Cómo se recordará, Constanza alimentaba a su hijo en una Plaza de San Isidro cuando dos policías locales MUJERES, le expresaron que no podía hacerlo en público, le pidieron documentos, le gritaron y aseveraron que la llevarían presa si seguía adelante. Constanza se fue a bar entre el llanto del niño de 9 meses y la mirada de reprobación de de algunos transeúntes. No existe ninguna ley que prohíba dar el pecho en público, en cambio Unicef y organizaciones nacionales alientan la lactancia hasta en sitios donde hay otros.
Pero el fascismo, en este caso contra Constanza, no es solo de las dos MUJERES policías que se encarnizaron con ella. Según un estudio reciente, dos de cada cinco argentinos consideran que se debe dar la teta en privado y manifiestan su terminante oposición a que se haga a la vista.
Y el tema, se propaga allende nuestras fronteras. Por caso, en Estados Unidos, cuando no, 12.000 mujeres son detenidas cada año por dar pecho en público a sus hijos. A su vez, en México, Costa Rica y Paraguay, entre muchos otros, existen mujeres en lucha contra la prohibición que se manifiesta aún sin leyes, solo por nombrar algunos de los países perseguidores de la lactancia materna.
Cabe destacar que nuestro país, a diferencia de otros, tiene decenas de millones de cabezas de ganado, las vaquitas ajenas diría Atahualpa Yupanqui, sin embargo hay niños que no toman leche. A su vez, por lo menos 10 chicxs por día mueren por causas vinculadas a la desnutrición. Establecer impedimentos a una mujer para alimentar a su hijo, no es solo un acto moralmente abominable, forma parte de los profusos delitos que comporta la represión del estado.
Como puede apreciarse, sin esfuerzos, exhibir culos y tetas para vender artículos de la más diversa especie, o, mostrar sus bamboleos en programas nefastos sin nada que lo argumente más que el rating, está absolutamente permitido y legitimado. En cambio alimentar al hijo merece persecuciones y humillación.
¿Quién es el culpable de esta injusta situación? El bebé, por supuesto: Él debería saber que no puede alimentarse cada tres horas. O hacerlo en baños públicos y bancarse el olor a mierda. Y sí no, que aprenda a manejar los cubiertos de una vez por todas. O que elija otro menú. Y de última que se tape la cara con un trapo y pase a la clandestinidad a la hora que tiene hambre. Son muchas las soluciones. ¡Qué tanta teta ni teta!