El rostro del Che
(Por Bernardo Penoucos/ APe) Guevara, el mundo sigue siendo injusto como entonces y quizá más. Los pocos tienen todo, los todos tienen nada. Tu rostro se ha multiplicado y tal vez jamás te hubieses imaginado ir colgando boca abajo en un llavero o pegado en el vidrio de un auto importado, pero así son las cosas en este lado del tiempo.
Ya no nos desaparecen las dictaduras, sino las naturalizaciones de la desigualdad social que esas dictaduras lograron establecer, la guerra ya no la ganan los milicos sino la colonización de la subjetividades que a través de medios masivos se concretan y se administran.
La barba se ha puesto de moda y ya no representa ningún peligro explícito, como tampoco resulta peligroso andar hablando de vos justamente desde esos medios que antes te decía. La revolución hoy es totalmente gramatical y simbólica y, te digo, venimos perdiendo por goleada. Todo hoy es revolucionario, inclusive las plataformas electorales que proponen el hambre y el progreso indefinido. La derecha dice cambio y dice revolución, utilizando la dialéctica al mejor estilo hegeliano.
Pero a veces, Guevara, en alguna casita pobre de cualquier rancherío latinoamericano aparece tu retrato en blanco y negro en la cocina humilde y humeante de cualquier nadie, entonces ahí caemos todos en la cuenta de que no te moriste tan de gusto y no te quedaste tantos días y tantas lágrimas sin aire y sin pulmones entre el monte y el cielo, porque ese retrato y esa cocina porfiada te sigue naciendo, como esa gotita insustituible que se sigue oxigenando en la bravura inquieta de un río cualquiera.