La prisión de Gitarama está situada en los bordes de una selva, sobre un terreno cercado con un muro de concreto armado y alambre de púas reforzado que aísla a los prisioneros del resto del mundo. El muro en sí no es tan alto, y a primera vista no sería un impedimento para un convicto determinado a escapar. El gran problema es que el campo circundante está atestado de minas terrestres artesanales. Esa virtual “tierra de nadie”, es imposible de cruzar sin correr el riesgo de pisar una mina cargada con chatarra metálica y vidrio molido. Los que intentan cruzar este lugar y terminan mutilados deben arreglárselas ellos mismos para regresar a la cárcel si quieren recibir un poco de ayuda. Nadie en su sano juicio se aventura más allá del perímetro de seguridad. Entre los custodios de Gitarama corre el rumor de que el mapa con la ubicación precisa de las minas se perdió hace mucho tiempo, y por lo que nadie se atrevería a pisar allí. Hace unos años, cuatro hombres trataron de fugarse atravesando la hierba alta, uno de ellos pisó una mina, otros dos fueron fusilados. El último, de forma milagrosa, logró gatear de nuevo a la cárcel.
Apenas existe una entrada a la prisión, un camino de terracería de tres metros de ancho, vigilado de forma constante por guardias ubicados a cada veinte metros. No hay forma de salir de Gitarama que no sea atravesando ese camino. Cualquier persona que ande por esta ruta sin la identificación adecuada es fusilada sin piedad. Los guardias cumplen su papel, pues uno de los castigos para los funcionarios corruptos es ser enviado a esta misma cárcel, convirtiéndose él mismo en un prisionero.
La prisión está conformada por dos edificios de cuatro plantas cada uno. Construidos específicamente con concreto de color ocre. Los edificios fueron parte de un complejo habitacional en 1960, construidos por una multinacional británica para que sirvieran de vivienda a sus empleados. Cuando la empresa cerró, el lugar fue alquilado por el gobierno dictatorial con el objetivo de transformarlo en una prisión política. Desde entonces, las cosas no han cambiado mucho, a pesar de que Ruanda ha tenido la transición de diferentes gobiernos, cada uno de ellos parece encontrar un uso práctico para Gitarama.
Se estima que la población penitenciaria alcanza los 7,000 individuos. Siete mil personas amontonadas en dos edificios de cuatro plantas cada uno. El hacinamiento ha provocado que los convictos se distribuyan en todos los espacios posibles. El espacio es una de las cosas más valiosas en este sitio olvidado por Dios. Una capacidad razonable para los estándares occidentales debería ser de un máximo de 400 prisioneros.
Los detenidos son confinados a las antiguas habitaciones de los apartamentos con las ventanas selladas con barrotes de hierro. En estos espacios cerrados y oscuros el hedor es del infierno. Las escaleras y los pasillos siempre se encuentran atestados de presos que no se atreven sentarse o acostarse por miedo a ser aplastados. Pueden caminar por el patio que tiene el tamaño de una cuadra de fútbol de salón con techo, y eso es todo. Aquellos con suerte logran encontrar un espacio en los “dormitorios” donde pueden tumbarse y tal vez dormir. Pero la sobrepoblación es tal que incluso los baños (los 20 existentes) están siempre llenos. La prisión de Gitarama es simplemente demasiado pequeña para la ridícula cantidad de personas presas allí. Solo como dato de referencia, esta prisión nunca sería aprobada por la agencia reguladora de los derechos de los animales en el Reino Unido, responsable de las normas de arbitraje de los mataderos. Las instalaciones serían consideradas inhumanas incluso para los cerdos.
Los guardias nunca entran a Gitarama. Rara vez alguien – además de los propios prisioneros, se aventura al interior de la prisión. Los suministros, el agua y los alimentos son colocados en la puerta una vez por semana, y es responsabilidad de los prisioneros distribuir estos artículos entre sí. También una vez por semana los botes de basura con los excrementos y cadáveres son dejados en el mismo acceso de la recolección. El servicio médico es voluntario, brindado por médicos y religiosos, pero nunca es suficiente como para proporcionar un tratamiento adecuado a los pacientes. El gobierno de Ruanda no se hace responsable de estos voluntarios y, de hecho, algunos que cruzaron la puerta, simplemente desaparecieron en el otro lado.
Sorprendentemente, en Gitarama nunca se han suscitado rebeliones o motines que hayan requerido la intervención de la policía o las autoridades penitenciarias. Los presos son responsables de su propia regulación y nadie se sabe cómo se organizan. La mayoría de los que llegan se queda para siempre, estos hombres enviados a prisión y que cumplen cadena perpetua por cargos de asesinato, violación, hurto, extremismo… tienen en común el hecho de que todos pertenecen a la etnia Hutu.
Los hutus cargan la responsabilidad por uno de los genocidios más grandes de la década de 1990, con nula piedad masacraron a sus oponentes, los Tutsi, en los conflictos étnicos que azotaron el país africano en 1994 y que causaron más de un millón de muertes. Como una forma de promover la barbarie, los Hutus que controlaban las fuerzas armadas fomentaron un deseo asesino en la población civil, proporcionándole armas y promulgando la “muerte a los Tutsi”. A pesar de tener al ejército de su lado, los machetes fueron las armas que tristemente se volvieron celebres en estas horribles masacres. Los machetes, fueron utilizados como una herramienta de intimidación, tortura y, por supuesto, de muerte. Se estima que uno de cada tres hutu, recibió como regalo un machete por parte del gobierno con órdenes de utilizarlos contra los enemigos. Los hutu utilizaban esto cuchillos largos y puntiagudos para mutilar a sus enemigos – los términos “manga larga” y “manga corta”, designaban el sitio donde debía ser cortado el miembro: en la muñeca o desde el codo. En la actual población de Ruanda aún se pueden ver esas cicatrices de esos años de locura con miles de desaparecidos, mutilado y traumatizados.
Con el cese de la Guerra Civil, los gobiernos de transición se dividieron el poder y mediante acuerdos de paz lograron frenar las hostilidades. El gobierno actual de coalición llegó a la conclusión de que las acciones de los hutus, consideradas crímenes contra la humanidad, no podían quedar impunes, por lo que giraron órdenes para que fueran recluidos en prisiones como Gitarama. Es innegable que existe un clima de revancha de los oprimidos contra los opresores, y venganza contra quienes promovieron una de las mayores vergüenzas de aquellos años.
Según las versiones de “Médicos Sin Fronteras“, los prisioneros sobreviven un máximo de 8 meses al interior de la cárcel. Uno de cada ocho muere antes de siquiera cumplir cinco meses en este lugar. Sin embargo, se continúan recibiendo prisioneros enviados de otras prisiones que implican a los Hutus responsables de las masacres. Los voluntarios hicieron un estudio de las condiciones generales: una gran cantidad de internos sufrían de traumas, incluyendo tímpanos estallados y mordidas causadas por otros presos, mientras que un número mucho más elevado sufría de áreas pútridas en las plantas de los pies debido a que andan descalzos en condiciones insalubres. Muchos han perdido dedos, pies o piernas debido a la gangrena. La septicemia colorea a los hombres, las extremidades se vuelven de un color negro como boca de lobo, los cuerpos grises y rostros adquieren un color amarillo fantasmagórico.
“El hedor digno de una jaula de león mezclado con las aguas residuales y los murmullos dementes son incapaces de preparar al visitante para la realidad al interior de la cárcel.” escribió un médico alemán que trabaja en MSF y que tuvo acceso al interior de Gitarama. “El ondulante océano de rostros semi-desnudos y cuerpos esqueléticos, colocados el uno al lado del otro casi amontonados en el suelo o en las paredes provoca una constante sensación de claustrofobia. Casi no hay forma de caminar, no sin tropezar o pisar a los demás. No hay una forma de asegurarse de que la persona de al lado esté viva o muerta, muchos de ellos se enferman de la noche a la mañana, sufren de disentería y deshidratación“.
El mismo aire es un recurso escaso, muchos hombres mueren por asfixia, no pueden respirar. “Si una epidemia lograr entrar a esta cárcel, no quería imaginar los efectos“, comentó VeroniqueTroyes, miembro de un Comité de la Cruz Roja Internacional que inspeccionó la cárcel en septiembre pasado.
Pero el terror en este infierno terrenal parece no conocer límites. Para volver más aterradora esta pesadilla causada por este lugar infame, los observadores internacionales revelaron un aspecto aún más espantoso presente en Gitarama: El canibalismo.
La prisión cuenta con dos áreas que sirven como cocinas improvisadas en las que los convictos preparan sus comidas en recipientes metálicos llenos de aceite. El humo se esparce por toda la estructura, impregnándose y mezclándose con otros olores indescriptibles. Cada interno tiene derecho a una sola comida al día y muchos deben enfrentarse con sus compañeros de prisión y luchar para conseguir algo de sustento. El más fuerte, por supuesto, se hace con el control de la división y el más débil se queda sin nada. En medio de la profunda desesperación causada por el hambre, algunos presos terminan rompiendo uno de los tabúes más antiguos de la humanidad y se alimentan de sus colegas.
“Es una realidad aterradora“, informa Veronique, “El canibalismo está presente en la prisión de Gitarama, con el entero conocimiento de los guardias y autoridades. Los presos cuentan con una especie de lotería en la que las víctimas son elegidas al azar, los mal afortunados desaparecen sin dejar rastro. Escuche algunos relatos tétricos de esta práctica”.
A pesar de la presión internacional, la prisión de Gitarama junto con sus prisioneros y sus prácticas parece que seguirán funcionando durante mucho tiempo más.