–Desde hace ya unos cuantos años se convirtió en una de las principales referentes para muchos luchadores argentinos. ¿Cómo impactó en su vida que la llamen para estar presente en tantos sitios?
–Me genera una gran responsabilidad. El paso de los años hizo que se afianzara en mí una ideología que es de izquierda, independiente de cualquier partido. Y eso hace más amplio el horizonte. Yo levanto la bandera de los 30.000. Las Madres comprobamos que, por ejemplo, en un juicio donde a un joven o a un trabajador le «plantan» una causa porque es un luchador popular, si vamos dos Madres y estamos sentaditas escuchando nada más en la audiencia, los jueces lo sienten como una presión si van a fallar algo indebido. Eso pasa porque hay un reconocimiento, entonces tenés más compromiso para ir cuando te llaman, dejando todo para tratar de que no se cometa una injusticia.
–¿Nunca le abrumó tanta responsabilidad?
–Sí, a veces me abruma. Cuando uno llega a la casa y encuentra llamados: «Mañana te necesitamos en tal lado, pasado mañana tal otra cosa», a veces son dos actividades a la misma hora y vos no sabés adónde ir. Por momentos me siento abrumada y tengo que sentarme a reflexionar mucho sobre lo que haré. Estoy leyendo La poética de la fragilidad y descubrí que interiormente soy frágil. Las Madres, en un sentido, lo somos. Pero resulta que también tenemos la rebeldía y la fuerza que nos da la batalla de todos los días por esa verdad y esa justicia. En la fragilidad te sentís azorada, como cuando veo que hay 100.000 o 200.000 personas que me van a escuchar decir unas palabras, parece como demasiado para lo que uno se imaginaba. Pero bueno, esto es militancia y así la asumo. Hace unos días marchamos con las madres cuyos hijos fueron asesinados por la policía del gatillo fácil. Entre ellas estaba Raquel Alegre –mamá de Luciano Arruga– y sentí un gran honor que me pidieran que inicie el acto porque somos hermanas en el dolor y en la lucha para que no sigan matando a nuestros pibes ni secuestrando a nuestras pibas para la trata.
–¿Cómo es un día común en su vida?
– Me levanto, me hago el café con una cafeterita italiana que sirve para un solo pocillo. No debo tomar más de uno. Me hago una tostada y media con un pan de semillas muy rico, con queso crema y una mermelada que no es muy dulce por la diabetes. Así me preparo, porque ya sé que tengo 10 o 15 llamadas a las que dar respuestas. Luego me ducho, miro mis plantas, las riego y ya me armo el recorrido que haré ese día. Hago los mandados, voy a la panadería, la verdulería, porque yo sigo comprando todo en el barrio.
–¿Vive sola?
–Sí, me cocino yo misma y limpio la casa también. De alguna cosa grande como las lajas del piso del patio se encarga una señora que viene una vez a la semana. Y como vivo solita saco la tierra cuando se me da la gana. Algún día fui una loca de la limpieza, de esas que enloquecen a la familia con que esté todo brillante, pero después que se llevaron a Gustavo ya no me interesó. Ah, y cocinaba muy bien.
–¿Tenía especialidades?
–Sí, ravioles con un relleno que aprendí de mi suegra, con seso, salchicha, espinaca, mucho queso provolone y algún ajito. Y el estofado de peceto o de pollo. También la paella a la valenciana. Estoy alejada hace rato de todo eso. Los ravioles caseros los hacía acompañada de Gustavo, a él le gustaba ayudarme. Ahora mi especialidad son los buñuelitos de espinaca para mis nietos.
–¿Trabajó afuera de joven?
–Tenía alumnas de alta costura en casa. Alguna vez cosí algo de alguna clienta. Es que mi marido era muy patriarcal. No quería que yo trabajara y tuviera mi «poder económico». Él fue empleado público desde los 13 años, pero siempre tuvo un trabajo extra para los gustos de la familia. Siempre fue muy laburador y a la vez muy machista.
–Habló en diversos actos feministas y cerró en el de NiUnaMenos…
–Sí. Y me eligieron por unanimidad. Dicen que fue en lo único que no hubo discusión. Me halaga y me conmueve porque nunca fui feminista, me crié en un hogar machista. Cuando me llevaron a Gustavo rompí con todos los cánones de mujer sometida a las decisiones del hombre. Hoy me considero feminista. No lo era antes porque creía que tenía deberes como mamá, esposa y ama de casa. Un día vi que tenía derechos. Antes no entendía el feminismo, no es que ahora lo entiendo del todo. Creo que nos falta crecer más, tener más fuerza para detener los femicidios, porque después de cada marcha nos siguen matando mujeres. Hay que buscar nuevas estrategias.
–¿Por ejemplo?
–Hacerle entender al hombre que no puede ser un asesino por odio hacia la mujer, porque allí los hombres dejan de ser seres humanos. Acá no es cuestión de celos u otras cosas, es un odio que lo tienen adentro y con el que hay que terminar de alguna manera, conversar, tener más diálogo. Yo sé que hay buenas personas y no creí nunca que hubiera separación entre el hombre y la mujer para reflexionar sobre estas cosas. A veces algunas de mis amigas feministas no quieren incluir a hombres en algunos grupos. Si nos separamos de los hombres, entonces somos la mitad. El mejor camino es el diálogo y la reflexión conjunta, pensar que todos somos seres humanos. El femicidio lo comete un individuo que perdió esa esencia de ser humano y se transforma en bestia, allí no hay excusas.
–Hace unos meses estuvo en las Islas Malvinas, junto con Adolfo Pérez Esquivel y otros dirigentes de la Comisión Provincial por la Memoria. ¿Cómo fue la experiencia?
–Muy emocionante: Nunca imaginé que iba a estar en las Malvinas. Ni bien llegamos sentimos el rechazo de ese pueblo dominado. Y todas las vidrieras y los ómnibus tenían esos carteles: «Go home». Nosotros fuimos a hacer un homenaje a todos los caídos, los nuestros, los de ellos, y a sentar un precedente para que esas 123 tumbas NN tuvieran una identidad. Y en el aeroparque, al regreso, un grupo de gente irascible nos insultó.
–¿Por qué?
–Fuimos con un excombatiente que nos iba contando lo que pasó y esta gente estaba resguardando a los militares genocidas que los llevaron forzadamente a los chicos y los torturaron. Qué ironía: una guerra con un país extranjero en la que las torturas que sufrieron los pibes se las infligieron militares argentinos que ya habían estado en la represión y los mataron de hambre y de frio. Sucede que aparecieron tumbas sin cuerpos y con un nombre ficticio. Mejor dicho, tenían un cartel que rezaba: «Solo Dios conoce este nombre». Yo creo que algunos, dirigidos por los militares, no querían que se descubriera que ahí pusieron lo que se les dio la gana, sin su verdadera identidad siquiera. Y por eso también nos dieron ese «recibimiento». Mientras tanto los militares zafan de ser enjuiciados por el delito de haber torturado y violado la verdadera identidad de los pibes que murieron.
–¿De qué modo evalúa la reacción de grandes sectores de la sociedad con el tema del 2×1 a los genocidas y ahora con la desaparición de Santiago Maldonado?
–Lo veo como una expresión de que una parte de la sociedad se concientizó. Cuando empezó la dictadura muchos no entendían la lucha que llevábamos adelante. Después de tanto dolor y represión, la gente empezó a entender un poco más. Igual, hay sectores de la sociedad que son bastante fascistas y respaldan a este gobierno en el cual están todos los que apoyaron y financiaron a esa dictadura infame. Y una cosa que facilitó la llegada de estos al gobierno fue el partidismo político que enceguecía a la gente y aplaudía todo lo que hacía el kirchnerismo. Primero, si funcionarios de ese gobierno no hubieran robado, las cosas serían distintas, porque tuvimos logros, pero eso se desvió para actitudes de corrupción. Yo digo que tiene que haber una autocrítica de los kirchneristas respecto de (el general César) Milani, la Ley Antiterrorista, los muertos por gatillo fácil, la represión a los trabajadores, la persecución a las comunidades aborígenes, entre otros temas.
–¿Qué pasó por su corazón y por su cabeza cuando se enteró de lo ocurrido en el sur con Santiago?
–Sentí un terrible cimbronazo, porque desde el primer momento supimos que era un pibe joven, de veintiocho años, que era artesano. Enseguida la familia difundió el caso y los mapuches también a pesar de que viven perseguidos. Yo había estado en El Bolsón y vi las calles llenas de artesanos. Luego supe mucho sobre Santiago y escuché sus vivencias. Es un pibe hermoso. Revisando su mochila los hermanos encontraron sus escritos. Uno de ellos lo leyeron el otro día en la Plaza de Mayo, ahí te muestra que es un joven antiimperialista, solidario, que sueña con un mundo de libertad. Entonces, ¿por qué se lo llevaron a él? No fue al voleo. Lo eligieron para mandar un mensaje de terror: «A nadie se le ocurra ser solidario con los que reclaman sus tierras porque las tierras las manejamos nosotros y les va a pasar lo que le pasó a Santiago». Mirá, yo estuve en el lugar desde el que se lo llevaron. Él es muy querido y respetado. Hicieron lo mismo con Julio López. Por ahí se escuchan voces que dicen que lo de Julio López no fue igual porque no intervino directamente el Estado, pero sí lo fue, actuó la Bonaerense. El excomisario Etchecolaz decidió que había que hacerlo desaparecer nuevamente porque no querían que hubiera testigos de los campos de concentración. Creo que tratan de disciplinar a una parte de la población. ¿Molestan? Entonces hay que disciplinar. ¿Cómo? Con un ejemplo. Ahora no hay duda de que a Santiago se lo llevó la Gendarmería dirigida por funcionarios del gobierno, del Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich Pueyrredón, cuyo abuelo también fue un apropiador de tierras. Lástima que ella fue una militante en algún momento. Esta Bullrich reveló la identidad de un testigo protegido. Es tan mala persona, tan hipócrita y tan cretina que hasta hizo eso para marcarlo. Si al chico le pasa algo será ella la responsable. Pero ya no les importa nada, ni a ella ni a Macri. No tienen moral.
–¿Cómo juzga el papel de los grandes medios en este caso?
–Me indignan. Algunos dijeron «¿y si lo mató un mapuche?», fijate vos qué porquerías. Un domingo en un programa estaban hablando de Santiago y había un cartel permanente en la pantalla como que Santiago ya estaría muerto. Eso es espantoso, porque solo sirve para desmovilizar a la familia o como un mensaje a los organismos y todos nosotros para que no lo busquemos más. Pero no nos vamos a rendir nunca: Santiago tiene que aparecer con vida.
RECUADRO: “TANGOS QUE HACEN MAL”
–Te cuento algo: una vez con los compañeros de la Cátedra habíamos ido a una milonga donde se daban clases y después se bailaba. Yo fui muy buena bailarina. Me saca a bailar un compañero y en un momento me dice: «Nora, acá dirijo yo, porque vos te adelantás y hacés lo que querés y así no va». Le contesté: «Pero yo estoy harta de que dirijan los hombres». Me respondió: «Bueno, no vamos a poder seguir bailando entonces».
–¿Y qué le dijo?
–«Mala suerte».
–Pero le gustaba el tango…**
–Y sí, ¿cómo no me va a gustar? Pero la mayoría de los tangos son tan machistas, tan crueles que hay algunos que me duelen cuando los escucho aunque me encante su música y su cadencia, como «Afiches», por ejemplo, que dice: «Yo te di un hogar/ Siempre fui pobre pero yo te di un hogar /Se me gastaron las sonrisas de luchar/ Luchando para ti/Sangrando para ti/ Luego la verdad/Que es restregarse con arena el paladar/ Y ahogarse sin poder gritar/ Yo te di un hogar». Cuando escucho eso pienso: «¡Andate a la puta que te parió!: yo te lavé la ropa, yo te cociné y yo te planché».