“Hemos tomado la voz de ellas, las madres que están en Aranjuez, porque a ellas no les hacen caso, siempre se han archivado sus quejas”, explica Kontxi Ibarreta, madre de una de las cuatro presas vascas que, hasta hace pocos meses, cumplía condena en Aranjuez junto a su hija de 15 meses. Como subraya Ibarreta, el problema en esta cárcel no es sólo de las presas vascas y sus hijos, sino que es común a todas las madres que cumplen condena allí. Pero la mayoría tiene miedo a protestar por las amenazas y, en el caso de las presas sin nacionalidad española –que en muchas ocasiones no cuentan con redes de apoyo–, por la posibilidad de perder la custodia de sus hijos.
Entre las denuncias recogidas en el dossier, figura la mala calidad de la comida –en su mayoría congelada y, de pescado, panga, cuyo consumo la OCU recomienda limitar a adultos por su alto contenido en mercurio–. Además, las presas señalan el uso de la megafonía sin tener en cuenta los tiempos de sueño de los niños y niñas, el recorte en la calefacción durante el invierno, la drástica reducción de las fiestas que se celebran en la prisión o la pérdida del ginecólogo como algunos de los problemas que se han ido agravando con el cambio en la dirección de la prisión. También señalan el empeoramiento del trato por parte de las funcionarias por la tensión que se vive en el centro.
“Tratan los módulos de madres como si fueran módulos normales, pero los niños no son presos. Las condiciones no pueden ser iguales”, subraya Aner, pareja de otra de las madres presas en Aranjuez. Aner explica que las reclamaciones se limitan a que las condiciones que se viven en Aranjuez sean equiparables a las de la prisión de Valencia, o a las que se daban en la propia cárcel de Aranjuez antes del cambio de dirección. Ibarreta subraya que, a raíz de que personal de la oficina técnica del área del Defensor del Pueblo español visitara la cárcel, su hija fue trasladada al módulo de madres de Valencia. Una cárcel también, sí, pero en donde las condiciones que viven los niños son mucho mejores.
“Los niños necesitan una serie de cosas y, sobre todo, tener una madre, que hasta los tres años la tienen. En Valencia tienen una alimentación relativamente buena y los familiares viajamos para que puedan salir a la calle. Es duro porque está aún más lejos, pero nos organizamos para que cada semana alguien les saque”, dice.
Desde que comenzaron el trabajo del dossier, las madres presas sí han notado algunos cambios, no saben si a raíz del propio trabajo de denuncia que están haciendo o por la visita del trabajador de la oficina del Defensor del Pueblo. Han conseguido volver a la piscina, que los niños puedan jugar con agua en el patio y han aumentado las salidas al jardín. Pero la mayoría de las reivindicaciones más importantes relativas a la alimentación, el control de las salidas y el régimen de comunicaciones, sigue sin solución. La mayoría de los alimentos son prefabricados, congelados y se suelen servir fríos ya que las presas no tienen acceso a frigorífico ni microondas.
La prisión tampoco renueva el material básico y didáctico, y ha reducido los lotes de los niños: ahora sólo aportan pañales mientras antes daban biberones, chupetes, etc. Los pequeños sólo reciben juguetes en su cumpleaños y en Navidad, y no los pueden subir a las celdas. Las salidas al patio de cemento son ahora obligatorias dos veces al día, sin que puedan elegir cuándo, y las salidas de los niños a la calle sólo se permiten dos veces por semana y, según se quejan las presas, a la hora de la comida y la siesta.
En cuanto a los vis a vis de convivencia de cuatro horas, donde se encuentran con los padres, se realizan en unas habitaciones no adaptadas a las necesidades de los niños. Las comunicaciones de 40 minutos, que antes se realizaban en las salas de vis a vis con la posibilidad de llevar comida y juguetes para entretenerlos, ahora se hacen en locutorios acristalados de un metro cuadrado, lleno de colillas y sin ventilación, y los niños lloran a la hora de visita pues no quieren estar ahí, cuenta Aner. Según explica, “con el cambio de director, se puso a cada uno en una parte del cristal. El telefonillo lo tiene la madre, así que el niño ve al padre mover los labios pero no oye. Es una situación bastante dura para el niño”.
Esta situación no es exclusiva de Aranjuez. “Hay cosas que son comunes: las restricciones de los espacios que pueden usar los niños, los horarios de salida… Aunque, según el centro, se hacen de una manera u otra”, explica María José Gea, del Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia.
Aunque no hay datos oficiales accesibles, se calcula que hay unos 200 menores de tres años conviviendo con sus madres en prisiones españolas. En 2004, la secretaria general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, impulsó una política para sacar a los niños de los recintos carcelarios y potenciar las Unidades Externas. Aunque se planificaron cinco de estas unidades, a día de hoy sólo hay tres funcionando: en Palma, Madrid y Sevilla. Pero estos centros se crearon para un determinado perfil de reclusas, dejando fuera a aquellas que cumplen un primer grado, a las condenadas por delitos graves, las que han intentado alguna fuga o cumplen prisión preventiva. Todas estas presas quedarían repartidas en los tres módulos de madres que quedaron cuando se puso en marcha el proyecto de Gallizo (Alcalá de Guadaira, en Sevilla; Picassent, en Valencia, y Aranjuez, al que se sumaría la cárcel de mujeres de Wad-Ras, en Barcelona). Las presas que cumplen un tercer grado son destinadas a unidades dependientes, pisos tutelados en el exterior. “Las plazas de los módulos que se cerraron no son acordes con las plazas que suponen las unidades externas –señala Gea–, por lo que se puede prever una cierta masificación y lentitud en el proceso de acceso a este derecho”.
Según detalla Gea, “el problema de estas unidades es que hay unos perfiles marcados que no pueden acceder, por lo que eliminar los módulos de madres dentro de las prisiones es inviable”, detalla. “El escaso número de plazas también es un problema. Si hay tres módulos de madres, tres unidades externas y estas últimas tienen cubiertas las plazas… me sobran mujeres”, continúa. Gea explica que es habitual que algunas madres que llegan a prisión, detenidas, por ejemplo en Navarra, sean ubicadas con sus hijos en una prisión general hasta que son destinadas a una con módulo de madres. Hay un periodo de tiempo en el que el niño o niña está en un módulo normal, y esto supone una vulneración de sus derechos”, señala.
Instalaciones no preparadas
Pediatría
A los funcionarios de los módulos de madres no se les requiere una preparación específica. Tampoco hay un protocolo de cómo deben hacer los cacheos, recuentos o registros delante de los niños. Las prisiones cuentan con un pediatra, pero externo al centro, y son los funcionarios quienes deciden si se le llama.
Dispersión
Sólo hay tres centros penitenciarios con módulos de madres en todo el Estado, a los que se suman las tres unidades externas. Esto provoca que, en la mayoría de los casos, las mujeres presas con hijos menores de tres años sean dispersadas a centros lejanos a su lugar de residencia, después de pasar un tiempo en prisiones generales.
Encarcelados
Al no haber un protocolo, las salidas de la cárcel de los niños, que dependen de familiares o voluntarios, en muchos centros están muy restringidas. Los módulos de madres son arquitectónicamente iguales a los demás: las escaleras, los cierres automáticos o las rejas no están adaptadas a la vida cotidiana de mujeres con hijos.
Machismo
Algunos de los talleres que se ofrecen a las presas con hijos son sexistas y dan por hecho que, por haber sido condenadas, no saben ‘ser madres’. Gran parte de ellos se centran en “mejorar su aptitud y capacidad como madres”, según señala el documento sobre las Unidades Externas de Madres.