Uno de los días más tristes de mi vida. Recuerdo que alrededor de las 19hs. estaba yendo a comprar pañales para mi hijo, cuando me llega un mensaje donde me decían: “¿sabés algo de Nino?”
“No, no sé nada,” respondí. “Si vos sabes algo, por favor avisáme”.
“Nada concreto: que la Policía lo llevó al campo Ávalos, lo castigó y lo dejo ahí”. Esto me respondieron.
Recuerdo que mi cuerpo se aflojó, que no sabía qué hacer: si ir hasta el campo Ávalos a buscar a Nino o no. No sabía realmente. Hasta que hablando con mi compañero, el Pío, decidimos ir hasta la casa donde alquilaba Nino. Recuerdo que en el camino volví a mirar al cielo y rogué: “que Nino esté en su casa”. Llegamos. La ventana estaba abierta, una radio, prendida; las luces, apagadas y Nino no estaba allí.
“Vamos a la comisaría”, le dije al Pío, “hagamos la denuncia por desaparición. Si ellos se lo llevaron, ellos lo van a tener que traer”, dije.
Llegamos a la comisaría. Todo era muy raro, demasiado. Luego de un buen rato me tomaron una denuncia por desaparición, me pidieron incluso una foto para comenzar la búsqueda. Antes de firmarla me llamó el sub comisario Lovera y me llevó a reconocer unas zapatillas. Le dije que sí, que eran de mi hermano y le pregunté si ellos lo tenían detenido. Me respondió: “No. Ayer encontramos un cuerpo en el Río Miriñay, aparentemente hace varios días que estaba en el agua. Ahora está en la morgue”.
Yo todavía sin entender—o sin querer entender—con algo de fe, le dije al comisario que quería ver el cuerpo (tengo en este momento el mismo nudo en el estómago que tenía aquel día; ahora con más odio que en ese entonces). Me respondió que no, que tenía que esperar, que ya estaba viniendo la perito forense para mostrarme unas fotos que iba a tener que reconocer. Luego de un buen rato y aguantando la bronca y las ganas de decirle que yo sabía que ellos tenían que ver con la muerte de Nino, llegó la perito. Me llevaron al despacho y en la primera foto que me mostraron vi el tribal tatuado en la espalda de Nino, reconocí que aquel cuerpo era el de mi amado hermano. Alcancé a ver una segunda foto y me largué a llorar en un mar de lágrimas. En ese momento pensé: ¿qué hago yo llorando en medio de estas lacras?
Me paré y comencé a caminar. Recuerdo que todos me seguían y me rodeaban. El sub comisario Lovera, el oficial Romero, Alegre, Magali y varios policías más. Junté todo el coraje y apuntando al sub comisario le dije con mucha bronca: “yo sé que ustedes lo llevaron a mi hermano a ese lugar y voy a llegar hasta las últimas consecuencias para llegar a la verdad”. El muy cagón se tiró para atrás y con un gesto cobarde me dijo: “hacé lo que quieras.”
Parte de lo que ocurrió desde ese momento se me borró. Seguramente por alguna crisis nerviosa. Recuerdo que después de una hora volví a la comisaría a exigir que me dejaran ver el cuerpo de mi hermano. Ya mis familiares estaban firmando el traslado del cuerpo a Corrientes capital para una supuesta autopsia. No me dejaron ni entrar en la comisaría, pedí que me llevaran a la morgue y recuerdo que cuando bajé con toda la bronca para entrar allí, al menos 15 policías estaban rodeando la morgue del hospital custodiando el cuerpo de mi hermano. Cosa jamás antes vista.
Hoy sé absolutamente todo. Entiendo que yo podría haber visto ese cuerpo—que tenía mucho para decir—con la orden de un fiscal. Entiendo por qué el cuerpo demoró 3 días en volver de la autopsia que se realizó en la capital de Corrientes: necesitaban un cuerpo muy descompuesto para que cuando lo viéramos no lo pudiéramos reconocer, y no pudiéramos ver todos los golpes que ese cuerpo tenía.
Hoy entiendo muchas cosas. Pero por sobre todo entiendo que lo que pasó con Nino no fue ni una casualidad, ni un error. No fue culpa de ninguna de las personas que cuidábamos y queríamos a Nino. Lo de Nino no es un caso aislado, es un caso más de los miles de pibes secuestrados, torturados y asesinados por las malditas fuerzas represivas de un estado que se caga en la vida de nuestros pibes.
De todo lo vivido hasta ahora, hay una sola cosa de la que realmente me arrepiento: y es no haber comenzado a organizarme mucho antes, cuando mi hermano aún vivía. Me arrepiento de no haber sabido desde mucho antes que Nino era una víctima más de un sistema de desigualdad y genocida. Seguramente, si yo hubiese dado el paso hacia la militancia en aquel entonces, hubiese comenzado a comprender un poco más sobre el valor que tienen nuestras vidas. Hoy Nino estaría vivo porque hubiésemos sabido organizarnos para pelear y enfrentar a sus asesinos cobardes.
Pero no fue así. Me arrebataron la vida de Nino. Pero sí aprendí a proteger y a cuidar a muchos “otros Ninos” y esta pelea la vamos a ganar; pero la vamos a ganar todes ¡con lucha y la organización! Porque hoy no estoy sola. Tengo muchos compañeros, muchas madres y hermanas que me acompañan. Hoy Nino está más vivo que nunca, en cada pibe, en cada abrazo, en cada grito, y en cada lágrima. ¡¡Los muertos son sus asesinos!!
Hoy llevo la sonrisa de mi hermano como bandera. Hoy y cada día el grito de Justicia es más fuerte: ¡por Nino y por todos los pibes víctimas del Gatillo Fácil, porque nos arrebataron tanto que perdimos hasta el miedo!
Anahí Andrade
Hermana de Nino Largueri, secuestrado y asesinado por la Policía de Monte Caseros, Corrientes en agosto de 2015.
Militante de Opinión Socialista