«Aprendí de mi hijo que el dolor de los demás es mío»

(Por Oscar Castelnovo/APL) “Es como si te pasaran, no uno, sino 10 tanques de guerra por encima”, afirmó Cristina, al referir al crimen de su hijo de 27 años, perpetrado el pasado 2 de marzo. “Sergi” – así lo llama- era el único que vivía con ella ya que Diego y Andrea habían formado su propias familias. Pero el paso de los tanques no lograron demolerla. Por el contrario, se produjeron en ella transformaciones que -se sabe- no extirparán nunca el dolor. Aunque sí la situaron en trincheras inimaginadas de otras dimensiones de mujer, que crecieron a ritmo vertiginoso para conquistar comarcas prohibidas. Ella proviene del espacio más tradicional y conservador que el patriarcado reserva a las mujeres: pasó por la primaria pupila en un colegio de monjas y, también, cursó la secundaria en una escuela religiosa. Luego se casó con Carlos Filiberto – ya fallecido-, padre de sus tres hijos, y estudió enfermería “solo para ser mejor mamá”. Pero hoy, por caso, puede cuestionar a las máximas autoridades del país y su política hacia los jóvenes. Puede preguntar – filosa- “¿A la gobernadora Vidal no se lo ocurrió durante sus timbreos en busca de votos llamar a alguna de las casas de las 7 familias que destrozó su policía en Pergamino?”. También puede organizarse en Justicia x los 7, marchar, aullar, elaborar documentos y dar un ejemplo de fortaleza. Aunque no haya un solo día que no hable y llore con “Fili” – así nombran los amigos a Sergio-, y busque redescubrirlo en las palabras que viven escritas en viejos papeles, donde él habla de su rebeldía, su pasión por el club Douglas Haig, la admiración por el Che Guevara, el amor a la familia y a sus amigos. Porque si “Fili” tenía un rasgo que lo marcó, ese era el culto a la amistad que cultivó desde niño. Sobre estos y otros temas, la APL dialogó con Cristina. Es la primera de las entrevistas que esta Agencia realizará con las familias y/o amigos de los 7 pibes, cuyas vidas truncaron los uniformados en sus calabozos de mala muerte, como parte del plan de extermino que el sistema dispuso para los más vulnerables.

“YO NO DELATO”

-Él iba a octavo grado y lo sancionaron con una suspensión, acusado de haber arrojado parte de un pupitre desde un primer piso al patio. Él no había sido, pero sí sabía quién lo había hecho. Así que se comió los tres días de suspensión sin ir a la escuela. Le dijo a la directora: “Yo no delato”. En una oportunidad, fue a un recital de La Renga, creo que en Córdoba. Sergi ya tenía paga la combi para ir. Uno de sus amigos, “El Oruga”, no tenía plata para la combi y se iba a ir a dedo. Sergi se quedó acompañándolo, hicieron dedo juntos y llegaron antes que la combi. Así era él, todo el tiempo, generoso con sus amigos y muy familiero. A muchos de los chicos los veía en el “Bar de Lucas”. Le gustaba ir a ahí porque abre hasta tarde, tiene mucha onda informal, juvenil y no es coqueto. En la primaria, Sergi tuvo la suerte de llevar la bandera bonaerense por haber sido el mejor compañero. No era el mejor alumno, pero nunca faltaba a la escuela porque era el lugar de encuentro con los suyos. Después de su partida los amigos se tatúan “Fili”, hacen pintadas con su imagen y sus frases en las paredes de la ciudad y hasta componen canciones como “El Fili de la UOM”, porque vivimos en los monoblocks construidos por ese gremio.

 

-¿Cómo era su relación con Douglas Haig?
-Era una de sus grandes pasiones. Recuerdo que hizo muchas de sus banderas. Iba a verlo jugara donde jugara. Cuando había partido, en el trabajo ya sabían que al día siguiente Sergi podía no ir, por la famosa previa y demás. Pero bueno, eso estaba dentro de lo que le permitían. No era sólo ir al partido, era todo el día: en la previa comían asado gracias a un carnicero copado que les vendía muy barato. Es el día de hoy que cuando voy a esa carnicería el hombre lo recuerda. Ganaran o perdieran, la cuestión era encontrarse con todos sus amigos y amigas, gritar, cantar juntos. Era una barra grande de “Fogoneros” (así le llaman a los hinchas de Douglas). A los ocho años, en el documento firmó “Sergio Filiberto DH”, por Douglas Haig. Ya de mayor de edad firmaba directamente Douglas Haig.

– Siempre referís a sus problemas de adicción. Un adicto es un ser angustiado, ¿qué le pasaba?
-No soportaba la hipocresía del mundo, le costaba mucho amoldarse a lo que él llamaba “los caretas”. Una vez fuimos a las Cataratas de Iguazú y él, que tenía 11 años, preguntó por qué teníamos que pagar para ver la naturaleza. Y si lo pensás a fondo, tiene toda la razón. Pero recién ahora lo entiendo. La secundaria fue un período difícil, peregrinó por varias escuelas. Después empezó a tener problemas con los psicofármacos, lo cual se acrecentó con la enfermedad y fallecimiento del padre hace ocho años. Lo golpeó mucho. Sergi no encajaba en este mundo. Le pasaba también con el trabajo, porque le parecía mal que la gente tenga que ir a laburar por dos mangos en vez de poder disfrutar un día de sol. Decía que trabajar tenía algo de esclavitud.

-¿En qué trabajaba?
-Primero en un correo privado, después en un taller de marroquinería que tenían los abuelos y en los últimos tres años y medio en el mismo hospital donde trabajo yo, el Interzonal de Agudos San José. Ahí estuvo como camillero hasta que se operó de la rodilla. También estuvo en Estadística, organizando las historias clínicas, dando turnos y esas tareas, y en el último tiempo era secretario en la Sala de Rehabilitación.

-¿De qué modo se ocupó el Estado de su enfermedad?
-Mirá, él pasó por todo. Era un chico muy payaso, que molestaba en clase porque hacía reír a los compañeros y las docentes se quejaban. Eso me preocupaba, así que lo llevé a un lugar que es para adolescentes. Ahí me dijeron que estaba perfecto, que lo que pasaba era que se aburría en la escuela y no le gustaba. Después, en un momento empecé a notarlo más raro y él me confesó que tenía problemas con la marihuana. Pasó por un Centro Provincial de Adicciones, donde íbamos con la familia. Más tarde fue al Centro de Adicciones Padre Galli, que es municipal. También tuvo psicólogas y psiquiatras particulares. Estos centros no ayudan como deberían, en el mejor de los casos actúan en la prevención. Pero cuando el problema ya está instalado, no pueden o no quieren hacer nada. Ahí cuestioné al intendente Javier Martínez, porque debieron actuar de otro modo con los jóvenes. Yo les pedí a las psiquiatras una internación y ellas me decían que no era necesario porque mi hijo podía mantener el trabajo y, además, no mostraba signos de suicida. Aunque yo soy la mamá y veía la conducta de él fuera del horario laboral. Es cierto que podía cumplir con el trabajo, pero vivía al límite, como jugando a la ruleta rusa. Yo nunca sabía cómo podía llegar. Llegué a ir al juzgado a pedir una internación compulsiva, pero uno de los requisitos era la firma de una psiquiatra y ninguna quiso hacerlo.

-¿Cuál fue la actitud de Martínez luego de la masacre?
-Nos citó para darnos el pésame a las madres, en forma individual. Le pregunté si conocía la Comisaría 1° y me dijo que no, porque es una institución provincial y no municipal. Le dije que debería conocerla porque los detenidos estaban hacinados, eran torturados, sus familias hostigadas y las condiciones de encierro eran inhumanas para nuestros hijos. Le dije que ninguna de las necesidades básicas de los presos estaban garantizadas por la justicia, que eso no podía seguir así. La policía será bonaerense, pero los que están encerrados allí son habitantes, ciudadanos de Pergamino. Queda claro que a él no le preocupaban.

TIMBREO EN BUSCA DEL VOTO
¿De qué modo actuaron la gobernadora María Eugenia Vidal , Patricia Bullrich Pueyrredón y Cristian Ritondo en su paso por la ciudad?
– Cuando vino ella me pregunté: ¿A la gobernadora Vidal no se lo ocurrió durante sus timbreos en busca de votos llamar a alguna de las casas de las 7 familias que destrozó su policía en Pergamino? Nadie nos puso en contacto con ella, quien vino tres veces después de la masacre. Ni un timbrazo en nuestros hogares: ni de la Vidal, ni del ministro de Seguridad provincial Ritondo o de la ministra de Seguridad Nacional Bullrich, ni siquiera el secretario de Seguridad local Karin Dib. Tampoco se acercó ninguno de nuestros representantes que conforman el Concejo Deliberante. Nosotros pedimos una audiencia pública y tuvimos una reunión con la Comisión de Derechos Humanos del Concejo, en la cual nos dijeron que no íbamos a conseguir el porcentaje de votos necesario para convocarla. Estuvimos con Ana Clark (Unidad Ciudadana), María Paula Bustos (PRO) y Carlos Elizalde (Juntos por Pergamino). Esa reunión la pidieron el Encuentro Memoria Verdad y Justicia y la Asociación por los Derechos Humanos, que también nos puso en contacto con la Comisión Provincial por la Memoria. En ese momento el reclamo también era por el hostigamiento que teníamos por parte de la policía en cada manifestación. Nos sacan fotos y persiguen a la gente que nos acompaña, los filman desde algún auto y paran a los chicos jóvenes. También reclamamos porque nuestra causa nunca fue orden del día para ser tratada en el Concejo Deliberante, siendo que fue una masacre que se llevó a siete hijos de Pergamino. La única Audiencia Pública que tuvimos se hizo en el Congreso de la Nación y fue impulsada por diputados del Frente de Izquierda. Sentimos que fue una instancia en la que fuimos escuchados.

-¿Y cómo se expresó la sociedad de Pergamino?

Creo que gran parte de la sociedad piensa que lo que hicieron los policías estuvo bien. Ni los políticos de acá, ni los de más arriba – salvo excepciones, se juegan por esta causa, a la cual consideran piantavotos. Nadie da la cara para defender a nuestros hijos, a quienes los consideran lacras. “Siete chorros menos”, han escrito en las redes sociales después de cada marcha o de cada documento que subimos. Siempre nos atacan por esos medios. Acá se hicieron dos marchas a favor de la policía. Una vino impulsada desde Buenos Aires por una asociación, o algo así, que nuclea a los policías. Vino una persona importante de ellos para convocar a esa primera marcha, que tuvo bastante gente. Después hubo una segunda, organizada a través de las redes con un flyer que mostraba una bala saliendo de una pistola, como contribuyendo así a la seguridad de la sociedad. En otro cartel se veían las puntas de las balas en el tambor de un revólver, con emoticones de sonrisas y diciendo “Mirá, no somos tan malos”. Esas agresiones me duelen. Lloro porque me dan ganas de contestar, aunque trato de no prenderme. Cuanta más cosas en contra, más fuerzas para reivindicar a mi hijo y al resto de los chicos.

-Hay más de cinco mil pibes asesinados por el gatillo fácil o la tortura en cárceles y comisarías desde 1983. ¿De qué manera evaluás estos crímenes?
-A esta altura creo que es una política de Estado. No será como en el 76, una dictadura militar, será más silenciosa o a cuenta gotas, pero está todos los días presente a través de los años. Muchas veces son dibujadas como enfrentamientos, accidentes, suicidios o motines dentro de las cárceles. Son maneras que tienen de desligar las responsabilidades de las fuerzas de seguridad poniendo la culpa en la víctima. Nos pretenden engañar como si fuéramos niños.

MONJAS: LAS UNAS Y LAS OTRAS

-¿Cómo fue tu infancia?
-Estuve pupila desde muy chiquita, becada en un colegio de monjas. En Mar del Plata, a los nueve años, estuve internada en una escuela donde teníamos que limpiar las escaleras de mármol con jabón y cepillo para pagar la “beca”. Todas las escuelas por las que pasé fueron de monjas. Cuando terminé la primaria pude continuar la secundaria con el mismo régimen, becada por mis buenas notas, no porque alguien pagara por mí. Ahí, a los 13 años, se empezaron a marcar más las diferencias que hace la Iglesia, sobre todo las monjas. Había pupilas cuyas familias pagaban y, por ende, sus hijas comían en mesas diferentes y no tenían que limpiar ni ordenar las aulas. Nosotras teníamos que lavar los platos, los patios y limpiar toda la escuela.

-¿Por qué decidiste estudiar y luego ejercer la enfermería durante tres décadas?
-Llegué a la enfermería para ser una mamá más completa, no por una vocación. Pero luego lo viví muy intensamente. Tuve la suerte de estar en Neonatología, donde una tiene que ver por los bebés. No se pueden comunicar y son tan indefensos que una debe velar por aquellos cuyas vidas peligran, ya sea porque vienen con bajo peso por desnutrición u otras causas. Después estuve en Pediatría, que me encanta. Siempre trabajé en la salud pública, nunca quise hacerlo en el sector privado. Suelo decir que las enfermeras somos el fiambre del sánguche entre los familiares y el médico, con quien la gente por ahí no tiene tanta confianza como para preguntarle las cosas. Entonces, la enfermera es el nexo no solo para que el familiar aprenda sobre la patología que tiene el paciente, sino también para que puedan sobrellevar esas situaciones. Muchas veces he tenido pacientes con patologías que los hacen ir y venir al hospital con internaciones y al final de ese proceso fallecen. Durante todo ese tiempo me han dejado su agradecimiento a través de papelitos, dibujitos. Luego, he atendido a hijos de esos pacientes desde chiquitos, que crecieron y siguen acordándose de esta enfermera. Eso es muy gratificante. Yo hablo de los que se fueron, porque ellos me han dejado muchas enseñanzas. El poder acompañar a las madres que han perdido a su hijo es muy fuerte. Las enfermeras utilizamos los cinco sentidos, escuchamos, usamos el tacto para abrazarlos, darles la mano, nos brindamos mucho. La familia agradece eso eternamente.

-¿Qué te mueve el pensar en los chicos que atendiste por desnutrición en esta tierra tan rica en producción de alimentos, núcleo de la pampa húmeda?
-En su momento, no lo relacioné tanto con el sistema. Pero sí, por ejemplo, con la campaña “Salud para todos”, que tiene la Organización Mundial de la Salud. Todos los años tiene diferentes slogans, en el 2000 era ese. Significaba que iban a poner Centros de Atención Primaria. Era para llevar la atención más cerca de la gente, no a través de los grandes hospitales. Son buenas ideas que en la práctica no se concretan. Yo vivo en un mundo donde se impulsa el consumismo y, al mismo tiempo, hay gente que no tiene agua, luz eléctrica ni comida. Los políticos abren la importación para un consumismo de celulares, tablets y chucherías, pero no se preocupan por los bienes sociales: Salud, Techo, Alimentación.

-¿En qué cambió tu vida a partir del 2 de marzo de 2017?
-Me abrió la cabeza. Cuando la gente dice “siete chorros menos” siento bronca, pero no rencor. Porque yo he discriminado a algunos de los amigos de mi hijo. Él me decía que no prejuzgue, pero yo lo hacía. Vivía para mi núcleo familiar, para mi hijo. Por y para Sergi. Siendo que siempre trabajé en un lugar de mucho sufrimiento, sin embargo no miraba más allá de mi hijo o mi familia. Ahora me estoy comprometiendo más con el resto de la gente. Ese es un cambio. En cuanto al día a día, todavía no puedo volver a trabajar. Le di al hospital tres décadas de mi vida y allí también trabajó mi hijo durante cuatro años. A Sergi le habían dado un alta transitoria, que significa que tenían que ubicarlo en un lugar donde controlaran su enfermedad. Eso no era posible en la comisaría. Un día quise tomarle la tensión arterial y el comisario Donza me hizo un escándalo terrible. Ellos no lo controlaban y tampoco dejaban que lo hiciera yo. El hospital no me ayudó. A mi hijo le iba a salir el arresto domiciliario. Lo único que yo le pedía al hospital era que me lo tuvieran internado un poco más de tiempo, porque en la comisaría no iba a poder continuar el tratamiento con la psiquiatra y la psicóloga. Yo siento que el hospital me falló. Hablé con los médicos, con la secretaria del director, que me impidió acceder a su jefe, que había sido nefrólogo de Sergi.
Otro cambio es que me cuesta, a veces, entrar a mi casa. Me quedo en la entrada del barrio, donde muchas veces él me esperaba sentado cuando llegaba antes que yo.

-¿Y entonces qué hacés?
-Intento poner en práctica lo que él me decía: sonreír como en los dibujitos que él me hacía, vivir la vida. Trato de transformar mi dolor en lucha y dedicarle todo mi tiempo a la causa.

-¿Asumís que sos una militante?
-En el sentido de que “Justicia x los 7” es un reclamo de justicia por todos los jóvenes que están en peligro, sí. A esta política represiva yo la llamo “violencia legitimada”, que las fuerzas de seguridad aplican sobre todo con los jóvenes por el buzo, la capucha o la visera, con los chicos de la periferia que a lo mejor no están dentro del estereotipo que ellos quieren. Para ellos es más fácil hablar de un enemigo público que hay que sacar del medio. Mirá, en 2015 yo voté a este gobierno, no me gustaba lo anterior porque Scioli fue un desastre. Hoy ya no los votaría a los de Macri, porque mintieron y no les importa absolutamente nada de estas problemáticas que a nosotros nos laceran. Siguen aumentando el número de agentes de seguridad, pero el delito no baja, sube. Y cada gobierno supera al anterior en cantidad de pibes asesinados. Si los políticos pensaran realmente en el país “otro gallo cantaría”, como escuché decir hace poco.

-¿Cómo surgió la relación con la Comisión Provincial por la Memoria?
-Fue el espacio que estuvo con nosotros desde el primer día. La solidaridad que demostraron, el compromiso y el respeto con el que nos tratan es gigante. Desde el primer momento nos pusieron en contacto con familiares que pasaron por lo mismo, siempre están preocupados por nuestra salud mental también, tenemos tres psicólogos para el grupo, hemos hecho encuentros de terapia grupales y otros en forma individual. La CPM nos da continuamente herramientas para organizarnos, nos acompañan en las marchas. El hecho de que Norita Cortiñas o Pérez Esquivel hayan venido a Pergamino a apoyarnos para que la gente entienda, fue un acontecimiento. Pérez Esquivel dijo que estos chicos eran más enfermos que delincuentes, porque muchos de ellos tenían problemas de adicción. Necesitaban atención y no criminalización. El sistema criminaliza a los que consumen, no a los grandes narcos. Los agarran por que los ven con cara sospechosa. Acá vienen de la CPM Roberto Cipriano García, Sandra Raggio, Rodrigo, Luis de la parte de salud mental, las dos abogadas que nos patrocinan. Nosotras somos tres familias que recibimos asistencia legal, apoyo psicológico y todos solidaridad política. No solo por las marchas sino que nos invitan a eventos para formarnos y así adquirimos más herramientas para luchar.

-¿Qué otras solidaridades tuvieron?
-Militantes que nos acompañan en cada actividad de Pergamino. Mucha gente joven en las marchas. Hay un grupo de un bachillerato popular que se llama “La grieta”, chicos que trabajan y no reciben sueldo. Algunos pertenecen al movimiento “Jóvenes y Memoria” y otros espacios políticos, gente del Partido Obrero, de Memoria Verdad y Justicia, una comisión que es la de Derechos Humanos de acá, de Pergamino, unas chicas del Movimiento Evita que tocan los redoblantes en las marchas, muy jovencitas, militantes bien de abajo. Aunque acá no hay partidismos, hay apoyos. Tenemos chicos que pertenecían a un espacio político y ahora no, hay músicos, artistas plásticos, fotógrafos, en fin. Si no estuviesen ellos, en las marchas estaríamos solamente las familias.

HITLER,LA CÁMARA DE GAS Y EL MONÓXIDO DE CARBONO

-¿Qué sentiste cuando hicieron las marchas de apoyo a la policía?
-Que convocaban con una mentira. Ellos dicen que es injusto que los policías estén detenidos, que no cometieron ningún delito. Su defensor sostiene eso. Pero ellos decidieron asesinar. No fue desidia no apagar lo que era un fueguito, sino una decisión. También lo fue dejar cerrada una puerta que debería estar abierta, porque para eso hay un tipo de imaginaria recorriendo. Ahí está claro que quisieron matarlos. Y encima, el cabecilla de la Masacre, comisario Sebastián Donza, sigue prófugo. Los oficiales Carolina Guevara, Ezequiel Giuglietti, el sargento César Carrizo y el teniente primero Juan Rodas están gozando del arresto domiciliario. El único detenido es Alexis Eva, quien es célebre por sus antecedentes de torturador y hoy permanece en la Comisaría de Rojas como preso VIP, con todos los privilegios a los que ningún detenido social accede. Y pudieron haber muerto más chicos, los diecinueve que estaban allí. Los policías lo hicieron con alevosía, aunque son a los que nosotros pagamos para que garanticen la integridad de nuestros hijos. Los chicos estaban ahí encerrados, indefensos. A veces me pregunto, ¿qué diferencia hay entre la cámara de gas de Hitler y el monóxido de carbono dónde exterminaron a nuestros hijos?

-En medio de la lucha de ustedes sucedió la desaparición forzada y posterior asesinato de Santiago Maldonado a manos de la Gendarmería…
-Sí. Nos afectó mucho porque nosotros, que sabemos lo que es perder un hijo en manos de quienes debieron protegerlo, entendemos la terrible incertidumbre que duró casi 80 días y el dolor que ellos tuvieron con su hijo desaparecido y asesinado. Había muchos puntos en común, como que el Estado trata de tirar un cuento diferente a la verdad, de instalarlo y entonces cuesta revertirlo con los medios de comunicación formando parte de este juego perverso.

JUSTICIA X LOS 7

-¿Cuál fue la mejor o mayor de las respuestas que pudiste dar ante el paso de esos tanques?
-Justicia x los 7. Poder acercarnos entre las madres por el dolor de la pérdida de nuestros hijos. No es natural que una madre entierre a su hijo. El estar acompañadas, movilizándonos en ese pedido de justicia, significa encontrar las fuerzas y transformar el dolor en lucha. Además, es gratificante hacerlo con el apoyo de tanta gente. Pero debo recalcar que la sociedad no se solidariza espontáneamente, hacerlos entender es un trabajo, cuesta. Yo debo decir que no sabía de los chicos que habían muerto en todos estos años. Pero a partir de lo que me sucedió pude abrir un poco los ojos y darme cuenta de que lo que le pasó a mi hijo le viene ocurriendo a muchos otros chicos en la democracia que vivimos, si la podemos llamar democracia. Todos los días hay un pibe menos. Entonces ahora nosotros luchamos para que esto no vuelva a suceder, para que nuestro dolor no haya sido en vano. No queremos que muera ni uno más. Quizás no sea posible ahora, pero quedándome en mi casa voy a lograr menos, sin duda. Además, se lo prometí a los 7 y a Sergi: luchar siempre. Yo hablo y lloro todos los días con él. Lo redescubro en sus cosas, en los papelitos que escribía casi todos los días.

CHE

-¿Sobre qué escribía?
-Sobre el amor que nos tenía, sus amigos, Douglas y también sobre sus cambios. A mí, a sus hermanos, a la abuela, a su papá muerto y a Dios nos escribió que iba a dejar las drogas, que iba a cambiar. Pero estos criminales no le dieron oportunidad. También escribía sobre el Che Guevara, uno de sus ídolos. Lo dibujaba desde que era chico. Él no era militante aunque le he visto revistas de izquierda. Muchas veces ante sus preguntas o cuestionamientos yo no sabía qué responderle porque estaba muy estructurada. Tiene una bandera cubana grandísima con la cara del Che.

-¿Qué fue lo principal que aprendiste de tu hijo?
-Hace un tiempo, hurgando entre sus cosas, vi una frase del Che – que a él le gustaba mucho -, donde en la carta a sus hijos les dice: “Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”. Es hermoso sentir eso: y yo aprendí de mi hijo que el dolor de los demás es mío.

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Gracias, de corazón, a la familia Filiberto
A los abuelos Rosa y Quique; a “Andy” y Diego – hermanos de “Fili”- y a Rocío Gutiérrez, esposa de Diego; quienes abrieron sus corazones y estuvieron invariablemente a entera disposición brindando recuerdos, materiales, fotos, recorridos, llantos, rabias y todo lo necesario para que esta entrevista fuera posible. Para ellos, el más fuerte de mis abrazos. Seguimos juntos en la lucha. Siempre. O.C.