Estás visibilizado el femicidio en Ciudad Juárez. Tu trabajo va más allá y muestra la ausencia de niñas. ¿Cómo y por qué fue el desafío de abordar este tema? Cuanto tiempo de investigación llevó?
Todo empezó viendo los carteles de esas mujeres pegados en todas las calles del centro de la ciudad, y me empezó a obsesionar el saber quiénes eran y qué había sucedido. El proyecto empezó en el 2005 y aún sigo trabajando en él por que todo se fue enlazando y se volvía más complejo cada vez que iba profundizando.
Para contactar a las familias tuviste que contactar con la Procuraduría de Justicia y otros organismos del Estado. ¿Cuál es la respuesta de los organismos gubernamentales de tu país con el problema de los femicidios y la desaparición sistemática de niñas y mujeres en México?
Y, bueno, no es buena publicidad y creo que aún no se ha tomado conciencia de lo que sucede; creo que es esta incapacidad de saberse que el otro es una extensión nuestra. He tenido gente que ha colaborado conmigo y otra que no. Ellos saben lo que sucede, se han creado programas para la ayuda a las familias y demás pero no se tiene un procedimiento eficaz: la violencia sigue siendo lo más cotidiano en Ciudad Juárez.
¿Cómo fue inicialmente el vínculo con esas familias y cómo fue cambiando?
La relación fue muy extraña en el sentido de que el único vínculo que había entre nosotros era una persona a quien yo no conocía, pero su familia amaba profundamente. Así que la relación crecía con el tiempo y me iban hablando de su hija. Eso lo explicaré un poco más detallado en la charla.
¿Cómo es trabajar desde la fotografía y darle un tratamiento documental a este tipo de delitos? Y, a la hora de colgar o publicar un reportaje de estas características, ¿qué límites éticos no perdés de vista?
Trato que el material o el proyecto salga desde un movimiento de amor, tengo profunda tristeza por cada una de las familias que he conocido, así que he tratado que todo sea como un acompañamiento a esas madres. Que las personas que vean el material se sientan cercanas y que energéticamente suceda algo. Tengo mucho cuidado en dónde muestro el material y el contexto en que lo muestro, siempre quiero ser lo más responsable posible con ese proyecto porque se que se trata de gente que ya murió o está en una situación difícil.
¿Tuviste contacto con organizaciones vinculadas a la trata de personas para explotación sexual en Argentina u otros países de América latina? ¿Has realizado alguna experiencia en nuestro país?
Estuve trabajando con la fundación María de los Angeles en Tucumán, con un taller de fotografía con mujeres que fueron rescatadas de la trata de personas, era parte de un programa de reinserción propuesto por la fundación en todo el país. La experiencia fue muy fuerte porque yo nunca había visto a una chica que volviera a su casa, las historias eran terribles, y el taller fue justo que ellas empezaran a documentar su vida, se miraran a través de la cámara.
En Argentina las mujeres organizadas venimos denunciando la violencia de género de manera muy activa y con mucha presencia en las calles -las masivas movilizaciones Ni Una Menos, el paro de mujeres el 19 de octubre, el 31 encuentro nacional de mujeres en la ciudad de Rosario – pero parece que nada alcanza. La violencia contra las mujeres se acrecienta y el Estado nacional no invierte presupuesto en políticas públicas de prevención de esas violencias.
¿Qué opinión te merece esa falta de compromiso por parte de quien debería protegernos?
Hay una falta total de conciencia. Desde que todas las muertes de personas se convierten en cifras, hay una cotidianidad en la violencia, una falta de amor hacia el ser humano, y en este caso hacia la mujer porque somos sociedades condicionadas por un miedo profundo. Lo más triste de todo es que nosotros hemos creado este sistema, somos parte de esta violencia. Siempre he admirado mucho al activismo argentino, por lo menos tienen memoria y recuerdan y se han conmovido con las situaciones de violencia en su país; eso no pasa en el resto de Latinoamérica. Se nos olvida todo y creo que es porque siempre pensamos que le pasa al otro. El gobierno piensa que eso sólo les pasa a los pobres, el espectador que lee el periódico piensa que le pasa al otro. Y, como recalco, mientras no entendamos que el otro no es el otro sino una extensión de uno mismo esto no va a cambiar. Lo que siempre digo en mis conferencias cuando surge esta pregunta “por qué pasa esto en Ciudad Juárez”: bueno, pasa porque se puede.
¿Han aportado algo estas imágenes a la reflexión sobre la actualidad de México?
Yo lo veo como una cartografía del desastre, una radiografía de un mal que va empeorando. Creo que la documentación de lo que sucedió en ciudad Juárez, vista de diferentes perspectivas, nos puede acercar más a entender lo que vivió y está viviendo una sociedad donde la violencia se sistematizó.
¿Cómo describirías la experiencia de llevar tu trabajo sobre identidad a las escuelas?
Para mí es muy enriquecedor, creo que la formación tiene que ser enfatizando más y que aprendamos a amarnos a nosotros mismos. En ninguna parte del mundo se enseña esto a los niños. Si fuera la base de la educación, tendríamos gente que cambiaría el mundo, habría cosas más positivas, más verdaderas. Pero nos enseñan que tenemos que amar a todo el mundo antes que nosotros mismos y por eso no funciona. Me gusta ir a las escuelas porque siento que hay mucha sensibilidad en la gente que aún se está formando y trato de partir desde el amor, enfatizo sobre que la manera en que nos conozcamos y nos relacionemos con amor; esto nos acercará más hacia los otros.