Un día muy particular. Recuerdo que un amigo me invitó a ir a una iglesia evangélica. Yo le había contado mi preocupación y, hasta ese día, yo tenía fe y esperanza. Fe en un Dios y esperanza de encontrar a mi hermano. Recuerdo muy bien esa noche en la iglesia: el pastor nos invitó a pasar al frente y pedir lo que queríamos y que Dios nos iba a cumplir: recuerdo que lo único que pedí fue encontrar a mi hermano sano y salvo. Le pedí a Dios que lo protegiera.
Hoy…hoy sé que Dios no existe. Si existiera hubiese escuchado mí súplica, hubiese protegido a mi hermano de tanto odio maldito. Hoy sé que yo creo en lo que veo, en las acciones, en los abrazos de verdad, por eso hoy sé perfectamente que la única que puede proteger a los míos soy yo. Yo y quienes realmente entienden mi dolor y mi transformación.