(Por Norma Páez/APL) Mil millones, es la cantidad de mujeres que la OMS estima que estaremos durante este año atravesando la perimenopausia o la menopausia.Hasta hace muy poco la información sobre este momento de nuestras vidas era reducidísima, el conocimiento de la relación entre el proceso de pérdida de estrógenos, por ejemplo y el funcionamiento de otros órganos es aún desconocido por el público en general y por supuesto también por nosotras, me refiero a la relación con el funcionamiento del cerebro, del intestino, o los signos que alertan sobre el comienzo y desarrollo de esta transición hormonal.
Los “calores” son unos de los signos más conocidos, la caída del pelo, las nieblas mentales, la baja de la libido.
De hecho, no sólo la sociedad en general sino médicos de distintas especialidades, incluidos ginecólogos/as desconocen la problemática. Aún más, la especialidad médica para el acompañamiento de esta etapa es una subespecialidad dentro de la ginecología. “Es un proceso natural”, dicen algunos, como si algún proceso humano lo fuera y no estuviera atravesado por lo cultural, por lo simbólico.
Sumemos a esto, lo que informan algunas fuentes científicas. Las mujeres de cualquier edad somos mal diagnosticadas para distintas enfermedades simplemente por el desconocimiento de nuestro organismo en su especificidad. Tomando por ejemplo los estudios sobre artritis que padecen el 75 % de las mujeres, se observa que pueden pasar hasta cuatro años en ser identificada dicha enfermedad, porque se confunde con otras enfermedades estudiadas en la corporalidad masculina. Otro caso son los síntomas de un infarto al corazón que en ellos se presentan como dolor en el brazo, hombro, mandíbula y opresión en el pecho y que en nosotras se presenta de modo diferente, lo cual hace que en un 50% seamos mal diagnosticadas. Tengamos en cuenta que hasta el año 90´, sin ir más adelante, el porcentaje de mujeres incluidas en los estudios médicos de investigación era del 2,5. Así vemos como nuestra salud está en un riesgo altísimo.
Como dijimos anteriormente la menopausia no es una enfermedad, es una transición hormonal, concebida en nuestra cultura como la puerta grande a la vejez. ¿A qué vejez? Porque aquí también sufriremos la doble opresión que vivimos en cada una de las etapas de nuestras vidas. Los varones a lo sumo serán viejos meados, pero nosotras seremos viejas meadas menopáusicas.
Cuantas veces ante nuestra irritabilidad, nuestros olvidos, nuestros malestares, frente a esas llamas incontenibles que recorren nuestras cuerpas en cualquier momento, en el menos indicado, e inclusive ante nuestra nueva estabilidad emocional, recibimos esa palabra como insulto.
Nos proponen desde la medicina occidental distintos acompañamientos para afrontar los signos y malestares, con remedios que van desde el reemplazo hormonal, los geles para la sequedad vaginal, a las recomendaciones de ejercicios, remedios holopáticos, y terapias varias. En cambio, en distintos streamings o podcasts, periodistas mujeres están tematizando esta problemática para acompañarnos, e informarnos a fin de que podamos tomar decisiones acerca de como experimentar esta etapa de formas más humanizadas.
Pero ¿hay algo humanizado para la tercera edad en estos momentos, en nuestro país? ¿Precisamente cuando se quita el acceso a los remedios, a la atención médica, a la alimentación, a la población de jubilados y jubiladas? Ni qué hablar de las diversidades y las disidencias. ¿Es un tema menor frente a la situación que enfrentamos? ¿Habría que luchar por restituir los derechos de toda esta población y luego pensar en la problemática de las mujeres en menopausia? ¿O habría que hacer la revolución primero y luego pensar el tema de las vaginas secas y nieblas mentales? Puede que nosotras nos olvidemos de a ratos algunas cosas, pero no de nuestras luchas, ni lo sueñen.
En la cultura en la cual estamos inmersas, patriarcal y capitalista, toda persona vulnerada es de alguna manera feminizada en el sentido de que el sistema ataca a los considerados más débiles, más indefensos. Nuestra menopausia, es la menopausia en un mundo en el que nos solo nos hacemos mayores. Nos invisibilizamos. Desaparecemos. No somos productivas. De jóvenes por lo menos, podíamos parir mano de obra, criarla, trabajar afuera con paga, trabajar en casa sin paga. Pero ahora además de improductivas, nos volvimos infértiles.
Minga. Nuestras abuelas, que nos hablan desde ese magma de significados inconscientes que subyace a nuestra historia y nuestro pueblo, parafraseando a Kusch, nos traen la memoria de nuestras batallas. Nos recuerdan el grito de libertad de María de los Remedios del Valle, la capitana de tantas batallas de la independencia nombrada por San Martín, las estrategias de Micaela Bastidas, su compañero era Tupac Amaru y Bartolina Sisa, su pareja era Tupac Katari, sublevándose al colonizador. Y tantas otras desconocidas, pero guardianas de la memoria, de la medicina ancestral, de la lengua negada, hasta el día de hoy.
Mujeres que no tienen nada que ver con esta cultura globalizada, individualista, que endiosa la juventud como la mejor etapa, y a los cuerpos hegemónicos, induciéndonos a despreciar nuestras arrugas, a entristecernos por nuestros cambios corporales, a hacer de nuestras canas, que hubieran significado sabiduría, una moda y a intentar lograr un estado de aparente juventud que como todo lo que está puesto en valor o mejor dicho lo que tiene precio, reproduce las desigualdades.
Ancestras que son parte de culturas que valoran la vejez como una etapa donde la experiencia se puede transmitir a la comunidad, y sobre todo la experiencia del buen vivir, en contacto con todo lo viviente, con el territorio. Mujeres, que, habiendo dado fruto, se transforman en raíces.
Por todo esto es importante por supuesto, que busquemos mejorar nuestra “calidad de vida “exigiendo que sea contemplada nuestra salud, alimentación y derechos, atendidas en nuestra especificidad. Es el objetivo más cercano.
Ahh… ¿pero nuestras llamas, el legado del fueguito de nuestras luchadoras, nuestra herencia, las abuelas guardianas de la memoria, nuestro fuego? Mil millones de mechas encendidas. Mil millones de mujeres en llamas.