(Por Leandro Albani/RevistaZoom)“Mi compromiso con Israel es incuestionable. Felicitaciones amigo”. Las palabras del presidente estadounidense están dirigidas al renacido Benjamín Netanyahu, líder histórico de la derecha hebrea y vencedor en los recientes comicios que lo llevarán, otra vez, a ocupar el máximo cargo en Tel Aviv. Con nada menos que un acumulado de quince años como primer ministro, Netanyahú le respondió a su aliado en Washington: “Vamos a traer más acuerdos de paz históricos. Mi compromiso con nuestra alianza y nuestra relación es más fuerte que nunca”.
En el mundo, y en Medio Oriente en particular, se escucharon muy pocas voces de preocupación por lo que acaba de ocurrir en Israel. Aunque un sector de la dirigencia política internacional derrame lágrimas de cocodrilo por el avance de los movimientos de ultraderecha, a la hora de pronunciarse sobre Israel el silencio es sistemático. El hecho de que Netanyahu haya vuelto al poder, en alianza con los sectores del sionismo más radicales y racistas, no conmueve a casi nadie. Si para Estados Unidos su preocupación pública era que Jair Bolsonaro siguiera sosteniendo las riendas de Brasil, el líder del partido Likud –acusado judicialmente por soborno, fraude y abuso de confianza en su propio país — no parece tener el mismo efecto. Y eso que Bolsonaro es un defensor intransigente de Israel y de Netanyahu en particular.
A las felicitaciones y celebraciones manifestadas por Biden le siguieron, en un compás sincrónico, las del presidente francés, Emmanuel Macron, y las del primer ministro británico, el multimillonario Rishi Sunak. Francia y Gran Bretaña, al igual que Estados Unidos, son las principales potencias mundiales que sostienen al Estado israelí y niegan, de una u otra forma, que el pueblo palestino pueda recuperar sus territorios históricos, ocupados ilegalmente por Israel desde 1948, cuando Naciones Unidas aprobó la creación de un Estado para los judíos sobre todo de origen europeo — en el corazón de Medio Oriente.
La ultraderecha está de fiesta
Netanyahu no retornó en soledad al gobierno, sino que se apoyó en una ultraderecha negacionista (de la existencia de Palestina) y que llegó a acusar a otras fuerzas del establishment israelí de ser “aliados” del Movimiento de Resistencia Islámica Hamas. Aunque esta afirmación sea descabellada, tuvo el suficiente impacto para que la alianza de partidos encabezada por Netanyahu obtuviera más de sesenta escaños en el Parlamento para, según el sistema político-administrativo israelí, convertirse en primer ministro.
La nueva estrella que brilla en el firmamento israelí es Itamar Ben Gvir, cuyo bloque Sionismo Religioso quedó como tercera fuerza parlamentaria. En las últimas semanas, se acumularon las palabras, perfiles e investigaciones sobre Gvir: abogado defensor de colonos y extremistas judíos; referente de la ultraderecha, sobre todo entre los jóvenes; admirador de Baruch Goldstein, colono israelí que en 1994 entró en la mezquita de Hebrón y asesinó a veintinueve palestinos; y eximido de las propias Fuerzas de Defensa israelíes por sus actividades en los ámbitos de la extrema derecha.
En declaraciones al diario inglés The Guardian, Asad Ghanem, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Haifa, explicó que el ascenso de Ben-Gvir refleja la demanda de la sociedad israelí de que “hay que mantener a los palestinos bajo control, y la gente siente que la mejor manera de hacerlo es con una firme política anti-palestina”.
Aaron David Miller, investigador principal de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, fue uno de los negociadores estadounidenses para Medio Oriente tanto de administraciones demócratas como republicanas. Un hombre, como se dice comúnmente, del establishment político de la Casa Blanca. El 3 de noviembre pasado, Miller publicó el artículo Lo que implica el regreso de Netanyahu para Israel… Y para el mundo , en la cadena CNN (medio internacional que no se caracteriza por ser crítico a Israel).
En el artículo, Miller plantea algunas afirmaciones inquietantes y que, a las claras, tendrán como principales víctimas a los y las palestinas que resisten la ocupación y demandan que sus derechos más básicos sean respetados. El negociador estadounidense asegura que el triunfo de Netanyahu confirma que la sociedad israelí está “más moldeada por la derecha, y quizás por sus elementos más radicales, que en cualquier otro momento de su historia”. En la política interna, Miller asegura que con la victoria de Likud y sus aliados de ultraderecha se “reforzarán las fuerzas del nacionalismo radical, el populismo y una mentalidad de ‘nosotros contra ellos’ que divide y polariza el país”, en referencia a las pobres expresiones de la izquierda israelí (sionista), que perdió de forma abrumadora en los comicios. Miller advierte que con Netanyahu en el gobierno “habrá más asentamientos y apoyo a los colonos; más esfuerzos para consolidar el control sobre Jerusalén; las relaciones con los ciudadanos árabes de Israel probablemente se deteriorarán con menos recursos para su comunidad, y si hay una confrontación seria con los palestinos en la Ribera Occidental del Jordán o en Jerusalén, las probabilidades de que se transforme en un conflicto entre judíos y árabes israelíes probablemente aumentarán”.
¿Y el futuro palestino?
¿Qué significa el triunfo de Netanyahu para los palestinos y las palestinas? La intensificación de la represión en su contra y, aunque suene paradójico, la continuidad de un plan de ocupación de tierras, de desplazamiento forzado de la población, de persecución y asesinatos, y de sostener por todos los medios un relato de inviabilidad de la paz. Este último punto es el que más le funcionó a Israel, porque sin un acuerdo de paz y la creación real de un Estado palestino, Tel Aviv puede mantener un estado de guerra permanente, basado en la defensa de su seguridad nacional y la profundización de un discurso que genera paranoia y terror entre sus propios ciudadanos y ciudadanas.
En los territorios palestinos ocupados y en las pequeñas áreas de Cisjordania bajo control de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), el avance de los colonos judíos –con el apoyo abierto del Estado israelí — se viene profundizando en los últimos meses. Para esto, las Fuerzas de Defensa hebreas no escatiman municiones para respaldar el robo y la violencia. Por supuesto, las resoluciones de Naciones Unidas que condenan los asentamientos judíos en territorio palestinos y los califican como ilegales, no hacen mella entre las autoridades de Tel Aviv.
Entre la cantidad de datos, cifras y ejemplos que revelan lo que diariamente sufre la sociedad palestina, un informe reciente de la Sociedad de Prisioneros Palestinos deja al descubierto las consecuencias de la política represiva israelí: desde principios de 2022, casi seis mil palestinos, incluidos setecientos treinta y nueve menores de edad y ciento cuarenta y un mujeres fueron detenidos. Al mismo tiempo, Israel emitió mil ochocientas veintinueve órdenes de “detención administrativa”, una figura legal que permite encarcelar a las personas sin cargos ni juicio durante extensos períodos de tiempo. Desde la Sociedad de Prisioneros Palestinos alertaron que en este año el Estado israelí cometió “abusos más graves contra los presos y sus familias en comparación con los últimos años, particularmente debido a las ejecuciones extrajudiciales y el aumento del número de quienes fueron detenidos inmediatamente después de recibir disparos o después de un período de tiempo”. A mediados de septiembre, la Comisión de Asuntos de Prisioneros denunció que desde 1993, Israel detuvo a más de ciento treinta y cinco mil palestinos, incluidos veinte mil niños y dos mil quinientas mujeres. El organismo reiteró que la mayoría de presos y presas son objeto de torturas físicas o psicológicas, además de recibir un trato cruel y que se les niegue la atención médica necesaria.
A finales de octubre, Tor Wennesland, enviado de la ONU para Medio Oriente, reconoció que 2022 se podría convertir en el año más letal para los y las palestinas en Cisjordania desde que Naciones Unidas lleva la cuenta de las víctimas mortales desde 2005. En una intervención en el Consejo de Seguridad de la ONU, Wennesland describió que “la creciente desesperanza, la ira y la tensión han vuelto a provocar un ciclo letal de violencia que es cada vez más difícil de contener”, y que “demasiadas personas, en su inmensa mayoría palestinos, han muerto o resultado heridas”.
Sólo en octubre, treinta y dos palestinos, entre ellos seis menores de edad, fueron asesinados por las Fuerzas de Defensa israelíes. Otros trescientos once resultaron heridos en manifestaciones, enfrentamientos contra soldados o colonos y operativos de detención. En lo que va del año, más de ciento veinticinco palestinos fueron ultimados en Cisjordania y Jerusalén, confirmó el funcionario de la ONU.
El plan israelí de ocupación de territorio palestino sigue más vigente que nunca. Con Netanyahu en el poder, es inevitable que se refuerce. Su amigo Joe Biden, más allá de algunas advertencias formales, va a permitir que la maquinaria represiva de Israel continúe funcionando. Para eso, Washington seguirá enviando miles de millones de dólares a Israel anualmente, y mantendrá un discreto silencio ante las violaciones a los derechos humanos que sufren los y las palestinas. Muchos otros presidentes y presidentas copiarán sin ruborizarse al mandatario estadounidense. Para los hombres y las mujeres de Palestina, su larga historia de sobrevivencia mantendrá su curso en las calles y aferradas en sus manos las piedras que demandan libertad.