El encierro en las celdas, individuales, es total, solo sale veinte minutos a hablar por teléfono o a bañarse, y otros minutos al patio gallinero (foto).
Tienen prohibido hablar con algún compañero. No pueden mirar por la ventana de la celda ya que tienen colocado unos chapones con perforaciones, que por allí espían, pero les hace daño a la vista.
Es el encierro dentro del encierro, el destierro dentro del destierro, el infierno dentro del infierno.
Imaginen estar en esta situación meses o años. Se logra el aniquilamiento que se pretendía. Hacen desaparecer la identidad de las personas, las despojan de toda dignidad.
Este pabellón es una de las más graves vulneraciones de derechos humanos de los últimos años, al ser un régimen especial que no se haya regulado, es una especie de carta blanca para que el servicio penitenciario torture a su antojo.
Este régimen, idéntico al régimen F.I.E.S. (ficheros de internos de especial seguimiento), estuvo instaurado en Alemania y en Francia, de donde fue abolido. Actualmente existe en España, y en algunos países de América. El modelo que se aplica es el mismo, hasta los chapones en la ventana están en este reglamento, nada es casual. Y nos muestra con certeza su propósito, la destrucción de estos seres humanos.
El pasado viernes 5, a la mañana, me avisan que en este pabellón de máxima seguridad, en la celda 15, encontraron ahorcado un pibe, Miguel Arraigada (33 años), se habría “suicidado”.
Lo llamativo es que varios presos que llamaron, coinciden en sus comentarios, que anteriormente Arraigada tuvo una discusión con un enfermero, Walter Carnelutti, y a raíz de eso ingresaron a la celda más empleados del servicio penitenciario, le pegaron brutalmente, y lo dejaron en muy mal estado.
Miguel se cansó de pedir un traslado a otra cárcel, pero ni el servicio penitenciario, ni por el poder judicial lo escucharon.
No sé bien si a Miguel lo “ayudaron” a colgarse, o se colgó solo. Lo que no dudo es que lo mató la cárcel, lo mató el estado.