Vencedores de la muerte, matadores del falso sol

Juan Grinberg

INTRODUCCIÓN
Los dioses nos tienen miedo, por eso el dios hebreo, mientras se construía la torre de Babel, hizo que los hombres no se entendieran, para que no se pusiesen de acuerdo y no lo desafiaran, los dioses mayas, que hicieron al hombre de maíz, le sacaron visión de lejos y solo le dejaron la mirada de las cosas cercanas, para que nos los enfrentaran, el dios griego Zeus castigó a Prometeo por darle el fuego a los hombres, con las mismas razones.
La rebeldía nació prácticamente con nosotros y mi propia rebeldía y aun la de mi generación son pequeñísimas partes de esta idea universal legítima. Nuestra derrota como tantas otras, no inaugura, ni clausura, es un capitulo mas de esta historia con final abierto, para mí individualmente es una derrota cómoda , vivo con quien amo, rodeado de naturaleza, planifico comidas ricas, viajes, leo, miro películas y series, escribo, encontré un hueco donde refugiarme. Aquí llegan apagados los ecos de los conflictos y catástrofes que todos los días inundan los medios, así lo decidí y hasta pretendo disfrutar este ejercicio de la memoria rebelde, memoria de la que me apropio sin mucho mérito, pero con pasión, con nostalgia por lo que pudo o pude haber sido, con infinita alegría de estar vivo y algo culpable por disfrutar mientras todos bailamos sobre el Titanic.

1 Parte. “_De esta manera existía el cielo y también el Corazón del Cielo, que éste es el nombre de Dios” (Pv, 1952, p. 23)._

UN COMIENZO
Esta historia comienza con una derrota, una joven virgen embarazada y repudiada por los señores de la muerte, el nacimiento de los hijos de los derrotados, habla de hermanos menores, búhos, ancianos, ratas, luciérnagas, mosquitos, hormigas, artistas vagabundos, en fin de los más débiles, que al final vencen.
“Yo el sol, yo la luz, yo la luna, decía Principal Guacamayo y se enorgullecía. Yo el sol, yo la luz, yo la luna. Por mí andan, caminan los hombres. Grande mi luz ,Mis ojos, en metales preciosos, resplandecen de gemas, de verdes esmeraldas. Mis dientes brillan en su esmalte como la faz del cielo. Mi nariz resplandece a lo lejos como la luna. Así pues, yo soy el sol, yo soy la luna, a lo lejos penetra mi esplendor. Mas en verdad Principal Guacamayo no era el sol, sino que se enorgullecía de sus jades, de sus metales preciosos: su esplendor no penetraba en todo el cielo, no era el sol , para ser sol había que vencer a los señores de la muerte y a él solo le interesaba su débil brillo, que no florecía la vida, era una sombra de luz, sin calor, que alcanzaba para a los hombres de madera, que no tenían entendimiento, ni sabían cantar, pero una vez que estos fueron destruidos por la gran inundación y que aparecieron los hombres de maíz, que eran hermosos y sabios, ellos necesitaron un sol verdadero para que la vida fuera.