“Yo carezco por completo de imaginación, cuento lo que veo y construyo mis libros a partir de la observación de la realidad y después la adorno poéticamente, con una serie de trucos de construcción que podrían ser trucos de carpintería, pero de ninguna manera se separan de la realidad”, indicó Gabo.
Y ahí convive el partido Liberal con los pescaditos de oro y las mariposas amarillas. La soledad de Úrsula con la mortaja de Amaranta, y la belleza de Remedios con la guerra, la dureza y la ternura del coronel.
“Los intelectuales me comparan con escritores que ni siquiera he leído”, decía. Él, que en un acto solemne cuando estaba escribiendo Cien años de soledad, bajó a ver a Mercedes, su esposa, que estaba en la cocina y con el rostro blancuzco y lleno de aflicción le dio la noticia más terrible: Ha muerto el coronel Aureliano Buendía.
Sólo él podía conseguir que al día siguiente de su primera edición, en el colectivo 64 éramos 7 los pasajeros que leíamos “El amor en los tiempos del cólera”. Eso lograba el Gabo.
“Los yanquis y los europeos que no entienden nada, creen que somos máquinas puramente imaginativas. Si ellos vivieran como vivimos aquí sería otra cosa”.
Las pertinaces lluvias y los calores sofocantes de Macondo se encuentran en los pueblitos de todo el continente, es que la magia habita entre nosotros y el Gabo lo sabía y lo contaba en sus páginas.
Al preguntarle por su recuerdo más bello él respondió: una niña de mi edad, unos ocho años, con un lazo enorme en la cabeza y unos ojos muy grandes que me dijo adiós desde la ventana de un tren fugitivo… Ese era el Gabo, un anti intelectual puro como el mismo decía, amante de los boleros del Caribe a los que definía como la mejor música.
Adorador del cine, tanto que llegó a amarlo más que a la literatura.
Amigo personal de Fidel Castro, con el que siempre hablaban de mujeres y de comida.
En cada discurso de agradecimiento por sus premios (Premio Nobel en 1982, Legión de Honor, la Gran Orden del Águila Azteca entre otros) siempre mencionó los problemas primordiales de América latina. Y reafirmó su grandeza cuando dijo: Nunca, en ninguna circunstancia he olvidado que en la verdad de mi alma, no soy nadie más, ni seré nadie más que uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca.
Agencia Para La Libertad, periodismo de intervención social
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