«Ardarutiun» (Արդարություն)

ADOM YARJANIAN (SIAMANTO), “Llanto”.
“Justicia, justicia perseguirás”
Deutoronomio, 16: 20.

I
Soghomón Tehlirian se despertó con un terrible malestar. Había sufrido pesadillas, temblores y sudoración durante toda la noche. “Espero no desmayarme hoy”, pensó. Si la sensación persistía iría al consultorio del Dr. Kassirer. Se sentó en el borde de la cama y mientras se vestía comprobó que también le aquejaba el estómago. Se dirigió al comedor y saludó a la Sra. Tiedman, la dueña de la casa, que le sirvió una taza de té. Antes de beberlo le agregó una medida de cognac pensando que eso lo aliviaría. La casera se sorprendió porque nunca lo había visto beber, pero no dijo nada. De todos modos no hubiera podido ya que no sabía su idioma. El joven había llegado a Alemania desde Medio Oriente unos meses atrás, pero solo hacía quince días que le alquilaba una habitación de su casa.
Luego de desayunar se retiró a continuar con sus estudios de alemán. Antes de sentarse en el escritorio abrió las ventanas de par en par para sentir el sol de la mañana. Allí fue cuando comprobó que en la casa de enfrente también había una ventana abierta, y por ella podía verse como el hombre al que estuvo vigilando las últimas dos semanas se colocaba el sobretodo y el sombrero dispuesto a salir. Pensó que había llegado el momento. Extrajo la Parabellum 9 mm que escondía celosamente de la mirada de la casera dentro de su bolso de mano, la guardó en el bolsillo interior del chaleco y salió rápidamente a la calle.

Una vez fuera de la casa buscó al hombre y lo vio alejándose por la calle Charlotemberg. Tuvo que correr para alcanzarlo y cuando estaba a poca distancia redujo la velocidad de sus pasos. En ese momento extrajo la pistola y apuntando a la cabeza, disparó. La explosión interrumpió el silencio de aquella mañana.

Soghomón vio como aquel hombre poderoso se desplomaba luego de que la bala le atravesara el cuello. Habiendo comprobado que yacía en medio de un mar de sangre, dejó caer la pistola de sus manos. Ya no la necesitaba: la venganza estaba consumada. Trató de escapar por la misma calle pero un grupo de transeúntes se arrojaron sobre él y comenzaron a golpearlo. – Él es extranjero y yo también – les gritó en su pobre alemán -, no hay ningún daño para Alemania.
Fue lo único que alcanzó a decir antes de sucumbir a un nuevo desmayo.

II
Una mañana de mayo de 1915 llegó la orden de deportación para los armenios de Erzindjan, en la región oriental del Imperio Otomano. Funcionarios municipales recorrían las casas de los miembros de la comunidad para informar que por orden del gobierno imperial de Constantinopla, todos los armenios serían llevados fuera del área de combates debido a la cercanía de las tropas rusas. El telegrama estaba firmado por el Ministro del Interior Talaat Pashá. Se les deba media hora para juntar sus pertenencias antes de comenzar con el traslado.
Cuando la orden llegó al hogar de los Tehlirian, una familia de prósperos comerciantes, el padre pidió que juntaran rápidamente sus pertenencias más valiosas y las subieran al carro que atarían al burro. En otros tiempos el carro había sido tirado por caballos, pero estos habían sido confiscados para las necesidades de la guerra. Soghomón tenía por entonces 18 años y vivía junto a sus padres, dos hermanos y una hermana. No guardaba recuerdos de las masacres armenias de finales del siglo pasado, pero por el miedo que emanaba de la voz de su padre, sabía que algo malo podía llegar a suceder.
Cuando los gendarmes turcos –o acaso kurdos- llegaron a buscarlos, la familia estaba lista. Habiendo cargado las escasas pertenencias que cabían en el carro, fueron conducidos junto a otras familias a una caravana que circulaba rumbo al sur. Hombres fuertemente armados la custodiaban por ambos lados.

Al caer la tarde los hicieron detener y comenzaron a requisarlos. Los gendarmes confiscaban cuchillos de cocina y paraguas, y golpeaban a sus propietarios acusándolos de estar escondiendo armas. Cuando llegaron a la familia Tehlirian, uno de los gendarmes se acercó a la hermana de Soghomón, de 15 años, y tomándola de un brazo le dijo: – Eres una joven muy bella, ven con nosotros.
La familia intentó impedir que se la llevaran, pero el resto de los gendarmes le apuntaron con la bayoneta. Dos gendarmes la condujeron hasta unos arbustos y comenzaron a violarla brutalmente.

– Quisiera estar ciega antes de ver esto – gritaba desconsoladamente su madre.
Los gendarmes le ordenaron que hiciera silencio, pero la mujer continuó reclamando por su hija. Ante esta negativa uno de los gendarmes apuntó hacia ella y la derribó de un disparo. Después hicieron fuego contra su marido. Inmediatamente se dio comienzo a la masacre. Soghomón paralizado de temor y sin saber por dónde escapar, vio como un hacha partía a la mitad la cabeza de su hermano mayor. El menor intentó escapar
pero fue asesinado de la misma forma. De repente un fuerte golpe en la nuca le hizo perder el conocimiento.

III
Soghomón despertó en el calabozo de una comisaría de Berlín. Tenía la cabeza vendada y estaba dolorido en todo el cuerpo. Tardó unos minutos en recordar cómo había llegado ahí. Las imágenes de la masacre de su familia ocurrida seis años atrás se mezclaban con los últimos acontecimientos.

Media hora después vinieron dos oficiales a buscarlo y lo llevaron esposado a la oficina del Consejo Jurídico del Tribunal. Junto al funcionario que habría de tomarle declaración se encontraba Kevork Kalusdian, un armenio propietario de la tienda en donde solía hacer las compras. Este le estrechó la mano al tiempo que le decía: – Yo seré tu traductor -, y le entregaba una bolsa de golosinas invitándole a servirse -. Este hombre va a tomarte declaración. – ¿Le trae golosinas a un asesino?- quiso saber el consejero Schultze. – Como asesino es un gran hombre – respondió el comerciante. – ¿Aunque haya matado a sangre fría y por la espalda a un gobernante extranjero refugiado en este país?- insistió el funcionario. – Muchos armenios sabíamos que el verdugo de nuestro pueblo se encontraba en Berlín –respondió-, pero solo este joven tuvo el valor de hacer justicia por nuestras familias masacradas. Yo perdí a mis padres en las matanzas de 1896. Disculpe si insisto en que es un gran hombre.

Los tres tomaron asiento y el consejero Schultze comenzó a interrogar al acusado a través del traductor. Soghomón Tehlirian se encontraba muy fatigado y confundido como para dar explicaciones por lo que respondió afirmativamente a todas las preguntas. Confesó haberse trasladado a Berlín para atentar contra el ministro Talaat Pashá y haber actuado con premeditación aquella mañana. Terminada la declaración, el consejero y el acusado firmaron el acta. Quién se negó a hacerlo fue el traductor.

– El joven se encuentra confundido y dolorido, por lo que no puede tomarse como válida esta declaración – argumentó. – No nos corresponde a nosotros juzgar la veracidad del testimonio – respondió Schultze-. Eso es tarea del Tribunal. – De todas formas no voy a avalarla con mi firma.
El comerciante Kalusdian se puso de pie, estrechó fuertemente la mano de Soghomón y le deseo buena suerte. A continuación se colocó el sombrero y saludando formalmente a Schultze, se retiró del lugar.
Los mismos oficiales llevaron a Soghomón nuevamente a su calabozo dando por concluidos los trámites burocráticos del día.

IV
Lo primero que sintió Soghomón al abrir los ojos fue un olor penetrante y pestilente. Era el olor de la muerte, que no podría sacarse de encima nunca más. Cuando miró a su alrededor vio a los cadáveres de los miembros de su familia baleados, acuchillados y mutilados. Junto a ellos, miles de cuerpos se amontonaban abandonados en el desierto. Los gendarmes se habían ido dando a todos por muertos. Pensó que no debía ser el único sobreviviente, pero no halló a nadie más con vida.

La cabeza le dolía en el lugar del golpe, y sentía hambre y sed. No podía saber en ese momento que había pasado casi dos días abandonado entre los cadáveres de sus familiares y vecinos. También notó que tenía una herida punzante en el hombro y otra en la rodilla.
Adolorido caminó durante horas buscando un lugar donde refugiarse, hasta divisar una vivienda rural. Golpeó insistentemente la puerta y fue atendido por una amable anciana kurda que lo invitó a pasar. Le dijo que podía quedarse hasta que se recuperara de sus heridas, pero que luego debería partir porque el gobierno turco castigaba a los kurdos que ayudaran a los armenios.

Unos días después pasó una caravana kurda que se dirigía rumbo a Persia. La anciana vistió a Soghomón con ropas kurdas y lo envió con ellos. Antes de partir, abrazó a la anciana y le agradeció por haberlo salvado a costa de arriesgar su propia vida. Ese gesto nunca se borraría de su memoria.
Permaneció alrededor de dos meses con la caravana kurda hasta que encontró a dos armenios sobrevivientes de las deportaciones, y decidieron continuar solos hasta Persia. No era seguro permanecer junto a los kurdos sabiendo del castigo que pesaba sobre ellos si se negaban a entregar a los armenios sobrevivientes. Pasaron varios días sin comida, debiendo alimentarse con hierbas del campo. Uno de ellos murió por comer hierbas venenosas. Soghomón y su compañero continuaron camino hasta hallar una división del Ejército Ruso. Como el otro sobreviviente hablaba inglés y francés –Soghomón solo comprendía el armenio y el turco-, pudo entenderse con el comandante que puso algunos hombres a su disposición para que los condujeron a la frontera con el Imperio Persa.

Soghomón llegó a Persia unos días después sin su compañero que había decidido desviarse hasta Tiflis. Una vez allí se dirigió al Consulado Armenio y solicitó ayuda. No era el primer sobreviviente que llegaba al país, así que lo ubicaron junto al resto en una Iglesia, donde le dieron alojamiento, comida y ropa para vestir. Con ayuda de la Secretaría del Consulado pudo conseguir empleo en un comercio, que le permitió solventar sus propios gastos, aliviando a la Iglesia que seguía recibiendo refugiados. Un año y medio después había ahorrado una pequeña cantidad de dinero y, como el Imperio Otomano había sido derrotado en el Frente Este, pensó que era momento de regresar a su pueblo.

Casi dos años después de que debiera irse deportado con el resto de su familia, Soghomón retornó a Erzindjan. Buscó la casa de sus padres, pero no estaba preparado para lo que encontró: la vivienda había sido saqueada completamente sin que quedara un solo mueble y luego incendiada. No pudo soportar esa imagen y se desmayó en el umbral de la puerta.

V
Siendo las 9,30 de la mañana del 2 de junio de 1921 el presidente Lemberg declaró abierta la Audiencia del Tribunal de Berlín.

– Señores testigos, señores del Jurado, peritos, fiscales y abogados defensores: hoy comienza el Juicio contra Soghomón Tehlirian, ciudadano turco de nacionalidad armenia, 24 años, protestante, acusado del homicidio del ex ministro turco Talaat Pashá el pasado 15 de marzo.
Tras hacer algunas observaciones y cumplir ciertas formalidades, se pasó al interrogatorio del acusado. Soghomón Tehlirian se encontraba sentado junto a sus abogados defensores, los doctores Von Gordon, Wertauer y Niemeyer, y un traductor dispuesto por el Tribunal. Las primeras preguntas giraron en torno a su fecha de nacimiento, niveles educativos alcanzados y composición familiar. A continuación el interrogatorio se centró en las matanzas de las que había sido sobreviviente. Soghomón debió revivir las terribles torturas y muertes que había presenciado. La sala se inquietaba cada vez que relataba las brutalidades cometidas por los gendarmes turcos y kurdos que actuaban bajo órdenes del gobierno imperial en Constantinopla.

Así continuó hasta el momento en que se desmayó al hallar destruido el hogar de su familia. – ¿Qué hizo al reaccionar? – quiso saber el presidente Lemberg. – Busqué a otras familias armenias sobrevivientes de la masacre pensado que alguno de mis familiares podía estar con ellos –respondió-. Pero de los 20 mil armenios de Erzindjan solo sobrevivieron dos familias que abrazaron el Islam, y no había nadie de los míos. Entonces recordé que en la casa de mis padres había dinero enterrado y volví con la esperanza de que no hubiera sido hallado durante el saqueo. Afortunadamente encontré el cofre con 4800 liras turcos en monedas.

– ¿Qué hizo entonces?. – Con el dinero partí a Tiflis y me anoté en una escuela armenia para estudiar ruso y francés. – ¿Cuánto permaneció en Tiflis?. – Alrededor de dos años. – ¿Qué hizo a continuación?. – La guerra había terminado así que decidí partir a Constantinopla.

VI
Soghomón llegó a Constantinopla en febrero de 1919. Cargaba solo un pequeño bolso de mano con algo de ropa, el dinero que había podido recuperar de su familia y una pistola alemana de fabricación militar Parabellum 9 mm que había adquirido en una armería de Tiflis para defenderse en caso de que volvieran las matanzas.
En Constantinopla colocó clasificados en los diarios tratando de ubicar a parientes que hubieran sobrevivido a las matanzas. En los dos meses que estuvo en la capital no dejó de seguir las noticias tanto en diarios turcos como en periódicos extranjeros publicados en ruso y francés. El Imperio Otomano se desmembraba en pedazos como consecuencia de la derrota militar y los principales responsables del gobierno del Partido de los Jóvenes Turcos fueron llevados a juicio. Entre ellos Talaat Pashá, el responsable de las deportaciones en las que murió su familia.

De Constantinopla continuó hasta Serbia y luego a Salónica, donde ubicó a parientes lejanos que habían sobrevivido a las deportaciones. Estos le brindaron alojamiento y
atención, ya que los desmayos se habían vuelto cada vez más frecuentes y eran acompañados por sudoración, temblores e imágenes de las masacres. Durante ese tiempo intentó estudiar, pero su estado de salud se lo impedía.

Cuando estuvo en mejor estado decidió continuar su viaje, y uno de sus familiares le recomendó que se instalara en Alemania en donde podría estudiar Mecánica, una profesión que tenía grandes posibilidades de desarrollarse en la recién fundada República Democrática de Armenia. A Soghomón le gustó la idea ya que además de continuar con sus estudios que había debido abandonar luego de egresar con honores de la escuela, podría contribuir al crecimiento y desarrollo de su país.

Su primer destino fue Francia, ya que los familiares hicieron contacto con amigos armenios residentes en el país. Soghomón llegó a Paris a comienzos de 1920, y permaneció varios meses perfeccionando su idioma mientras buscaba la forma de ingresar a Alemania. La guerra mundial había tensionado aún más las relaciones entre ambos países y se hacía difícil ingresar a Alemania desde Francia. La solución llegó cuando un armenio de nacionalidad suiza le ofreció nombrarlo administrador de una propiedad que tenía en ese país. Pasó un tiempo en Zurich y con visa del Consulado Suizo, pudo ingresar a Berlín a fin de año, con una residencia de ocho días que fue extendida al declarar su interés de estudiar en el país.

La Embajada de Armenia en Berlín le prestó todo el apoyo necesario para poder instalarse en la capital alemana. El secretario de la institución Iervant Apelian le sirvió de traductor y garante cuando fue a alquilar una habitación en la casa de la Sra. Stillbaum, en la calle Ausburger. Casi inmediatamente comenzó a estudiar alemán con una profesora particular, como paso previo para continuar con sus estudios de Mecánica.

También comenzó a frecuentar a otros miembros de la colectividad armenia y trabó amistad con Apelian, quién lo alentó a tomar clases de baile. Durante una de estas lecciones un armenio mencionó la edición del Informe Lepsius sobre las masacres de 1915, a lo que Soghomón reaccionó violentamente: “Deja, no abramos viejas heridas”. A continuación comenzó a bailar con una joven alemana, pero en ese momento sintió un mareo y se desvaneció como había ocurrido a primera vez que vio saqueada y destruida la casa de su familia.
Desde entonces los ataques nerviosos se volvieron más frecuentes, y acompañado de Apelian visitó los consultorios de los doctores Kassirer y Haage, que recetaron un tratamiento a seguir. Con ayuda profesional Soghomón comenzó a sentirse mejor y adelantar sus estudios. Hasta el momento en que el destino lo pondría frente al verdugo de su familia.

VII

– ¿Sabía usted que Talaat Pashá residía en Berlín cuando se mudó a la ciudad? – preguntó el presidente Lemberg. – No, señor Presidente – respondió Soghomón a través de su traductor -. Cuando estuve en Constantinopla supe que había sido juzgado junto con el resto del Comité Central de los Jóvenes Turcos y condenado a muerte. Pero en Salónica me enteré que solo uno de ellos, Djemal Pashá, había muerto en la horca ya que el Primer Ministro anuló las sentencias. Mis familiares seguían la noticia del juicio a los asesinos de nuestro pueblo, y en Salónica se decía que Enver y Pashá se encontraban refugiados en el extranjero, pero sin conocer su ubicación. – Pero, cuando se mudó de la calle Ausburger a la calle Harttenberg, ¿sabía que Talaat Pashá vivía enfrente?. – Sí, lo había descubierto cinco semanas antes. – ¿Dónde? – Caminando por la calle vi a tres hombres que salían del Jardín Zoológico. Oí que hablaban en turco y a uno de ellos le deban el título de “Pashá” (-). Lo observé y me di cuenta de que era Talaat. Lo seguí hasta la entrada de un cine y vi como los otros se despedían besándole la mano y diciéndole “Pashá”. – ¿En ese momento tuvo la intención de matarlo? – preguntó inquisitivamente el presidente. – No, me sentí muy mal, comencé a ver escenas de la masacre y temí un desmayo. Entonces me apresuré a llegar a la casa de la señora Stilbaum. Esa noche soñé que mi madre me decía “Tu viste que Talaat Pashá está aquí y permaneces indiferente ¡Ya no eres mi hijo!”. – ¿Entonces decidió asesinarlo? – Cuando veía a mi madre sentía que debía hacerlo, pero luego mejoraba y repudiaba la idea. Soy cristiano y el solo pensar en matar a alguien me generaba conflictos con mis creencias. Pero luego aparecía nuevamente mi madre y sabía que debía hacer justicia por mis compatriotas martirizados.
El abogado von Gordon, su defensor, intervino en ese momento para realizar una aclaración ante el jurado: – Que conste en actas que el acusado no llegó a Alemania con la intención de ultimar a Talaat Pashá sino que la decisión fue tomada sin premeditación como consecuencia de su estado nervioso y las visiones de su madre.
El presidente continuó con el interrogatorio: – ¿Cuándo decidió mudarse de la casa de la señora Stillbaum? – A principios de marzo, tres semanas después del encuentro con Talaat. – ¿Cómo era la relación con ella? – Muy buena, nunca tuve inconvenientes. Cuando manifesté mi intención de mudarme quiso saber los motivos y respondí que por prescripción médica debía trasladarme a una casa con luz eléctrica ya que la iluminación a base de gas que utilizaba afectaba mi estado de salud. Previamente había hecho averiguaciones sobre el lugar de residencia de Talaat y tuve la fortuna de encontrar una habitación que se alquilaba en la vivienda de enfrente. – ¿Alguien lo acompañó a realizar el alquiler? – Sí, fue nuevamente el señor Apelian. – ¿Él sabía de los motivos del cambio de residencia? – No, también le dije que era por mi estado de salud. – ¿De dónde obtenía el dinero para el alquiler y el resto de sus gastos? – Del dinero que había ahorrado mi familia.
El abogado von Gordon intervino para aclarar que una lira turca equivalía a veinte marcos alemanes. – ¿Cuándo se instaló definitivamente? – volvió a preguntar Lemberg. – El 5 de marzo. A pesar de estar enfrente a la casa del asesino de mi familia, traté de continuar mis estudios y no pensar en la venganza. Pero entonces aparecía la imagen de mi madre y me recriminaba mi pasividad. – Así llegó al 15 de marzo. ¿Había planificado el atentado para ese día? – No, pero cuando lo vi en la ventana preparándose para salir supe que debía hacerlo para acallar las voces que me atormentaban.
Cuando el traductor pronunció estas últimas palabras, la sala, que había permanecido silenciosa durante el testimonio, comenzó a murmurar. Los miembros del Jurado se intercambiaban miradas y realizaban algunos comentarios. El presidente pidió silencio.

El interrogatorio continuó con detalles menores sobre la forma en que se había producido el disparo, el arresto y la primera declaración. Los fiscales también hicieron preguntas y los abogados defensores pidieron dejar descansar al acusado que había debido revivir muchas situaciones traumáticas durante toda la mañana. El presidente dio lugar al pedido y concedió un receso.
La Audiencia retomó una hora después. El presidente, el fiscal y los defensores interrogaron a testigos del hecho, a un especialista en armas que brindó información sobre la pistola que portaba Soghomón, al Comisario que estuvo a cargo de su ingreso a la dependencia policial y los médicos que realizaron la autopsia al cadáver de Talaat Pashá. Todos los testimonios eran cuidadosamente informados a través del traductor a Soghomón Tehlirian, que escuchaba pacientemente sin dar muestras de mayor entusiasmo.

Por la tarde hablaron los miembros de la comunidad armenia, entre los que estaba el secretario de la Embajada Iervant Apelian y el comerciante Kalusdian, que declararon conocer al testigo pero no estar al tanto de que supiera del paradero de Talaat Pashá, ni que tuviera intenciones de atentar contra él. Apelian dio cuenta de su estado de salud, destacando la vez que se desmayó en el salón de baile y debió llevarlo al hospital, así como las veces que lo acompañó al consultorio médico. Kalusdian volvió a manifestar su admiración por el acto heroico cometido, y reiteró los motivos de su negativa a firmar la declaración tomada el día del hecho. Los abogados defensores pidieron en base a esto que la declaración fuera anulada. El Tribunal dio lugar al pedido, ante la recriminación del fiscal Kolnik y el consejero Schultze.

Sus caseras, las señoras Stillbaum y Tiedman, también declararon favorablemente, diciendo que el joven era una persona noble, modesta, tranquila y aseada. El presidente pidió al traductor que informara que las últimas declaraciones fueron favorables al acusado.
A continuación hizo uso de la palabra el pastor Lepsius, autor del Informe secreto sobre las masacres armenias, en donde confirmaba la veracidad de los testimonios de Soghomón sobre las deportaciones y masacres. También relató la complicidad de las tropas alemanas apostadas en la Península de Anatolia, poniendo en duda la autoridad de un tribunal alemán para condenar a quién fue una víctima de un genocidio en el que el habían tenido responsabilidad al no intervenir para evitarlo. El general Liman von Sanders le respondió a Lepsius señalando que sus acciones salvaron a miles de armenios
en Adrianópolis. Sin embargo esto fue tomado como una acción personal que no representaba el accionar de las fuerzas alemanas.

Luego fue el turno de Crisdine Terzibazhian, esposa de un comerciante armenio de Berlín y sobreviviente de las deportaciones de Hadjin, cerca de Erzindjan. A través de un traductor relató su dolorosa historia. – Nuestra familia se componía de veintiún miembros –comenzó-. Solo sobrevivieron tres a las deportaciones. ¡Vi con mis propios ojos como los mataban a todos! –relató con lágrimas en los ojos-. A los más jóvenes los ataban de a dos y los arrojaban al río para que murieran ahogados. Gendarmes y policías turcos tomaban a las mujeres más bellas y las violaban a la vista de todos. A las mujeres embarazadas las reventaban el vientre a culatazos y les extraían el feto a cuchilladas.
La sala comenzó a murmurar y Crisdine, mirándolos, les dijo: – ¡Lo afirmo bajo juramente! – ¿Cómo sobrevivió usted? – preguntó el presidente. – Intentaron violarme pero no pudieron separarme de mi hijo. Entonces tomaron a la mujer de mi hermano y nosotros pudimos escapar y ponernos a resguardo en una carpa mientras la violaban. De allí nos llevaron a un campamento de prisioneros. Pasamos hambre y sed hasta que las deportaciones terminaron y pudimos escapar. – ¿A quién le atribuía la comunidad armenia la responsabilidad de estas deportaciones? – quiso saber el presidente. – Todos los telegramas que nos leían llevaban la firma del Consejo de Ministros – respondió Crisidine-, entre ellos estaba Talaat Pashá.
El abogado von Gordon hizo uso de la palabra para señalar que el testimonio de la testigo y del perito Lepsius daban cuenta de la veracidad de las declaraciones de su defendido en torno a las masacres, por lo que deberían tenerse en cuenta como atenuantes a la hora de dictar la sentencia.
El último testimonio había dejado gran inquietud entre los presentes y debió esperarse unos minutos antes de que pudieran continuar las declaraciones.

VIII – “Vaterland” – pronunció lentamente la profesora Beilnsohn.
Soghomón no repitió. Había sido un estudiante muy aplicado cuando comenzaron las lecciones, pero en los últimos días se encontraba distraído. No podía leer correctamente
y no comprendía lo que había escrito hacía apenas unos momentos. Ella atribuyó esa falta de interés a los efectos de la medicación que consumía para tratar sus ataques nerviosos. No podía saber que el motivo de su estado era el encuentro que había tenido unos días antes a la salida del Jardín Zoológico. – “Vaterland” – volvió a repetir la profesora, antes de traducir el significado de la palabra al francés, la lengua neutral que usaban para comunicarse:- “Patria”.
Soghomón repitió lentamente esa palabra pensando en los dos conceptos que la componían: “Vater” (padre) y “land” (tierra). – Yo no tengo patria – le dijo a la profesora Beilnsohn, y luego continuó en armenio sin que ella pudiera entenderlo: – la he perdido cuando mi madre me desterró de la familia por no hacer justicia ante su muerte.
Ya no tenía patria, pero sabía lo que debía hacer para recuperarla.

IX
El doctor Kassirer acababa de dar cuenta de las dos revisaciones a la que había sometido al joven Soghomón Tehlirian, así como el tratamiento prescripto, y esperaba las preguntas de la defensa. – ¿Existen dudas fundadas de que el acusado haya actuado de manera consciente y con libre albedrío? – quiso saber el defensor Wertauer. – Para mí no existen dudas de que el libre albedrío no estaba totalmente ausente – respondió Kassirer. – ¿Entonces piensa que el acusado actuó con libre albedrío? – Eso es algo que solo se puede suponer, pero clínicamente sostengo que existió libre albedrío.
A continuación la defensa hizo pasar al doctor Edmundo Vorster, especialista en enfermedades nerviosas de la Universidad de Berlín. – Es necesario hacer algunas aclaraciones respecto a la opinión de mi colega Kassirer – dijo el especialista-. El acusado mató a quién consideraba el asesino de su familia. ¿Actuaría de la misma forma un hombre normal? No necesariamente, pero el acusado es un enfermo psíquico que sufre alucinaciones emotivas. Los temblores, la fiebre, las pesadillas, son síntomas de la tensión nerviosa que padece con motivo del horror vivido en su tierra natal. Por ello concluyo que enfrentamos un caso patológico denominado “el ideal supremo”, en donde una idea obsesiva, en este caso la aparición de su madre, lo insta a una acción que considera desagradable. “No soy un asesino, pero lo dijo mi madre y debo hacerlo”, fueron sus palabras. Y en verdad no es un asesino, sino que actuó bajo la presión del “ideal supremo”. Por eso recomiendo al jurado que se aplique el artículo 51° del Código Penal que considera que el libre albedrío se encontraba totalmente ausente.

Los miembros de la comunidad armenia presentes en el juicio para apoyar a Soghomón Tehlirian aplaudieron el testimonio de Vorster. El defensor von Gordon preguntó al especialista: – ¿Es posible que tenga futuras crisis alucinatorias? – No lo creo –respondió-, porque el ideal supremo se ha diluido al cumplirse su objetivo, así que no es probable que vuelva a aparecer.
A continuación hizo uso de la palabra el doctor Haage, quien atendió a Soghomón durante algunas de sus crisis. Dio un breve discurso que culminó con la siguiente expresión: – ¿El libre albedrío se encontraba totalmente ausente al momento de cometerse el crimen?. Yo respondo afirmativamente.
Nuevamente un aplauso irrumpió el salón. El presidente llamó a las partes a renunciar a presentar más evidencia, lo que fue acordado. Siendo ya horas de la tarde, la sesión se levantó hasta el día siguiente.

X
Las lecciones habían sido interrumpidas. Soghomón informó a la profesora Beilnsohn que retornaría cuando mejorara su salud. Ella le deseó suerte y le prometió que estaría disponible cuando decidiera volver a sus clases.
Las noches eran espantosas. A la fiebre que comenzaba a poco de dormirse le seguían horribles pesadillas en donde rememoraba la masacre de su familia, y su madre aparecía una y otra vez para recriminarle su indiferencia ante el asesino que vivía en la casa de enfrente. Allí despertaba con sudor y temblores. Por momentos sentía que se quedaba sin aire y debía relajarse para poder respirar correctamente. Muchas veces pensó en despertar a la señora Tiedman para pedirle ayuda, pero desistió ante la idea de que ella no sabría qué hacer y porque el idioma sería un inconveniente a la hora de hacerse entender.
Durante el día pasaba horas sentado en el escritorio junto a la ventana mirando la casa de enfrente, tratando de investigar los movimientos de Talaat Pashá. Pero por lo general las ventanas permanecían cerradas, y en el tiempo que llevaba vigilando no había podido observar ni una sola vez al infame ministro turco.
El 14 de marzo decidió desistir de la vigilancia. Se dijo a si mismo que esa noche trataría de dormir y que al día siguiente retornaría tranquilamente sus lecciones. Pensó que la forma de honrar a su familia sería estudiando para contribuir al progreso de su pueblo en lugar de dar muerte a un hombre.
Con la esperanza de que los ataques cesaran y las recriminaciones de su madre desaparecieran, se fue a dormir. Pero esa noche sería como las anteriores, y a la mañana siguiente una visión en la ventana le haría olvidar la decisión tomada.

XI
La mañana del 3 de junio de 1921 el presidente Lemberg declaró abierta la Audiencia: – El día de hoy hemos de cerrar el proceso iniciado ayer- dijo-. Están presentes todas las personas imprescindibles para arribar al fallo por lo que daré lectura a las preguntas que he preparado. En primer lugar “¿Es culpable el acusado Soghomón Tehlirian de haber matado a Talaat Pashá el 15 de marzo de 1921 en Charlotemburg?”. Esta pregunta se refiere a un homicidio sin premeditación. En caso de responderla afirmativamente, deberá el Jurado resolver acerca de la segunda “¿el acusado cometió homicidio con premeditación?. Si ambas preguntas se responden positivamente, se deberá responder a la tercera: “¿existen atenuantes?”. A continuación se dará la palabra a las partes.

Soghomón se encontraba sentado con el traductor sobre el lado izquierdo y los abogados defensores a la derecha. El traductor trataba de no dejar ninguna palabra sin doblar para el acusado. Sin embargo este no se mostraba interesado por los detalles del caso. Su mente estaba en paz. Nadie podía arrebatarle el convencimiento de haber actuado correctamente ante el responsable de la masacre de su pueblo. Lo que pudiera pasarle ahora, incluso entregar su cabeza al verdugo, no le importaba.

– Señores del Jurado – comenzó su alegato el fiscal Kolnik-, no es el aspecto jurídico de este hecho lo que le da a este caso su tono particular, sino las miradas del mundo que se concentran en esta sala. Independiente de los motivos psicológicos que haya esgrimido la defensa, aquí se ha acabado con la vida de un hijo del pueblo, que como tal condujo los destinos de su patria siendo un fiel aliado del pueblo y la nación alemana.
Algunos presentes en la sala comenzaron a repudiar con silbidos y gritos el comienzo de la declaración del fiscal. Este no se inmuto ni pidió silencio a la audiencia.

– El señor Tehlirian -continuó el fiscal cuando algunas personas seguían haciendo notar su desagrado – asesinó a una persona con premeditación y nos hizo saber en este mismo juicio que se sentía orgulloso de su accionar. No es necesario recordar que matar a un hombre es condenable por la ley alemana, aunque sea este un extranjero. Su justificación de que ambos eran extranjeros carece de fundamento jurídico. Soghomón Tehlirian actuó movido por el odio y el fanatismo político de muchos armenios que creen que Talaat Pashá fue el asesino de sus familias. Pero mucha gente que he consultado, entre ellos el general Liman von Sanders que declaró el día de ayer, están convencidos que el gobierno de Constantinopla no sabía nada de las consecuencias de las deportaciones, producto de la mala interpretación de las órdenes por parte de los gendarmes.

El presidente pidió al fiscal que no se extendiera sobre esos temas que ya habían sido debidamente discutidos. Por ello decidió terminar su alegato señalando: – Que al acusado actuó con premeditación se desliga de su propio testimonio. Además basta mirarlo – dijo señalándolo-, para ver que no es un hombre exaltado o extrovertido, sino introvertido, tranquilo y triste. Por ende solo puede cometer un homicidio tras una larga planificación, que acaso comenzó muchos años atrás en Oriente. Sus alucinaciones no son suficientes para demostrar que no actuaba bajo libre albedrío y aplicar el artículo 51º. Señores del Jurado: el saber que la sentencia por homicidio planificado es la pena de muerte no debe hacerlos recular a la hora de dar el veredicto. Nuestra Carta Fundamental fija la instancia del indulto presidencial para un acusado. Pero el declararlo culpable es un favor que podemos hacer por ese gran patriota y amigo del pueblo alemán que fue Talaat Pashá.
El presidente pidió al traductor que informara al acusado que el fiscal había solicitado la pena máxima, pero abriendo la posibilidad de un indulto presidencial. Esto no lo inmutó.
El siguiente alegato fue del defensor von Gordon:

– Veo que el fiscal Kolnik también actuó como un defensor dijo, pero de Talaat Pashá a quién llamó amigo del pueblo y la nación alemana. Esto debe ser motivo de repudio absoluto, ya que la República de Weimar, instalada luego de nuestra reciente revolución, no honra los pactos realizados por el gobierno imperial del Kaiser William con regímenes despóticos y tiránicos. Tenemos suficiente evidencia para probar la responsabilidad del gobierno de los Jóvenes Turcos en la masacre armenia: Deportaciones, violaciones, torturas y asesinatos. Nada se escapaba del ojo de los jerarcas de Constantinopla. Respecto al acusado debo decir que no fue el fanatismo y el odio como señala el fiscal Kolnik, lo que lo trajo a Alemania sino el afán de continuar sus estudios para ayudar a su pueblo. Recordemos que fue un alumno brillante en el colegio. Apelian y otros testigos declaran que era un hombre triste, pero que no lo movía el odio. Fue la aparición de su madre y aquella visión en la ventana lo que lo llevó a actuar esa mañana. El poseer un arma no es signo de que fuera un terrorista, sino del temor que sentía porque volvieran las masacres. Recordemos que la compró en Tiflis cuando la guerra y las deportaciones aún no habían terminado.

Continuó dando detalles de su enfermedad, y destacó que el hecho de haber dejado caer el arma no significaba deshacerse de la evidencia sino dar por concluido el deber que tenía con su pueblo. Recordó como el Dr. Vorster declaró que ya no era un peligro por haberse diluido el “ideal supremo”. – Señores el Jurado concluyó, sería lamentable que un tribunal alemán se uniese a las voces que piden seguir condenando a este joven que ya pasó las más terribles pruebas. Que este concepto quede grabado profundamente en sus corazones, a fin de que puedan actuar de acuerdo a su conciencia.

El defensor Wertauer, tras una introducción, señaló los motivos por los que no deberían condenarse al joven Soghomón Tehlirian: – En primer lugar – comenzó Wertauer- debe tenerse en cuenta los testimonios de los partes médicos, ya que dos de ellos destacaron que su desequilibrio psíquico nos puede llevar a conjeturar que el libre albedrio no estaba presente al momento del homicidio. Además el joven había padecido tifus en su juventud con las consecuencias que eso provoca en la conciencia, y que el día del hecho había bebido cognac para aliviar su dolencia estomacal cuando no estaba acostumbrado a la bebida. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que desde marzo de 1921 las Repúblicas de Turquía y de Armenia, surgidas del desmembramiento del Imperio Otomano, se hallan en guerra, por lo que ambos deben ser vistos como contendientes enemigos de un conflicto armado. A la frase “Yo soy extranjero y el también”, debería haber agregado “Estamos en guerra, esto no incumbe a Alemania”. En tercero es necesario recordar que Talaat Pashá había sido previamente condenado a muerte por un tribunal militar. No soy partidario de los tribunales especiales ni de la pena capital, pero hay que reconocer que el proceso fue prolijo, presentándose toda la evidencia y no dando lugar a dudas en torno a su culpabilidad en las masacres armenias. El acusado no hizo más que cumplir la sentencia que su víctima estaba evadiendo. Por último debo decir que actuó en actitud defensiva. Sabemos de la alianza entre los Jóvenes Turcos y los Bolcheviques. Si Talaat Pashá huía a Rusia como hizo Enver, se unirían a las fuerzas que hostigan la República Democrática de Armenia. Con su disparo, Soghomón Tehlirian salvó la vida de mujeres, hombres y niños que hubieran caído bajo las garras del verdugo.
El impecable testimonio del defensor provocó el aplauso de los miembros de la colectividad armenia. El presidente pidió que le tradujeran al acusado que el defensor solicitó su absolución, a lo que respondió con un gesto de agradecimiento. – Antes de pasar a la votación del jurado – dijo el presidente Lemberg-, escucharemos un último alegato del profesor Niemeyer de la Universidad de Kiel.

La exposición de Niemeyer estuvo centrada en enmarcar las masacres de 1915 en un contexto histórico que comenzó en 1878 cuando el Congreso de Berlín decretó la partición de Armenia, dejando a los pobladores de la parte occidental como súbditos del Imperio Otomano. En base a esto señaló que el Tribunal Alemán tiene una responsabilidad moral para compensar de alguna forma a quién fue una víctima de estas políticas coloniales.

– Para finalizar repetiré un concepto del defensor con Gordon – expresó Niemeyer-. Ustedes no pueden condenar a Tehlirian. El actuó como debía actuar e hizo lo que debía hacer. Quizá consideren que el impulso que lo guiaba era más diabólico que moral, pero deben poder enmarcarlo en la correlación de hechos que se sucedieron. Deben pensar el resultado que dará el veredicto – dijo mirando a los miembros del jurado-, no desde el punto de vista político actual, sino el resultado que arrojará en cuanto a la suprema justicia y en cuanto a los valores que vivimos que hacen que la vida sea digna de ser vivida.
Las réplicas posteriores del fiscal no estuvieron a la altura de los argumentos de los defensores.

– Les ruego que se aboquen a su misión – les dijo el presidente al jurado cuando terminaron los alegatos-, y contesten las preguntas que formulamos al comienzo. Para declararlo culpable se requieren dos tercios del Jurado. Tienen una hora para deliberar.
El jurado se retiró y la sala comenzó a desocuparse.

XII
Soghomón Tehlirian no caminaba solo esa mañana por la calle Charlotemberg. Lo acompañaban un millón y medio de compatriotas deportados, torturados, violados, mutilados, ahogados, quemados vivos o asfixiados con humo en pozos y cavernas. Cuando levantó la pistola apuntando a la cabeza de Talaat Pashá se le vinieron nuevamente las brutales escenas de la masacre de su familia. Vio a su hermana, apenas una niña, violada y torturada por gendarmes turcos. Vio a su madre y su padre caer fusilados. Vio nuevamente como un hacha partía la cabeza de sus hermanos. Y sintió ese olor penetrante y pestilente de la muerte que lo acompañaría por el resto de su vida.
Quiso gritarle al asesino para que girara y viera con sus propios ojos como una de sus víctimas hacía justicia. Pero no se merecía la dignidad de morir de frente.
La bala le atravesó el cuello destrozando las arterias, la carne, los nervios. La sangre derramada a borbotones salpicaba su ropa y el suelo en donde se desplomó ese cuerpo infame sin vida.
Ahora sus víctimas tendrían algo de paz.

XIII
Otto Reincke, presidente del jurado, leyó el veredicto: – Declaro con honor y justicia la resolución de los Jurados. ¿Es culpable Soghomón Tehlirian por haber matado a Talaat Pashá en forma premeditada en la calle Charlotemburg en 15 de marzo de 1921? – Un silencio conmovió la sala -. ¡No! – expresó enérgicamente.
Un aplauso resonó en el tribunal. Los miembros de la comunidad armenia se abrazaban entre sí, y otras personas adherentes a la causa los felicitaban y se unían a la celebración. Soghomón se abrazó con sus defensores y con el traductor.
El fiscal Kolnik se retiró de la sala en medio de los insultos de quienes lo acusaban de simpatizar con el régimen asesino turco.
El presidente pidió silencio para dar por finalizada la audiencia. – Firmo la resolución y ordeno la libertad del acusado por cuenta y cargo del Tesoro del Estado de acuerdo a lo resuelto por el jurado. Se deja sin efecto inmediatamente la orden de detención. Se levanta la sesión.

Una hora después del fallo, Soghomón Tehlirian bajaba los escalones del Tribunal de Berlín como un hombre libre. Iervant Apelian, Kevork Kalusdian, Crisdine Terzibashian
y otras personas de la colectividad armenia lo esperaban como a un héroe. Los abrazó y, por primera vez, lloró.

Lloró por su familia asesinada, lloró por la deportación de su pueblo, lloró por tanta muerte injusta e impune ante los ojos de un mundo que miraba para otro lado. Y lloró también de alegría porque sentía que comenzaba a recuperar algo de lo perdido.
“Yo no tengo patria”, le había dicho a la profesora Beilnsohn. Ahora la tenía.

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Cipolletti, 29/30 de enero de 2014.

(*) El título de “Pashá” se aplicaba durante el Imperio Otomano a funcionarios que desempeñan altos cargos políticos o militares. Es similar al “Sir” británico.

Aclaración:
El presente relato, aunque inspirado en hechos verídicos, constituyen una versión ficcionalizada de los mismos por lo que no debe tomarse como un texto histórico. Sobre el juicio a Soghomón Tehlirian se puede consultar: Autores Varios; Un proceso histórico: absolución del ejecutor del genocida turco Talaat Pashá, Buenos Aires, EDIAR, Consejo Nacional Armenio de Sudamérica, 2012.

Agradecimiento:
A Julieta Ojunian, por proveerme de información para la realización de este relato.