La última marcha de Facundo Molares, el exguerrillero argentino de las Farc

El argentino, conocido en la guerrilla como “Camilo Fierro”, fue mando político de la columna Teófilo Forero, pero terminó degradado al final del proceso de paz por diferencias con sus jefes. Dejó las armas y aparece en la lista de excombatientes, pero la Fiscalía busca su extradición a Colombia por un secuestro de 2009. La defensa argumenta que debería ser juzgado por la JEP. (Por Camilo Alzate González/  Foto: Víctor Galeano) (El Espectador/Colombia)

Víctor Galeano congeló en su cabeza el momento preciso de una fotografía que nunca pudo tomar. La imagen no existe, aunque es capaz de describirla como si la hubiera hecho: rompiendo la corriente del río Caquetá, un bote azul se aproxima hacia él de frente. En la proa viene un guerrillero que contempla el horizonte, con “el pecho como de paloma”, mientras lo escoltan otros con fusiles.

“Era como la foto del Che”, dice Víctor, que aún no conocía la condición del hombre del bote azul, ni entendía por qué era el único al que llevaban sentado en una silla roja; se daría cuenta pronto, pues al sacarle luego un par de fotos mientras brincaba a la orilla, los demás le prohibieron seguir usando la cámara. Aquel hombre era Facundo Molares o Camilo Fierro, el argentino de las Farc.

“Siempre estaba sonriendo, pero era una risa incómoda”, cuenta Víctor y agrega: “Estaba escoltado, nunca iba solo, había muchos botes, pero solo uno para él, rodeado por guerrilleros”. El fotógrafo Víctor Galeano cubrió junto al reportero Gerald Bermúdez la última marcha de las Farc en Putumayo, que comenzó remontando el río Caquetá y terminó en la zona veredal de La Carmelita, del 5 al 7 de febrero de 2017.

Ambos aseguran que al argentino lo llevaban amarrado de pies y manos en una silla roja, bajo la custodia de dos de centinelas. Sin embargo, sus compañeros intentaban que pasara desapercibido entre la multitud de cámaras y chalecos de las Naciones Unidas que acompañaban la caravana. “Estaba gordo, apocado, se veía vulnerable”, recuerda Bermúdez, que lo conocía desde 2015, cuando fue al piedemonte caqueteño para un reportaje sobre la columna Teófilo Forero que jamás se publicó. “Hablamos de hacer un libro sobre su vida cuando él volviera a Argentina”, dice Bermúdez.

Facundo Molares era un estudiante afiliado a la Juventud Comunista desde la adolescencia. Anduvo de mochilero por Suramérica hasta que llegó a Colombia, en 2002, con la idea de unirse a la guerrilla motivado por sus convicciones revolucionarias. Lo consiguió el 7 de julio de 2003 en Los Pozos, el mismo caserío donde Andrés Pastrana había firmado un acuerdo con Manuel Marulanda dos años antes, durante los fallidos diálogos de paz del Caguán.

PAZ Y MEMORIA

Facundo adoptó el seudónimo de Camilo Fierro, aunque en las Farc todos le decían el Argentino. Por su formación universitaria y sus habilidades, rápidamente se convirtió en instructor político de la Teófilo, bajo las órdenes de Hernán Darío Velásquez, el Paisa. La inteligencia colombiana solo supo de él tras la Operación Timaná, en febrero de 2010, cuando su hoja de vida apareció entre los computadores y discos duros que el Ejército encontró en un campamento bombardeado en Puerto Rico, Caquetá.

Un año más tarde, Facundo salió por la televisión desde un paraje selvático de ese mismo municipio, durante la liberación del concejal Armando Acuña, secuestrado por las Farc. Era el 9 de febrero de 2011 y el argentino declaró a las cámaras que se trataba de un gesto “por la paz y la reconciliación nacional”.

Durante los quince años que permaneció en la selva, su familia en Argentina solo tuvo comunicación con él cuatro veces por teléfono o con alguna nota manuscrita que logró hacerles llegar.

Luego empezaron los diálogos de La Habana. Cuando se acercaban a su fin, Facundo discrepó abiertamente con la manera como la dirección de las Farc conducía el proceso. César Useche trabó amistad con él a comienzos de 2016 en un campamento cerca al río Yurilla, muy lejos de la zona donde se concentraba la Teófilo. Useche es un trabajador sindical hoy exiliado, que vivió 18 meses en campamentos de la guerrilla dictando cursos de alfabetización, como voluntario en apoyo al proceso de paz.

“Ya estaba sin arma y me contó que estaba ahí por una sanción disciplinaria. Él era un crítico de la forma como se estaba llevando a cabo el proceso, pero no era un enemigo del proceso”, explica Useche. Y agrega: “Si supuestamente había democracia en la guerrilla, ahí él tenía la libertad de expresar lo que fuera, pero eso se convirtió en un conflicto de orden ideológico y personal con algunos comandantes”.

Todos los que conversaron con Facundo en esa época coinciden en que cuestionaba con severidad a la dirección de las Farc con relación al proceso. “Era un personaje incómodo dentro de las filas”, admite una fuente cercana a la JEP enterada del caso. Según la opinión de Facundo, estaban abandonando a los guerrilleros de base mientras los jefes se llenaban de privilegios.

Por ello fue sometido a un juicio en el que lo degradaron del mando y lo apartaron de las unidades y regiones donde tenía influencia. La orden supuestamente habría venido de Joaquín Gómez, máximo comandante del Bloque Sur, a quien intentamos consultar para este reportaje sin obtener respuesta.

Su padre, Hugo Molares, insiste desde la Argentina en que Facundo no es un disidente, como lo ha catalogado la prensa: “Él siempre estuvo de acuerdo en que un proceso de paz era necesario para Colombia después de tantos años de violencia, con lo que no estaba de acuerdo era en la forma como se llevaba ese proceso; evidentemente, la paz no está lograda”.

Lo único cierto es que Facundo siguió criticando a la cúpula de las Farc ante sus nuevos compañeros en el río Yurilla y aquello le costó que lo separaran del resto en mayo de 2016, un mes antes de que se declarara el cese al fuego definitivo entre las Farc y el Estado colombiano. César Useche recuerda que lo mantuvieron amarrado y apartado —como si fuera un secuestrado— hasta febrero de 2017, cuando todas las unidades de la zona se movilizaron para la última marcha guerrillera que partió desde el caño Mecaya, aguas arriba por el río Caquetá, y siguió por tierra hasta la Zona Veredal de La Carmelita, en Putumayo. Fue durante esa travesía cuando Víctor Galeano logró fotografiarlo.

Ya instalado en La Carmelita, Facundo podía moverse con libertad, se inscribió a cursos de carpintería y ayudó a fabricar cunas para las guerrilleras embarazadas, como lo recuerda Diego Manuel Vidal, periodista argentino que vivió allí entre mayo y junio de 2017, mientras cubría la dejación de armas para Telesur y otros medios.

“Él estaba con un problema de documentación, la embajada argentina del gobierno de Mauricio Macri nunca envió a nadie para asistirlo (…) no le dieron nunca los documentos que necesitaba para refrendar el Acuerdo de Paz, estaba con la expectativa de lo que iba a pasar”, sostiene Vidal. Esta circunstancia iba a resultar determinante más adelante, pues su nombre quedaría en los listados de firmantes del acuerdo, pero sin número de documento adjunto.

Molares permaneció en La Carmelita cinco meses, tomando mate y café por las tardes junto a César Useche, conectándose a internet para charlar con su familia, confeccionando camas de tablones rústicos y, en medio de todo, aún criticando a los jefes de las Farc.

“Propuso irse a su casa, hecho que se dio previo a la dejación de armas”, puede leerse en un escueto comunicado del Partido Farc fechado en noviembre de 2019. El comunicado agrega que había “perturbación de la convivencia por su fuerte temperamento y su renuencia al proceso de paz, por lo cual la decisión tomada fue que él se desplazara a su casa dejando como constancia un acta, documento que se negó a firmar. Así mismo, aclara que su arma hizo parte del proceso de dejación de armas”.

El 3 de julio de 2017 Facundo Molares salió de La Carmelita, poco después cruzó la frontera de Ecuador y semanas más tarde llegó por tierra a Argentina. En el momento en que salió del país no existía ningún proceso judicial en su contra ni era requerido por autoridad alguna. Años después Facundo viajó a Bolivia y fue herido de gravedad en los disturbios que ocurrieron en Santa Cruz de la Sierra tras el golpe de Estado propiciado por Jeannine Yáñez en 2019. En Bolivia permaneció detenido un año, enfermó de covid-19 dos veces, desarrolló una insuficiencia renal y problemas cardíacos que lo tuvieron a punto de morir, hasta que el gobierno argentino consiguió su repatriación y mandó el avión presidencial a buscarlo.

Nunca regresó Colombia, ni existe prueba de que haya cometido delitos en el país después de la firma de la paz en 2016. Esto incluso queda esclarecido en la solicitud de extradición que interpuso la Fiscalía 162 de Florencia, Caquetá, en cabeza de Stein Tafur Peña, con el respaldo de una orden de captura emitida el 13 de octubre de 2021 por el juzgado primero penal de Garzón, Huila. El delito por el que lo requieren fue justamente el secuestro del concejal Armando Acuña, en 2009, en cuya liberación intervino Facundo dos años después. Por esos hechos ya había sido juzgado y condenado el Paisa.

“Nos encontramos realmente sorprendidos cuando el 7 de noviembre volvíamos de una comida familiar y había una delegación de Interpol con una orden de captura y un pedido de extradición”, cuenta Hugo Molares refiriéndose al operativo con que fue apresado su hijo el año pasado. “Cuando fue detenido en Bolivia, el 14 de noviembre de 2019, se solicitó a Colombia toda la información sobre Facundo y el Gobierno colombiano respondió que no existía nada”, afirma.

En efecto, no existía ningún proceso activo contra Molares en el país, pues la investigación comenzó después de aquel requerimiento, el 28 noviembre de 2019, cuando el fiscal Tafur Peña ordenó a funcionarios de la Policía Judicial un primer informe de campo sobre Facundo Molares y su pertenencia a las Farc. La Fiscalía escarbó en viejos procesos judiciales, practicando pruebas en 2019, 2020 y 2021, muchas de esas pruebas con el único propósito de demostrar la vinculación de Molares con la guerrilla, algo que ni él, ni su familia ni sus abogados niegan.

“La Fiscalía no tiene competencia para hacer esa solicitud”, asegura el abogado Gustavo Franquet, quien lidera la defensa del argentino: “A partir del Acuerdo de Paz y la Ley de Amnistía, los delitos fueron cometidos en 2010 y 2011, está clarísimo que la competencia es de la Justicia Especial para la Paz”.

En su documentación la Fiscalía alega que Molares no está acreditado ante la JEP. Nos comunicamos con la responsable de prensa de la Fiscalía en Caquetá para conocer más detalles, pero al cierre de esta edición no había sido posible entrevistar al fiscal Tafur ni obtener información oficial al respecto.

Sin embargo, un documento de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz que obtuvo este diario comprueba que en los listados de firmantes de la paz sí se encuentra el “registro a nombre del señor Facundo Molares con el seudónimo de Camilo Fierro”, sin número de identificación, lo que es apenas obvio, pues Molares en su condición de guerrillero nunca tuvo papeles en el país.

“Con el cambio del gobierno Santos al gobierno Duque, la Oficina del Alto Comisionado trancó el proceso de acreditaciones y amnistías, dejó de certificar y empezó a poner trabas”, asegura una fuente cercana a la JEP, argumentando que el problema de Molares es similar al de miles de ex guerrilleros que aún no han podido resolver su situación jurídica ni ser amnistiados. Por eso deben acudir a la JEP, pero esto “puede demorarse uno o dos años; la sala de amnistía no resuelve rápido”.

Es por ello que los abogados de Molares elevaron desde enero la solicitud para que sea la JEP la que tome competencia sobre su caso. Aún esta jurisdicción no se pronuncia. Mientras tanto, Molares permanece detenido en la cárcel de Ezeiza, en las afueras de Buenos Aires esperando una audiencia donde un juez argentino definirá si lo extraditan.

“Los hijos uno los trae al mundo, pero son ellos los que eligen su destino”, reflexiona Hugo Molares, el padre, “estábamos con temor por el riesgo que él corría en la guerrilla, pero eran sus principios y sus ideas y eso había que respetarlo”.

Aquel destino parece señalado por la tragedia o eso cree el reportero Gerald Bermúdez, advirtiendo lo paradójico que sea después de la paz cuando cae sobre Facundo la fatalidad: “Lo que no le pasó en la guerra”. Víctor Galeano no se resiste a la comparación tan natural con el Che Guevara, otro argentino que partió rumbo a la revolución en un país ajeno y terminó derrotado en Bolivia.

Su padre, Hugo, prefiere recordarlo con nueve años, encerrado en el cuarto días enteros, dedicado a la tarea imposible de cambiar por completo las líneas férreas en un mapa de la Argentina, para que ya no fueran todas en dirección al puerto por donde los ingleses se llevaban la riqueza, sino hacia las provincias más pobres y alejadas del interior. Quizás el destino había elegido a Facundo desde antes.