De este lado del arroyo, caballos, gallinas, perros, carros viejos, casas con pisos de tierra, pastizales llenos de basura, calles sin asfalto y la hamaca que pende de un árbol se entrelazan en el barrio de Alejandra. “Usted me pregunta si acá nos inundamos: ¡Hasta el cogote, don! Hace no sé cuánto tiempo que dicen que van a hacer las obras, pero ¿usted las vio terminadas? Yo tampoco. ¿Y qué hicieron con la plata para las obras? Se la robaron, pero ellos nunca van presos. En cana van nuestros hijos, a quienes no ayudaron cuando tenían todos los problema de la miseria. Nosotros después de cada inundación nos pasamos días enteros arriba del techo, pasa una lancha que nos trae pañales y unas viandas. Y después nos quedamos en el barro mucho tiempo. Tenemos que matar las víboras a machetazos”, cuenta la mujer.
La mamá del Noni habló personalmente con el actual intendente para pedirle trabajo, ella es joven y fuerte aún. “De lo que sea”, le reclamó cómo antes se lo había solicitado para el “Noni”. Pero Javier Martínez, actual mandatario municipal, le ofreció “una truchada. Me dijo ‘vos traeme un certificado como que estás enferma y te doy un subsidio por única vez de cuatro mil pesos’. Este pigmeo no entiende que yo no estoy enferma. ¡No estoy enferma, necesito trabajo! Yo puedo cocinar en los comedores, barrer, limpiar, en muchos lados. Nosotros somos diez a comer todos los días. A gatas si sobrevivimos armando broches. Y pagan monedas por este trabajo. Cada cajón lo llenás con mil y pico de broches, rompiéndote los dedos y te lo pagan treinta pesos miserables”.
COMO BOLITA DE PURRETE ARRABALER0
La vida del “Noni” fue una sucesión ininterrumpida de ataques por parte sistema que no lo incluyó para ningún beneficio aunque le robó todos sus derechos. Pasó por varias cárceles para pibes, llamados “Institutos de Menores” en la provincia de Buenos Aires. Y, desde muy chico sufrió esas “tumbas” reservadas a los más vulnerados. Ni psicóloga, ni trabajadora social, ni tratamientos para las adicciones ni espacios de cultura o deportes. Palos y rejas. Garroterapia pura y dura.
Por eso, resulta preciso el nombre “El sistema de la crueldad”, con que la Comisión Provincial por la Memoria denomina a sus informes anuales sobre los sitios de encierro. Allí, malviven y malmueren más de 43 mil presos y cautivas, cuando la capacidad según los estándares internacionales solo permitiría la privación de la libertad de 20 mil seres humanos: 7 metros cuadrados por cada detenidx. Y eso imaginando, con gran esfuerzo, que las rejas sirvieran para algo positivo. Porque allí se humilla todas las horas, se tortura todos los minutos y se verduguea cada segundo. El “Noni” no escapó a esta lógica implacable del Servicio Penitenciario Bonaerense que asume la represión directa o la terceriza, según conveniencia, con los cautivos reclutados. De ese modo, tras un tremendo palazo en los testículos, el “Noni” quedó estéril a los 21 años.
Sin embargo, las ansias de ser papá el joven las resolvió a puro corazón. “Dos días antes de ser asesinado en la comisaría, el “Noni” le dijo a una de sus novias, porque tenía dos, ‘vamos que le voy a dar el apellido a la nena’. Y así es que Francesca lleva hoy el apellido Cabrera”, dice Alejandra.
Juan José “Noni” Cabrera, nació en el Hospital San José por parto normal y, curiosamente, ya tenía un gran diente. “Cuando le fui a dar la teta lo llamé al doctor, que me dijo que no me asustara, que era un diente de leche que iba a caer. Apenas lo vio el padre le puso “Tiburón”. Después le quedó Noni. Era muy llorón y, con ese diente, parecía un viejito”, recuerda Alejandra.
La infancia del “Noni” transcurrió un tanto en las calles y otro tanto ayudando al padre en los trabajos. “Desde chiquito cargó tierra para el horno de barro donde hacían ladrillos. El padre tenía chanchos, andaban en carro para buscarles comida en las verdulerías y traer leña. Y para acarrear los ladrillos tenían una chata. Nosotros vivíamos allá, atrás del barrio Túpac Amaru. El “Noni” laburaba, pero después empezó a andar en la calle, a sentarse en la esquina con los pibes, a fumar porro y a quedarse a dormir por ahí. El padre salía a buscarlo cada dos por tres y lo traía”, narra Alejandra.
VIOLENCIAS
A los saltos, como zapallo en carro, empezó a vivir Alejandra. “Yo me crié con mi mamá, mi padrastro y tres hermanos más chicos. Me fui de mi casa a los dieciséis años porque mi mamá nos pegaba. A Diego, mi primer hijo, lo tuve como a los 17. Me junté con el padre de ellos que también me pegaba a lo loco. Seis de mis diez hijos son de él. ¡Me daba unos palizones! Un día me fui de él, a los 28 años. Era insoportable. Después viví con otro hombre que también lo mataron en la comisaría 1°, lo quemaron envuelto en un colchón. Y más adelante volví con Cabrera, ya no volvió a ser violento, pero al poquito tiempo murió de un infarto. Y cuando falleció vendimos todo”, afirma la mamá del “Noni”.
Luego, esta mujer aguerrida sufrió la muerte de hija Lohana de 13 años, en 2016, “en una pelea vecinal”, y como si no le faltaran ramalazos, su hijo Diego se halla preso en un penal de la provincia, después de pasar por varios campos de concentración Siglo XXI, adonde su madre lo visita en ocasiones haciendo dedo e inventando distintos malabares para llevarle comida y agua. “Porque a veces ni agua le dan, don”, revela la madre de Diego.
Más adelante, Alejandra señala que “para Diego también es un calvario llevar el apellido Cabrera. Me lo tienen en un sucucho de 2 × 2. Yo les pido que me lo cambien de ahí, a un lugar donde se pueda cocinar, que tenga agua. Pero no me dan bola. Que se metan ellos cinco minutos ahí donde está preso mi hijo a ver si les va a gustar. Por más que haya robado o no lo haya hecho, es mi hijo y voy a pelear por él. A mí no me importa ir y romperles todo, que me dejen en cana pero a mi hijo me lo van a sacar de ahí. Lo tienen como un perro, se baña cuando a ellos se les ocurre, no lo dejan ni ir a un patio. Lo único que tiene es un lugarcito para tomar mate. Y recién a las ocho de la mañana le dan un poco de agua, si tienen ganas. No le dejan tener ni un fuelle (calentador tumbero). Y así pasa meses en esos buzones de porquería. Una vez yo corté la ruta porque lo estaban matando, ¿y qué hizo la policía? Me querían hacer una causa por cortar la ruta. ¡Pero si nadie me daba bolilla! ¡Encima, vino el comisario de la 2ª y quería pegarle a mi hija, el muy hijo de puta!
Cada visita a Diego lleva varias horas de viaje y otras tantas haciendo fila, bajo, el rayo del sol hasta ingresar. Es uno de los modos con que el SPB extiende la condena a la familia de los detenidos. “Tenemos solo una hora de visita y cuando entro la comida que le llevé ya está medio descompuesta por el calor. Por eso me intoxiqué el otro día con una mayonesa, – describe Alejandra -. Diego está mal allí, si yo me intoxico me puedo hacer curar porque estoy afuera, pero a él ni a la enfermería lo llevan. Varias veces lo lastimaron a golpes y facazos (puñaladas) y hasta le dispararon ocho balazos de goma en las piernas. Vivo con el corazón en la boca. No quiero perder a otro hijo más. Con él se ensañan porque es Cabrera y porque nosotros somos de protestar, de hacerles kilombo. Y como mis hijos son Cabrera, ni al “Noni” ni a Diego ningún juez le dio algún beneficio. Jamás. A eso sumale que soy una de la madres de Justicia x los 7, que nos manifestamos contra la policía”.
A su vez, Alejandra recuerda con rabia que tras una pelea en el áspero barrio que habita, una de sus hijas estuvo detenida algunos días: “Y estos malditos violadores se hacían los galanes. Le decían que si necesitaba ayuda para bañarse que la pidiera nomás. Eran todos masculinos no había ninguna femenina y no la dejaban en paz durante toda la noche. Esa es la policía que muchos defienden y nos atacan a nosotros”, sostiene la madre.
CON SAÑA Y PREMEDITACIÓN
Un día antes de la Masacre, el miércoles 1 de marzo de 2017, La Bonaerense detuvo al “Noni”: “Me fui a la comisaría a verlo y me encuentro con que lo tenían en el suelo, todo roto y esposado atrás – cuenta Alejandra-. Pregunté por qué y me dijeron que por una infracción de tránsito y, además, que le habían encontrado una réplica de pistola 9 mm. Lo cierto es que lo debían largar, porque así estaba dispuesto y no lo hicieron porque tenían que llevarlo al hospital. Pero no lo llevaron el mismo miércoles, pasó toda la noche a los gritos, herido, pidiendo que lo asistan. Recién el jueves lo llevaron, primero al hospital y después a la fiscalía. Yo le había llevado ropa, ojotas, champú, comida, gaseosas y cigarrillos pero no me dejaron entrar a verlo ni jamás le dieron las cosas. No lo vi más. Mi hijo tenía que salir a las dos de la tarde, la masacre comenzó a las seis. Él ya tenía la libertad, pero ellos tenían todo planeado, a él se la querían dar porque la policía lo odiaba, se la tenían jurada, adonde lo veían lo corrían o lo encerraban por nada. Era así. Ellos ya sabían, estaba todo arreglado y mi hijo les cayó justo para la masacre, les vino al pelo. Unos días antes los venían amenazando a los pibes, incluso se rumoreaba en algunos penales que la policía decía que los iban a matar. Cuando cayó mi hijo, a la policía les vino como anillo al dedo y ahí los mataron a todos. El comisario Donza daba las órdenes pero todos son grandes verdugos. Después mintieron “que la pelea”, “que el motín” pero ya tenían preparada la masacre”.
CUESTIÓN DE FE
La mujer se quiebra al evocar que al “Noni” le gustaba la cocina: “Yo le lavaba las cosas y después se arreglaba él sólo, porque no le gustaba que se metan cuando él lo cocinaba. Nos preparaba guisos y postres muy buenos, muy bien hechos”, refiere y rememora que tomaba mate junto a su hijo durante largas charlas.
Y, a la vez, Alejandra dirá que no cree “ni un poquito así”, en la Justicia: “Todos los logros fueron alcanzados con luchas, con marchas y tantas cosas que se hicieron. Por eso yo estoy agradecida a las madres que pusieron el cuerpo y a quienes nos ponen el hombro. A los pibes, a Nora Cortiñas y Pérez Esquivel, a la CPM y a tantos familiares que se vinieron desde lejos a apoyar, porque tuvimos un año durísimo.
Por momentos, la mujer se queda ensimismada en sus pensamientos y expresará, con certidumbre, que ella no cree en Dios y que ni se le arrodilla ni le reza.
Al mismo tiempo, Alejandra recuerda que el “Noni”, “influenciado por una novia”, tomó la decisión de virar la devoción que sentía por el Gauchito Gil y la dirigió a San La Muerte. Como se sabe, ambos santos milagreros son masivamente venerados en las creencias populares, pero para Alejandra no fue bueno el cambio que consumó el “Noni”. Por eso, ella no modificó su fe. Regularmente, asiste al santuario del Gauchito Gil, le ofrenda vino tinto y le enciende cigarrillos. “Le pido que me proteja a Diego, a mis otros hijos, a todas nosotras, las madres y los familiares de los pibes. Muchas veces hablo con el “Noni” y también le ruego que nos ayude. Ni a Dios, ni a los curas, ni a nadie le pido nada. Solo a ellos dos. Porque a veces siento un desamparo muy grande, siento que el mundo no está hecho para nosotros. Por eso le pido al “Noni” y al Gauchito Gil. Y si no, ¿quién más nos va a proteger?”.
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(Esta entrevista forma parte de la serie que la APL realizará con familiares y amigos de los 7 pibes asesinados en la Masacre de Pergamino)