El gordo y el flaco, el muy gordo y el muy flaco, hoy son tema de debate. La gorda y la flaca también. Antes podíamos decir “gordo” o “flaco” más allá de la balanza. Tenía más que ver con los afectos que con los kilos. No sé si hoy podría reírme con Stan y Oliver. Creo que no. Porque la obesidad me haría asociar con colesterol, arterioesclerosis, enfermedad cardíaca, trombosis cerebral. Y la delgadez con desnutrición, raquitismo, atrofia muscular, lesión cerebral.
El humor en los tiempos de la cultura represora también está atravesado por el horror. Siempre lo estuvo, por eso con ciertos temas no se podía ni se quería hacer chistes. Por ejemplo: con los torturados, desaparecidos, masacrados. Pero, excepto durante el terrorismo de estado, el horror y el terror no eran cotidianos. Quizá, y esto no deja de ser terrible, tampoco durante el terrorismo de Estado, o sea, cuando el Estado tiene el monopolio no sólo de la fuerza pública, sino también del terror, ese horror era cotidiano. Las víctimas lo sufrieron muy temprana y demasiado desgarradamente.
Los que siempre miran (miramos) por TV, no tanto. O casi nada. O muy poco. Fue necesario que viniera el principito para que el Cuarto Reich iniciado por Videla y que pretendía continuar Massera, se desplomara. Eso sí: con el plan “Democracia 12”. O sea: la democracia que llegó en cómodas cuotas. Casi año y medio para desalojar a la canalla traidora de todas las patrias. Los golpes de estado son al contado.
Hoy nuestra democracia, humorística denominación de la dictadura de la burguesía, amplía los plazos para seguir el plan de cuotas electorales para que nuestros verdugos sigan disfrutando de los beneficios del eterno resplandor de una democracia sin recuerdos. El gordo y el flaco son patéticas formas de expresar lo siniestro del consumo: por exceso o por defecto. Obeso mórbido, desnutrido crónico. Del humor al horror.
Cuando Alberto Morlachetti, Carlitos Cajade y el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo acuñaron la indeleble sentencia: “el hambre es un crimen”, marcaron a fuego la razón de nuestra vida. Que no es otra que impedir ese crimen de lesa humanidad, identificar a los criminales, evidenciarlos antes las mujeres y hombres de bien, y desterrarlos a cualquier tierra o cielo del nunca más y nunca jamás. Tarea colectiva. Difícil, muy difícil, pero posible, muy posible. Y tan posible es que está la Fundación Pelota de Trapo, que nos enseña que la ternura es un antídoto para neutralizar la crueldad. Las redes que luchan contra todas las formas de violencia institucional. Las radios comunitarias. Los emprendimientos autogestionarios. Las cooperativas de trabajo.
Si otro mundo es posible, entonces ese otro mundo es necesario. El hambre como convidado de piedra, el hambre como torturador cotidiano, el hambre como desgarro que no permite dormir y tampoco permite despertarse, el hambre que hace del frío y el calor martirios de mucho más que siete estaciones, ese hambre es el artificio más despreciable, más cobarde, más ruin de la cultura represora. Porque los bienes no son escasos, como sentencia el postulado de la economía clásica. Los bienes, todos los bienes, materiales o intangibles, son abundantes. Son escasos porque se eliminan los stocks. Ahora se denominan “verdulazos”.
La producción mundial de alimentos sigue siendo superavitaria. Pero hay obesos y hay desnutridos. Y no digamos que es un tema de “distribución”. Nadie acumula para luego distribuir. Lo que se ha enquistado es un proceso de acumulación del capital con una dimensión de inequidad que no puede ser pensada en una escala cotidiana. Para la gilada, trivago punto com. Hoteles más baratos. Para los dueños del planeta, el lavado de dinero comprando los hoteles que luego publicitaran en trivago punto com. Lavar dinero, lo cual cada es más difícil por el transporte y almacenamiento del “dinero físico”, es la confesión de parte de que todo ese dinero es sucio. Y los que lo han generado, sucios y malos, aunque sean lindos.
No creo que yo pueda volver a los tiempos en los cuales me reía con el gordo y el flaco. Ahora recuerdo que a mi madre le encantaban. Así que, además, era una risa edípica. En buena hora. Y también me doy cuenta, ahora mientras escribo, que de las cosas que más extraño de Alberto, el querido “Morla”, era que nos reíamos de las mismas cosas. Descubrir a dos años de su partida que además de maestro, compañero, amigo, era como una madre, no deja de ser inquietante. En buena hora.