(Por Fernanda Giribone) El 28 de marzo de 1942, a la edad de 31 años, moría preso en las cárceles fascistas Miguel Hernández, el enorme poeta español que le escribía al pueblo, a los campesinos, a los niños yunteros. Pasó sus últimos años encerrado y con su gran talento dejó con sus versos una huella indeleble. Escribió, entre muchos otros «Elegía», «Romancillo de Mayo», «La boca» y «Nanas de la cebolla», creado en el calabozo, dedicado a su hijo recién nacido cuya madre solo comía esa hortaliza. Nació en Orihuela, un pequeño pueblo del Levante español, el 30 de octubre de 1910, en el seno de una familia campesina, dedicada a la cría de animales. El emprendimiento familiar y su condición social lo alejaron del estudio. Obligado por su padre, en 1925 con catorce años de edad, debe abandonar el colegio y cuidar ganado. Nuevamente en Orihuela su juventud transcurrió entre la formación autodidacta y su trabajo de pastoreo, realidades que se combinaron para que a la corta edad de dieciséis años comenzara con sus poemas. También como reflejo de su realidad material y su historia, e influido por un ambiente de época revolucionario, Miguel Hernández mantuvo a través de su obra y su militancia un compromiso constante con la libertad del ser humano y contra la opresión social. Tomó parte activa en la Guerra Civil Española, como republicano y como miembro del PCE, como comisario del pueblo y en distintos frentes de batalla. En 1939 en plena dictadura de Franco intentó salir del país hacia Portugal pero es detenido y encarcelado. Condenado a pena de muerte, se le conmuta esta sentencia por la de treinta años, pero muere en la enfermería de la prisión de tuberculosis el 28 de marzo de 1942. Sus poemas fueron entonados en el mundo entero y musicalizados por Joan Manuel Serrat. Quizá el más reconocido, le dio nombre a nuestra Agencia: Para la Libertad.
Para la Libertad
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad, siento más corazones
que arenas en mi pecho dan espuma a mis venas;
y entro en los hospitales, y entro en los algodones,
como en las azucenas.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada,
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñaran aladas de savia sin otoño,
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida;
porque soy como el árbol talado que retoño:
aún tengo la vida.