Anoche, esperando el mensaje que ratificara lo que no queríamos que sucediera, que esta vez no había podido, recordábamos que en tantas entrevistas que le hicimos al aire, no registramos que nos haya contado su propia historia durante el Terrorismo de Estado. Porque también le había ganado ese mano a mano desigual a la muerte en forma de milicos genocidas. Nunca nos contó su propia historia. Siempre hablamos de Jorge Julio López, de Luciano Arruga, siempre de otras personas. Eso puede hablar mal de nuestra faceta periodísitca, es probable; pero lo que vale aquí es su propio interés por hablar de los demás. Esa era su lucha. No es que nos parezca mal dar testimonio en primera persona, al contrario, propiciamos que se escuchen todo el tiempo. Pero su lucha era colectiva.
Nilda tenía una manera de hablar que la hacía única, inconfundible. Captaba la atención pero no de un modo tradicional. No gritaba cuando la entrevistaban. No levantaba la voz, nunca. Pero subrayaba lo que quería a su manera. Nilda resaltaba con silencios. Hacía largas pausas para colorear lo que acababa de decir. Y esos silencios valían en muchas ocasiones más que cualquier serie de palabras exquisitas ordenadas por varias de las personas con mejor oratoria que podamos conocer. En su discurso no había grandes gestualidades, tonos cambiantes, ni histrionismo. Era casi monocorde. Pero sus silencios sonaban tan atractivos como sus palabras. No deja de ser una paradoja tratándose de alguien que precisamente, por haber sobrevivido al Terrorismo de Estado, tuvo que romper el silencio ante oídos no siempre amigables para con las personas que dan testimonio de aquellas épocas.
Nilda, como parte de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, iba de aquí para allá persiguiendo injusticias. En el último tiempo la podías ver en Formosa visitando al wichí Agustín Santillán o en Esquel con el mapuche Facundo Jones Huala; solo por citar dos de sus viajes recientes como parte del Encuentro Memoria Verdad y Justicia. No se quedó estática en su lucha contra la muerte genocida.
Seguramente estará presente en el Segundo Encuentro por los Derechos Humanos y contra la Impunidad, que se hará el 25 y 26 de este mes en la Facultad de Ciencias Sociales. Lo propuso ella en una reunión hace casi dos años en el Espacio Luciano Arruga.
Esta vez no le pudo ganar a la muerte. Quién sabe si aquellas otras batallas que libró no le habrán pasado factura. Es difícil saberlo. Sí es cierto que los cuerpos de los y las sobrevivientes del Terrorismo de Estado suelen doler, pesar y arder.
Mientras tanto, el abuelito genocida Miguel Etchecolatz sigue intentando volver a su casa. Cómo no pensar que la muerte en un mundo injusto no puede ser más que injusta. Y cómo no odiarla con todas nuestras fuerzas cuando se nos ríe en la cara por haberse llevado a gente como Nilda Eloy. Será cuestión de seguir luchando por otras personas, como hizo ella. Será un poco más difícil sin Nilda. Algún día será que podamos cambiar, no la muerte, que es una batalla perdida, sino el mundo injusto que la hace injusta.