miércoles y jueves a las 10 hs en la sede de los Tribunales de Quilmes, Av. Hipólito Yrigoyen 475, PB.