—¿Qué hiciste en ese caso?
—Participé del auto de procesamiento, con varios más. Había varios secretarios, Montenegro también. Se discutían temas, se tiraban ideas y el juez terminaba decidiendo. Después intervine firmando en la causa de Iván Ruiz y José Alejandro Díaz. No recuerdo si tome alguna declaración pero estaba al tanto. Creo que alguna tomé. Me acuerdo que en los medios decían que los habían sacado el día anterior y qué había pasado con ellos. Acordamos con el juez qué era lo que correspondía hacer, era hacer todo el recorrido con las personas que identificaban que sacaban a estos dos tipos, que después no aparecieron, y empezar a preguntar. Por lo que recuerdo terminó en una persona que no recuerdo su nombre…
—¿El Mayor Varando?
—Puede que sea. Si era ambulanciero sí. No, Varando no fue porque al último que se lo entregan, según las declaraciones de los militares, fue un tipo que murió ¡Ay!, tengo el nombre en la punta de la lengua. Había fallecido en combate. Con lo cual ¿cómo hacíamos para preguntarle? Era un sargento ayudante… Esquivel, creo que era Esquivel. No había alternativa de prosecución de la investigación.
Los que preguntan son Pablo Waisberg y Felipe Celesia. El que responde, mezclando datos, es Alberto Nisman. Es una entrevista más en el intento por redondear la exhaustiva investigación que tomará luego forma de libro: La Tablada, a vencer o morir, que está presentada como prueba en la causa.
Más allá del pintoresco personaje al que estaban visitando, los periodistas seguramente no sabrían que esa entrevista podría releerse de otra manera durante el juicio actual, a tal punto de llegar a convertirse en un aporte importante para que la justicia reafirme, al final de este primer juicio, lo que familiares y sobrevivientes siempre sostuvieron: hubo violaciones a los derechos humanos en el operativo del ejército que recuperó el RIM 3 de La Tablada.
Del diálogo pueden recortarse algunas relecturas sabrosas, aun en la confusión de Nisman en su relato. En la respuesta citada, el fiscal parece no recordar el nombre de la persona a la que le entregan, según la versión oficial, a Díaz y a Ruiz con vida. Dice no recordarlo, por lo que lo ayudan aportando el nombre de Varando (fallecido hace algunos años). Cuando Nisman responde habla del ambulanciero, que resulta ser el ambulanciero que habló en la tercera jornada del juicio. Es César Ariel Quiroga, que denunció ante el Tribunal Nº4 de San Martín haber firmado una declaración que contenían hechos que no vio. Sin embargo Nisman no lo nombra y se enrosca con sus respuestas olvidadizas, hasta que tira el nombre de Esquivel, el oficial muerto en combate, pero al que la historia oficial intentó hacer aparecer como muerto por Ruiz y Díaz en su inverosímil huída.
Nisman mezcla nombres y tareas en su respuesta. Todas las explicaciones siempre condujeron a Esquivel, porque como está muerto no podría contrariar la historia oficial. No nombran nunca a Quiroga. Ni el fiscal muerto; ni Jorge Halperín, el tercero del imputado Arrillaga que ya declaró en el juicio, ni Varando cuando comenzó a ser acusado, nombran a Quiroga. Quizá sea porque Quiroga está vivo. O tal vez porque recuerden lo que pasó mientras le tomaban declaración en el juzgado de Larrambebere, poco después del hecho, y que Quiroga soltó inesperadamente durante su histórica declaración en este juicio.
—Yo no dije eso , cuenta que dijo ante el secretario.
—Este es un trámite que hay que hacer por si en algún momento alguien reclama algo. Y hay que hacerlo y firmar, por la institución —, le respondió el oficial auditor, Teniente González Roberts, luego de sacarlo de la sala para justificarle la mentira.
El resto es historia más conocida ahora, Quiroga firmó igual, porque apenas tenía 23 años, quería seguir en la fuerza, y no resistió las presiones. Tal vez todos los implicados en aquella declaración que no se ajustaba a la verdad recuerden aquella advertencia en forma de incomodidad explícita de Quiroga. No resulta una locura pensar que han intentado mantenerlo al margen del relato porque siempre recordaron sus dudas al firmar la declaración falsa. Aun cuando su rol en la historia inventada fuera ni más ni menos que entregar vivos a Ruiz y Díaz, por orden de Varando, a Esquivel.
Pero aquel Quiroga al que nadie nombra, salvo en las declaraciones judiciales que intentaron armar la verdad ficticia sobre La Tablada, es ahora la pieza clave que destruye el cuento. Cuando desmiente la versión del ejército, lo que hace también es desnudar la construcción que se acaba de desmoronar, una verdadera trama de encubrimiento desde el Estado, con varias patas, al menos dos: la militar y la judicial.
—¿Qué les planteó Larrambebere?, le consultan los periodistas a Nisman.
—Investigar a fondo. Yo ingresé con la cosa ya iniciada. Fui a Tablada mucho después. Pero las primeras directivas de Larrambebere no las conozco porque yo estaba fuera del país. Cuando entro, ya el camino estaba tomado.
Lo que si recuerdo era que Larrambebere era muy nuevo en el juzgado. Juró el 18 o 20 de diciembre. Esto me lo contó otro empleado, Cristian Schmuckler. Dijo que llega Larrambebere a la mañana al juzgado, que escucha por la radio … Era un tipo que venía de la Corte. Secretario del Pepe Dibur en un juzgado federal, con lo cual Morón era como Bangladesh para él. Recuerdo que una vez tomé el tren con él porque yo vivía en Once y para el tipo era como ir al far west (se agarra de la silla y hace gestos de mirar a todos lados con una mezcla de asombro y precaución).
Entonces, lo que me cuenta Cristian es que fue a hablar con Larrambebere y ni bien entra al despacho, le dice “che, qué mala suerte que tiene Piotti”, que en ese momento era juez federal de San Isidro. Cristian ya sabía lo que decía el juez pero era un empleado, muy ubicado, y le dice “perdón doctor ¿por qué Piotti?”; “¿y no viste el quilombo este de La Tablada?”; “Pero no doctor, La Tablada es suya”. Dice que el salto que pegó (de la silla) fue hasta acá (pone la mano a medio metro del asiento). Él ahí se entera que era el juez de La Tablada. Y al poco tiempo lo empiezan a llamar por teléfono. Estaba loco. Decía “no puedo creer la suerte que tengo! Juré hace veinte días!”.
Alberto Nisman habla acelerado, evita algunas letras, tiene el reconocible tono de aquel que se cree distinguido. Es 27 de agosto de 2012 cuando el ya fiscal de la Unidad Especial AMIA los recibe en un edificio del centro porteño, sobre la calle Hipólito Yrigoyen. El acuerdo es que la entrevista se realice en off; es decir que Waisberg y Celesia no lo nombrarán en el libro, aunque sí citen algunas partes del diálogo. Sin embargo, en la segunda audiencia del primer juicio por los desaparecidos de La Tablada, que se reanudará mañana jueves 3 de enero, Pablo Waisberg develó la fuente. Ante la insistencia de Hernán Silva, abogado defensor del General Arrillaga, para que entregara su fuente militar, Waisberg se apegó al derecho de los periodistas para no develarla. Sin embargo sorprendió a las partes y al tribunal cuando dijo que sí se sentía liberado de citar una fuente porque su muerte lo habilitaba a hacerlo. Ciertamente fue importante que Waisberg citara a Nisman. El tribunal le preguntó si conservaba la grabación de la charla. El periodista dijo que sí y aceptó la propuesta de dejarla para que las partes pudieran escucharla. En ese momento, cuando todavía no había declarado Quiroga, el pedido parecía más una nota de color, matizada quizás hasta de cierta curiosidad farandulera; luego de la declaración del exmilitar que destruyó la versión oficial, cada palabra de Nisman merece una relectura, pero sobre todas las cosas, pone la mira sobre quien era el juez de Morón en aquel momento, Gerardo Larrambebere.
—Hubo un pequeño escandalete porque uno de los conscriptos dijo que ensayó audiencias en el Edificio Libertador –preguntaron los autores del libro sobre La Tablada.
—Algo me acuerdo. Estuve en la audiencia y me acuerdo la respuesta del fiscal Quiroga. Creo que lo que dijo es que no estaba probado que así fuere pero que si así fuere… a ver si te digo ”vamos a ensayar tu declaración” no hay delito, delito hay cuando te digo “hay que agregar tal o cual cosa o cambiar esto”. Si yo practico lo que ya tengo decidido decir ante un juicio, incluso ante veinte personas, no es lo ideal, pero no hay delito.
“Delito hay cuando te digo hay que agregar tal o cual cosa o cambiar esto”, dice Nisman. Justamente fue lo que hicieron con el testigo César Quiroga. Vuelve a la cabeza la imagen del tipo encorvado por el peso de la mentira de 30 años cargada en sus espaldas, sentado frente al tribunal, decidido a contar la verdad. Otra vez aparece la foto del cuerpo que va sintiendo el alivio y luego se ve erguido. Una vez más, aparece la sensación de que la verdad siempre sobrevive, aunque intenten torturarla con la peor de las prácticas, las del Terrorismo de Estado.
*Este diario del juicio por los desaparecidos de La Tablada es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva y Agencia Paco Urondo, con la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en http://desaparecidosdelatablada.blogspot.com