Esta “santa cruzada” o “caza de brujas” contra los jóvenes de barrios populares ha comenzado hace tiempo ya, y se desarrolla cotidianamente en los espacios públicos; cualquier pibe de barrio que está sentado en una esquina tomando una birra o fumando un faso es secuestrado por los azules y llevado a una comisaría, donde permanece 2 o 3 días incomunicado y muchas veces es torturado.De la misma manera, mientras que en el juicio de “La Escuelita” en Neuquén los policías que formaron parte del plan sistemático de exterminio de los ’70 son absueltos, todos los días los mismos jueces condenan a 7, 10 años, o a perpetua, sin pruebas y sin ninguna garantía procesal, a cualquier pibe pobre sospechado de haber participado de un robo.Cristian Ibazeta fue una víctima más de esta política abierta de criminalización de la pobreza, porque él era pobre, y por lo tanto delincuente, y por lo tanto enemigo, y como tal, se encontraba “depositado” en una cárcel, en la Unidad de Detención Nro. 11 de Neuquén, cuando transcurría el año 2004.En abril de ese año, la madre de Cristian fue a visitarlo, a pesar de su esclerosis múltiple y su ceguera, pero cuando quiso ingresar la policía la sometió a una requisa abusiva, lo cual desató la furia de Cristian y de sus compañeros detenidos, quienes iniciaron una protesta que al poco tiempo fue abandonada. Una vez reducidos, más de 50 presos de cuatro pabellones de la U11 fueron sometidos a brutales torturas durante tres días consecutivos.Esos hechos fueron a juicio recién en el año 2010. Una vez en el tribunal, con 27 policías como imputados mirándolos, Cristian y sus compañeros contaron como esos señores sentados allí los torturaron durante más de 72 hs. sin parar. Sin embargo, la gran mayoría de los policías fueron absueltos, sólo dos de ellos fueron condenados a prisión efectiva y con penas muy leves. Zainuco como querellante apeló la sentencia, pero el Tribunal Superior de Justicia de Neuquén la confirmó porque, al parecer, los más de 35 presos que declararon en el juicio habían vivido una ilusión colectiva, nadie había sido torturado.Aun así, y a pesar de todo, Cristian no resignó su rebeldía; parecía que los palazos no lo doblegaban sino que, muy por el contrario, alimentaban su indignación, lo hacían más duro, perdía más y más el miedo a los borceguíes, a las marrocas (esposas) y a los palos. Es que si había que elegir un adjetivo que lo describiera era sin dudas el de ingobernable, pero este atributo suyo planteaba una profunda contradicción con el sistema carcelario: en las cárceles la policía gobierna mediante la violencia, es decir que, a mayor la insubordinación, mayor el nivel de crueldad desatado, y esa espiral no tiene solución de continuidad…El enfrentamiento de Cristian con la policía era diario, y esa actitud desafiante lo llevó a intentar 7 denuncias penales por apremios y torturas, todas extraviadas en el agujero negro de la burocracia judicial neuquina. Además de esas denuncias, hay otras tantas en otras provincias, fruto de la manera en que lo recibían en cada establecimiento penal del país que recorrió.El 21 de mayo de este año, al poco tiempo de regresar de la cárcel de Chaco y cuando sólo le restaba un mes de condena para acceder a las salidas transitorias, Cristian sufrió un brutal ataque de más de 25 puñaladas, falleciendo el 24 de ese mes, luego de agonizar por 3 días.A Cristian lo mata la policía como represalia por su rebeldía, y a su vez como escarmiento ejemplificador para quienes, como él, se atrevieran a desafiar la autoridad de la policía y su derecho absoluto a disponer de los cuerpos en el ámbito de una cárcel.