(Por Leonardo Baldo/Foto: Luciano Bovino) Leonardo Baldo entrevistó para Sonámbula al médico, psicoanalista y documentalista Leandro Argañarás, quien recorre distintos momentos de su vida, desde el inicial compromiso con la revolución sandinista nicaraguense hasta su actual trabajo con distintas comunidades indígenas sudamericanas. El posible renacer de una cosmovisión milenaria en un mundo golpeado por la pandemia. Tras haberse criado en Viedma, Leandro Argañarás se formó como médico clínico en la Universidad de Buenos Aires. Hombre autocrítico e inquieto con influencias indígenas en su genealogía, se lanza en la búsqueda del legado del antropólogo y etnólogo anarquista francés Pierre Clastres quien, tras vivir durante diez años en el Amazonas junto a comunidades indígenas, definió a ese territorio como “la tierra sin mal”.
Luego de la carrera de grado terminó un posgrado en psicoanálisis en la misma universidad. Continúa su búsqueda, Leandro es presente. Tras pasar por la academia se formó como actor. En los años 80, militando en el PC, viajó a Nicaragua como brigadista en apoyo a la revolución sandinista. Más allá de su trabajo como sanitarista, comunica lo que siente, porque hay quienes creen que comunicar ciertas cosas también aporta a la salud de las sociedades. En los albores sonoros de FM La Tribu comienza a contagiar toda práctica relacionada a los pueblos ancestrales latinoamericanos a través de su programa que agitó la posición contrafestejo durante el bicentenario. Leandro viaja, documenta. Vuelve, da conferencias sobre el tema en nuestro país. Parte, da conferencias en Brasil y Paraguay. Mientras sahúma el ambiente con una corteza de eucaliptus que acaba de encender, recuerda que al comienzo su “función autoadjudicada” era la de comunicador entre las comunidades indígenas, llevando historias de una comunidad a otra. El humo va, vuelve, gesta formas imposibles de nominar, se parece a Leandro: devenir permanente por un camino rizomático que presenta bifurcaciones ante todo orden positivista. Leandro pasa meses con las comunidades indígenas, y deja o dejó, no se sabe, su mirada etnográfica en la entrada de la selva. Blanco y formado por las corrientes occidentales, durante la conversación parece ser un integrante más de esos pueblos que habitan nuestras tierras desde antes de la conquista española.
-¿Estuviste en FM La Tribu?
-Por un lado, fui fundador de la radio. Yo hacía medicina, pero como era militante del Partido Comunista, fundamos la radio. Yo estuve en el PC 10 años, desde Malvinas hasta el 92. 20 años después, o más, en 2010, con motivo del Bicentenario, armamos un programa junto al colectivo “contrafestejo” en la FM. Duró cuatro años. Yo ya venía laburando con indígenas, naturaleza, pachamama, etc. El programa era sobre pueblos originarios y permacultura, básicamente. Se llamó Pacha Kuti (periodo de cambio tiempo espacial). Después de quinientos años, desde 1492, se reunieron muchísimas comunidades indígenas en Sudamérica, que en realidad en quechua aymara es Abya Yala: tierra en perpetua fecundidad. Este nombre es tomado por el pueblo andino como su paradigma. Es un renacer. Pacha Kuti es entonces el cumplimiento de un ciclo de 500 años en tiempo, espacio y situación, que coincide con el despertar indígena que se está dando en todo el subcontinente. Las comunidades vuelven a renacer de la mano de caciques, chamanes y jóvenes indígenas que recuerdan a sus abuelos y, a través de ellos, su lengua, cultura e ideas. Eso es importante porque muchos de ellos fueron punta de lanza en lo que es ahora la lucha indígena. Ellos tenían voz en Pacha Kuti.
EL DESPERTAR Y LA NOCIÓN DE PUEBLO
-¿También estuviste en Nicaragua?
-Lo hice como brigadista de las juventudes de izquierda. En ese momento iba gente de todo el mundo a trabajar en las plantaciones de café. Era la época de la guerra. Nosotros apoyábamos al sandinismo y estaba la contrarrevolución. Fue muy bueno estar 2 meses en las mismas condiciones que los campesinos pasando frío, calor, mosquitos, hambre. Bajamos 10 ó 15 kilos. En ese aspecto estaba muy bueno, pero en el aspecto político empiezo a hacer crisis, porque era el contacto con las izquierdas de todo el mundo y el intercambio con la guerrilla guatemalteca y salvadoreña. Era una especie de intercambio, de encuentro con revolucionarios, marxistas, maoístas, pero básicamente marxistas-leninistas, que tenían como objetivo volver a sus países y hacer la revolución. Todavía estaba estudiando medicina y veía a los niños desnutridos con sus panzas grandes. Eran los hijos de los campesinos pobres e indígenas que estaban desnutridos. Me di cuenta de que la solución de la revolución nicaragüense era darles soja para cultivar en las tierras. Fue un acontecimiento ver eso. Armé una huerta gracias a guita que nos dan los brigadistas suecos. Yo no sabía mucho del tema. Lo mejor que podíamos armar era la huerta, como autonomía, como soberanía alimentaria, como soberanía sanitaria en cuanto a solución de diversos problemas de salud. Otro ruido que me hizo en Nicaragua fueron los indios misquitos, cooptados por la revolución. Los sandinistas les dijeron, ahora somos todos nicaragüenses. “No, nosotros somos misquitos”, contestaban.
-¿Por qué creés que los colectivos indígenas no se consideran argentinos, nicaragüenses, etc, etc?
-Bueno, porque las naciones actuales son fronteras que encierran diversas naciones ancestrales. Estamos hablando siempre de los más conscientes, de los herederos de una cosmovisión sagrada y milenaria. Nacimos acá, vivimos acá y lo estamos recuperando. Entonces los indígenas más conscientes dicen: “Yo soy guaraní, no soy ni paraguayo, ni uruguayo, ni argentino, ni boliviano, ni brasilero”. Porque consideran que esos países son sólo el lugar donde circulan socialmente. En cambio, un indígena que ha perdido la condición de tal por haberse cristianizado o argentinizado puede renegar de su esencia indígena, del color de su piel y de todo, porque le han enseñado a avergonzarse de su origen. Entonces pasa a ser un “negro”, un “negro argentino” o un “cabecita negra”. Muchos marxistas también lo llaman “indígena” o “proletario indígena”. No se lo considera, no se le da valor a esa herencia étnica y a esa diversidad cultural que, por otra parte, para nosotros es la única solución para este planeta que va hacia la decadencia absoluta en medio de la crisis global. La única solución es volver ahí, a convivir con la naturaleza.
DOCUMENTANDO
-Hace mucho tiempo realizás documentales sobre los pueblos indígenas de Sudamérica, ¿por qué los hacés? ¿Cuál es tu objetivo, que querés decirnos a través de ellos?
-Primero quiero decir que soy un enamorado de la permacultura. De la vida natural en general. Lo que muestro es la posibilidad de abandonar ciertas formas de consumo y concientizar acerca de la sabiduría indígena, que es la matriz de todos estos saberes. Lo puse en práctica en mi propio cuerpo, veo que es maravilloso y lo divulgo. En un viaje a Bolivia lo primero que se me ocurrió fue sacar fotos y recoger cuentos o historias de las comunidades indígenas. Visitaba un lugar e iba a otro. Y en ese segundo contaba lo que había aprendido de la otra comunidad. Y así con muchas comunidades.
-¿Cómo una especie de diferentes universos que se van retroalimentando?
-Todo tipo de relatos y cosmovisiones. Mi función autoadjudicada era la de comunicador entre las comunidades indígenas. Llevaba una historia de una comunidad a otra. Eran las buenas nuevas, digamos. Les hablaba de ese renacer indígena continental que se daba en cada comunidad, guiado por las palabras del antropólogo Pierre Clastres, que retoma la premisa guaraní del “camino a la tierra sin mal”. Registraba ese renacer de la tierra sin mal. Ya llevo 15 años realizando esto, conviviendo con ellos. También doy charlas sobre la cuestión en diferentes lugares de Argentina y Brasil. Pero, volviendo a los documentales, filmé uno en la frontera entre Paraguay y Brasil con una comunidad que es rama de los guaraníes que hablan, precisamente, del camino hacia esa tierra sin mal.
-¿Creés que tus documentales, en este mundo globalizado, le dicen al blanco que lo mira “es posible vivir en la tierra sin mal”?
-Muestro lo que no existe en la prensa. Siempre hay historias que no se cuentan y que deberían ser contadas. Ahora estamos acá en la chacra de Lucho, en 25 de mayo, y ya armé un encuentro de permalcultura para el mes de septiembre. Nos podemos dar esa posibilidad. Solo pasa por decir: voy a conocer algo. Vamos a hacer huertas, construcciones en barro. Van a venir las personas que hacen miel a dar sus charlas. Todo es un encuentro. Nos vamos a poner todos en cuclillas y, a partir de ahí, desde esa postura que es la postura ancestral del ser humano (que despierta un montón de cuestiones que tienen que ver con la salud, parto en cuclillas, defecar en cuclillas, que evita el cáncer del colon), se van a desplegar un montón de saberes regocijantes para la persona.
-En un documental tuyo, en tu rol de cronista ves que una de las personas de las comunidades extrae una raíz enorme, la parte y de ella saca agua. Y vos, te sorprendés y decís: “¡Agua!”. Te emocionás. En este sentido, ¿la persona que pertenece a la comunidad indígena necesita de las cosas del mundo blanco para vivir?
-No. Para vivir, no. Si se cristianiza, va a un hospital o a una escuela de la ciudad, pero ahí pierde su pertenencia. Que es lo que quieren los Estados, junto a las iglesias y demás factores de poder. Las naciones, como las conocemos, quieren la eliminación del indígena como tal. Lo que necesita el indígena no es más ni menos que la naturaleza. Lo que necesita es que las empresas y los Estados no asolen sus territorios. Hacen un gran trabajo colectivo de retoma de territorio para oponerse a ese enemigo blanco que elimina ese universo y, a la larga, a ellos mismos. Para que los pueblos indígenas puedan hacer su vida completa tienen que aislarse totalmente de las emanaciones del mundo blanco.
-¿Creés que se viene un renacer indígena en América Latina?
-Totalmente. Con mucha lucha, con mucha represión, con asesinatos de chamanes. En Perú fueron asesinados 12 chamanes en un año. Apuntan a los más importantes, a los que comparten los saberes para que la cosmovisión siga viva. Occidente, aún con el capitalismo y el comunismo, comparten una manera vertical de ejercer el poder, una voluntad corporativa para sus empresas, partidos o religiones. Es muy diferente en las comunidades indígenas en las que estuve, donde todo es más horizontal, de abajo hacia arriba. La comunidad delibera y elije al jefe, que tiene que ser el más bueno, el más humilde y el más obediente. Él se despoja de sus deseos y de su subjetividad, los anula con un sacrificio interior muy profundo para sólo hacer lo que la comunidad decida. Ojo que puede ser declarado como “traidor” si actúa como egoísta, si se empodera. Es mala palabra para el indígena el empoderamiento, porque el poder está diluido y esparcido en todos los miembros de la comunidad. Es la sociedad de los iguales contra el poder o los símbolos de poder. Lo vi más que nada en Paraguay, con la comunidad Ayoreo y otras comunidades.
-¿Es fácil acceder a esas comunidades y documentarlas?
-Cuando llego a la comunidad generalmente me quedo un mes o dos. En la primera oportunidad me interrogaron y me dieron permiso para quedarme con ellos.
-¿Ahí ya se borra tu mirada etnográfica y pasás a ser parte?
-La idea era ir siendo parte, pero para que ellos me admitiesen me pusieron como condición regresar. Y así se va dando. En los Ayoreos las ancianas, sin previo aviso, vinieron y me bautizaron por la espalda y me pusieron un nombre. Ellos entendieron mis condiciones. Es como que hicieron un camino guiado a mi regreso personal a ser indio. Eso está en la mano de todos. Hay que recurrir a las prácticas que nos provee la madre tierra. Podemos dejar nuestros autos y agarrar la bicicleta. Despojarnos de la violencia del consumo occidental. Es un tema fuerte. ¿Qué me va a pasar con esto nuevo?
-Pero de suceder a gran escala los Estados y las prácticas culturales que nos habitan quedarían obsoletas.
-Sí, pero no va a ocurrir en lo macro, porque el Estado es un monstruo gigantesco que va hasta cada rincón.
-¿Cuán importante creés que es la oralidad como medio para transmitir conocimientos en las comunidades que visitaste?
-Es muy importante. En el documental se puede ver que en épocas del dictador paraguayo Alfredo Stroessner, los menonitas y el Ejército fueron sacando a las comunidades indígenas del monte para ponerlas a trabajar para los hacendados blancos menonitas. El maestro Ayoreo bilingüe denuncia que hace 20 años que fueron sacados de ahí. Los Ayoreos tienen un tesoro que son los Silvícolas, los que nunca vieron a un blanco. El gobierno de Brasil y el de Paraguay tienen la obligación de impedir la entrada de madereros, hacendados, evangelistas y cualquier otro blanco a esa región. Existe el caso de una persona que quiso entrar a estos lugares y los indígenas, con sus lanzas, lo mataron. Ellos son orales. Transmiten su conocimiento de esa manera.
CORONAVIRUS Y MENTIRAS
-En esas zonas en donde se realizan actividades extractivas y de desmonte, ahora el banco también termina llevando el COVID 19 a la selva. ¿Cómo la están pasando esas comunidades?
-Sí, es un peligro, porque las condiciones sanitarias son ínfimas o nulas. Es terrible. Los blancos van a las comunidades con productos envasados y reparten ahí. Llevan el virus. Tristísimo. Como así también los indígenas les llevan arañas, insectos y especias para que ellos lleven a Europa. Es una locura.
-Según dice la historia, los pueblos indígenas se enfrentaron a muchas pandemias, esta no es la primera. El objetivo, podemos pensar, es el exterminio. ¿Creés que se puede usar al COVID 19 con esta misma lógica?
-Si, por supuesto. Es seguir apretando el acelerador. Estado y empresas van de la mano. Hay que revertir conceptualmente lo que hicieron los Estados con la represión en cuanto a indígenas. Hay cosas que están muy invisibilizadas porque muy pocas personas se animan a contar. Monsanto es un ejemplo de las empresas. Durante el menemismo entra a la Argentina y comienza con los transgénicos y siembra, pero van de la mano, porque un gobierno le permitió esa explosión mega millonaria de la soja.
-Vos también sos médico, ¿qué le puede aportar nuestra ciencia a ellos para curarlos de cualquier virus, en este caso particular del COVID 19?
-El panorama es triste. Les quitaron su monte, que era su farmacia, su vida espiritual. No son trasladados a las unidades sanitarias de los pueblos que los rodean. Los dispositivos sanitarios armados no sirven. A ellos les quitaron sus recursos sanitarios propios (las plantas, el chamán) que garantizaban su salud y les negaron el acceso a la salud blanca.
-De haber renacido la manera indígena antes de esta pandemia que vivimos, ¿hubiera llegado el virus?
-No. Es decir, en el utópico caso de que el planeta hubiera regresado a los métodos de producción y consumo naturales, la pandemia no hubiera sucedido. El turismo ha hecho estragos. Ese tipo de consumo es el que daña. El turista es quien no cuida el lugar que visita, el viajero sí lo cuida. El turismo tiene que replantearse y no contaminar. El viajero hace el bien, no enchastra y recoge historias lindas. Tenemos que ser conscientes. El coronavirus es una excelente metáfora de la modernidad.
-¿La comunidad indígena conoce la mentira?
-Los occidentales cuando hablan del panóptico analizado por Foucault parecen pensar que con eso se evita la mentira. Esa vigilancia del ojo que todo lo ve supone que ella no existe. Pero esta sociedad moderna está obligada a mentir todo el tiempo en el servicio a ese poder. Es una máquina de la mentira que se miente a sí misma, porque la infelicidad tarde o temprano llega. El panóptico de una comunidad amazónica es diferente: hay un círculo de casas de paja y en el centro un gran patio de tierra y palitos que sostienen ese techo cerrado hacia afuera para evitar el ingreso de la lluvia y abierto hacia dentro. Estás como en una especie de estadio chato, redondo, viendo las demás familias de comunidad todo el tiempo, porque no hay nada que ocultar. Son dos panópticos contrarios. En este no hay espacio para la mentira. El renacer indígena es renacer sin mentiras. Y, sobre todo, el renacer no pasa por aplicar la lógica del mercado como la conocemos. Se trata del renacer de un trabajo colectivo que nace del ser y la nada, que llega como un disparador y que se transmite. Ojalá que esta pandemia no nos lleve de regreso a la normalidad del capitalismo, pero muchas personas pueden y quieren volver. Ojalá nos sirva esta gran pregunta. Ninguna lucha es individual.