La voz de los que no están

“En el juicio oral yo traté de referir lo que había pasado y la actitud del tribunal fue muy contundente: me dijeron que no era parte de la causa de ese juicio. Para mí esto es muy importante, porque es la primera vez que nos permiten traer la voz de los compañeros que no están. Es la primera vez que tenemos esta oportunidad”.
Sergio Manuel Paz rompió en llanto. Su angustia está por cumplir 30 años. Levantó la cabeza mirando al techo y respiró profundo cuatro veces. Tomó agua. Hernán Silva, el abogado defensor del genocida imputado lo estaba interrogando.

—¿Necesita asistencia psicológica?, preguntó Silva, en alusión a las profesionales del Centro Ulloa que estaban en la sala.
—No, no, respondió Paz, primero moviendo ampulosamente el índice de su mano derecha con el agua sin tragar, luego con su voz todavía tomada por la congoja.

Paz acababa de contar algo que nunca había confiado ante la justicia. Aun cuando intentó de manera infructuosa denunciar las torturas en varias oportunidades, como cada uno de sus compañeros, él nunca había relatado la violación.
“Nos llevan al lugar donde estaban todos. Ahí uno empieza a escuchar voces de compañeros que no estaban antes. Escucho a Felicetti, a Beto Díaz, a Claudia Acosta. Ahí empieza, una nueva etapa. Algo cambia. No se termina con la violencia. Se escuchaban voces de compañeros quejándose de los golpes. Nos dieron golpes de todo tipo. Entre tres o cuatro me pegaban con zapatos duros en la cabeza, supongo que serían borceguíes. Sentía que se me hinchaba la cabeza. Perdí la noción del tiempo. Para mí fue eterno ese momento. Entremedio pasaron cosas jodidas. Dije algo que no les gustó y la respuesta fue tremenda. Uno me pisó y otro me violó con su fusil. Me dijo que lo iba a hacer, y me introdujo el fusil en el ano. ‘Y ahora nos vas a conocer’. Eran golpes, puteadas, ‘Yo soy Dios’, ‘Señor juez’, ‘Señor presidente’… Hasta llegué a pensar que un juez y un presidente ahí eran una puesta en escena”. El relato de Paz fue seguramente el más duro de la séptima jornada del juicio. En las causas por crímenes de lesa humanidad durante el Terrorismo de Estado, y seguramente por el mismo impulso de empoderamiento feminista que puede notarse transversalmente en casi todos los espacios sociales, fueron las mujeres quienes denunciaron los delitos sexuales. Incluso varias se animaron a problematizarlo específicamente en libros (Pilar Calveiro, Miriam Lewin, Olga Wornat, entre otras). Los varones no. Salvo unas pocas excepciones, callaron ese tipo de vejámenes que también sufrieron. Sentían que se ponía en juego su masculinidad, cuando en realidad quizá se trataba de herir la subjetividad desde el lugar de machismo feroz del genocidio: torturadores siempre varones que violaban a las mujeres para someterlas y como mensaje para sus compañeros; pero también torturaban sexualmente a los varones, desde ese mismo lugar de macho recalcitrante. Por eso tiene tanto valor el testimonio de Paz.

Luego del momento de mayor descarga emocional, se recuperó rápidamente para continuar respondiendo todo tipo de preguntas.
—Cuándo está encapuchado, ¿le preguntan por la quinta de Morón?, quiso saber el juez González Eggers.

—No, no recuerdo, puede ser que me lo hayan preguntado, pero no recuerdo. Me preguntaron un montón de cosas. Me preguntaron por Nosiglia.

—¿Por quién le preguntaban? Dio un nombre recién, dijo que le preguntaban por Nosiglia, ¿por qué le preguntaban por Nosiglia?, creyó ver un resquicio por dónde meterse el defensor, intentando agrandar el mito de los supuestos contactos del MTP con el operador radical.

—Le recuerdo que yo estaba atado y encapuchado. El que hacía las preguntas estaba parado y era el que me pegaba a mí. Deberíamos traerlo y preguntarle: “¿Por qué le preguntaron a Paz por Nosiglia?”, porque estaría bueno reconocerlo, ¿no?, respondió con seguridad el testigo.

Más tarde reconoció a Díaz y a Ruiz en las fotos de Eduardo Longoni. “¡Qué buena foto!”, exclamó con naturalidad cuando vio la número tres de la secuencia magistral de ocho imágenes en la que se ve a José Díaz e Iván Ruiz con vida, antes de que, según denunció el testigo Almada, los subieran a un Ford Falcon blanco para sacarlos del Regimiento, asesinarlos y desaparecerlos. También reconoció a los dos desaparecidos, pero ya no en la foto, sino recordando los momentos previos a la toma. “La noche anterior Díaz y Ruiz, que tenían experiencia en Nicaragua y contra la dictadura, nos hablaron mucho a los que no teníamos experiencia de combate. Eso fue muy importante para nosotros”.

Antes, en el primer turno, había declarado Miguel Ángel Aguirre. Con mucha tranquilidad entregó un detallado informe acerca de todo lo ocurrido en las jornadas del 23 y 24 de enero de 1989. Desde la convocatoria por parte de la conducción del MTP, hasta los motivos de la movida político—militar: “nos convocaron para oponernos a la sublevación militar”; pasando por el ingreso al cuartel: “la tarea de mi grupo era ocupar el Casino de Suboficiales. Fuimos en un Renault 12 que conducía Claudia Lareu”; también se refirió al bombardeo desmedido que sufrieron en el Casino de Oficiales, en el que estaban mezclados con los soldados, que primero fueron prisioneros y luego, con los militantes del MTP, se volvieron pares intentado sobrevivir al asedio: “a esa altura de la tarde solo estábamos intentando sobrevivir, era el único propósito, porque estaban intentando matarnos a todos”, aseveró Aguirre. Tanto él como Paz, dieron cuenta de comunicaciones vía handy entre Claudia Acosta, con ellos en el Casino, y Roberto Sánchez, en la Guardia de Prevención. La charla entre ellos, que además eran pareja, dio cuenta de que en la guardia estaban rodeados, intentando rendirse sin que los militares lo aceptaran. Paz incluso fue más allá. Narró que en el edificio del Casino sonó un teléfono. Él atendió en medio de la balacera y le cortaron. Cuando le contó que había un teléfono a Claudia Acosta, que acababa de enterarse de la dramática situación en la Guardia, le dictó a los gritos un número y un mensaje. Paz llamó y del otro lado atendió una voz de mujer: “Las cosas están mal. Están preparando una matanza. Hay compañeros que quisieron rendirse y no pudieron. Hablá con los organismos de derechos humanos”, dijo y cortó.

La novedad que aportó Aguirre y luego ratificó Claudio Rodríguez, es la identificación de Ricardo Veiga como una de las personas que se ve en las fotos de Longoni saliendo por la ventana de la Guardia de Prevención, en llamas por el ataque militar. Veiga aparecerá luego en la lista de muertos. Si bien no se sabe en qué circunstancias murió, es presumible que su muerte haya sido ocasionada por las heridas. Algunos de los sobrevivientes cuentan que un oficial les manifestó que Veiga, ya agonizando, le habría dicho: “Soy Ricardo Veiga, díganle a mi vieja que morí en combate”.

Aguirre primero y Rodríguez después, relataron toda la secuencia de terror de Estado que vivieron en las dos jornadas, en coincidencia no solo con el testimonio de Paz sino con el de todos los sobrevivientes que han pasado por la sala de audiencias. Esas mismas torturas que luego intentaron denunciar la única vez que cada uno de ellos estuvo frente a Larrambebere, y también en el juicio oral donde fueron condenados. En el mejor de los casos les dijeron que había causa paralelas, que nunca avanzaron como la que los condenó. En otras directamente acusan a Larrambebere de ordenarle a un guardia: “Sacame a esta basura de acá”.
Sobre el cierre de la jornada, cuando los jueces agradecían y despedían a Claudio Rodríguez, Dibu, como le dicen sus compañeros/as, pidió unos minutos para recuperar una historia familiar: “Una noche de febrero de 1977, un grupo de tareas entró a mi casa y secuestró a mi papá”. Osvaldo Roberto Rodríguez integra la lista de personas desaparecidas durante el Terrorismo de Estado en la última dictadura militar. Sus restos fueron identificados en 2014. Estaba enterrado como NN en el Cementerio de Avellaneda. “Ojalá podamos en algún momento saber qué hicieron con nuestros compañeros desaparecidos en La Tablada”, cerró antes de retirarse envuelto en aplausos, como todos los demás.

El expediente Larrambebere

Como viene sucediendo desde que el exmilitar César Ariel Quiroga contó que le hicieron firmar una declaración trucha en el juzgado de Gerardo Larrambebere, en 1990, buena parte de los testimonios dan cuenta de la trama de ocultamiento judicial que habría respaldado vía expediente la historia oficial. En lo que pareció un esfuerzo desesperado por dar vuelta el envión del juicio contra Arrillaga, su defensor pidió la citación como testigo del exjuez. No es habitual que un magistrado de más o menos reciente jubilación como Larrambebere, tenga que sentarse a dar cuenta de un expediente de instrucción que involucra el posible ocultamiento de cuatro desapariciones y quizá también varias ejecuciones sumarias.
La querella, a través del abogado Pablo Llonto, se negó al pedido de la defensa argumentando, esencialmente, que el exmagistrado, más que como testigo, podría ser llamado como futuro imputado. Llonto anunció que al finalizar este juicio denunciarán la situación del expediente Larrambebere en el juzgado de Morón.
Al haber dos posiciones enfrentadas, el tribunal se retiró a deliberar y rechazó el pedido de la defensa de Arrillaga, con el argumento técnico de la presentación fuera de término: las testimoniales se piden antes del comienzo del juicio, y solo se puede pedir un testigo nuevo si apareciera nueva prueba.
El juicio continuará el próximo viernes, con dos militares y Joaquín Ramos, militante del MTP, como testigos. Se acerca el aniversario 30 de los hechos que se juzgan. Y quizá también se acerque un poco de justicia.

*Este diario del juicio por los desaparecidos de La Tablada es una herramienta llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva y Agencia Paco Urondo, con la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en http://desaparecidosdelatablada.blogspot.com