(Por Oscar Castelnovo/APL) El obispo Adalberto Martínez Flores, de Paraguay; su par argentino, Mario Aurelio Poli y el papa Francisco no reclamaron por María y Lilian Villalba, de 11 años, secuestradas, violadas y fusiladas, el pasado 2 de setiembre, como lo denunció su familia. Tampoco, estos clérigos exigieron la Aparición con Vida de Carmen «Lichita» Oviedo Villalba (14), prima de las nenas asesinadas. Las tres pequeñas son hijas de presxs políticxs y/o combatientes del Ejército del Pueblo Paraguayo, aunque ninguna de ellas participaba del enfrentamiento armado. Todas vivían, estudiaban y practicaban deporte en Misiones, Argentina, allí están sus amigxs y sus maestrxs. Viajaron a Paraguay a ver a sus familiares y el covid retrasó su regreso. En tanto, los jerarcas religiosos que aquí se nombran mantienen excelentes relaciones con Mario Abdo Benítez, presidente de un Estado infanticida y Comandante en Jefe de la Fuerza de Tarea Conjunta que consumó estos crímenes. La actitud de esta iglesia es coherente con la línea histórica iniciada en América, como la nombró el invasor, en 1492 cuando se inició el genocidio que aún continúa su despliegue. Mientras hombres, mujeres y disidencias anónimxs; mientras luchdorxs de los cinco continentes exigen Justicia y Aparición con Vida de Lichita, la jerarquía católica -que congrega a la mayor cantidad de religiosos abusadores del planeta-, mantiene un silencio que repugna a la conciencia de la humanidad.