Indemocracia

La clase política, que ya evolucionó a casta, entiende que lo importante no es serlo, sino parecerlo. Los políticos burgueses son la mujer del César. Los políticos burgueses no gobiernan: reinan aunque parece que gobiernan. Y a eso lo llaman gobernabilidad. El voto es obligatorio, no para asegurar su universalidad, sino para generar la ilusión de mayorías. La pasión de multitudes.

Las PASO se han convertido en un vodevil, un grotesco, una pantomima. Los partidos políticos no van a las PASO. Se arman alianzas, que en realidad son pactos perversos, para lograr un per saltum de las PASO. Des PASITO. Curiosamente, las elecciones presidenciales son cada 4 años. Igual que los mundiales de fútbol.

Las PASO, la elección de legisladores, vienen a ser las eliminatorias. El deporte pasó de ser amateur, a ser profesional, y finalmente, a ser industrial. Pues mal: la política está organizada a escala industrial. Las empresas más grandes, las pymes, los microemprendimientos, intentan sobrevivir en el parque jurásico que algunos llaman mercado. Yo los conozco. La política industrial necesita generar, como la gaseosa que refresca mejor, o las hamburguesas que envenenan mucho mejor, la certeza que es necesaria. No prescindible.

Como dijo Winston Churchill, obviamente no en forma literal. “La democracia es un asco, pero no encuentro nada mejor”. Yo sí. Es cuestión de buscar. Pero para eso es necesario reformular la idea de batalla cultural. La derrota enseña. El fracaso paraliza y melancoliza. Ejemplo: lamentan que regresamos a los 90 aquellos que en los 90 hacían alabanzas al presidente expropiador y privatizador. Lo toleraron a Menem y 25 años después le pusieron la alfombra roja al cartero liberal que llamó dos veces. El gobierno de los ricos, por los ricos, y para los ricos.

La batalla cultural la ganó el capitalismo. Una vez más. Su primer éxito fue ser reconocido por su disfraz más popular: neoliberalismo. Ser capitalista y en forma simultánea, anti liberal, es una de las paradojas más contundentes de la cultura represora. Convocar a los derechos humanos y al capitalismo en forma simultánea, otro triunfo de la cultura represora. En la actualidad, sólo se convoca al capitalismo, cuanto más injusto mejor. Un capitalismo puberal, que arrasa con todo, desde la tierra contaminada hasta los discapacitados despojados de lo más elemental.

Con el disfraz de no permitir privilegios, arrasan con los derechos. Diagnostican una uña encarnada y cortan las dos piernas. Una forma muy perversa de Cambiar. Todo el carnaval de las alianzas, de las DesPasito, permite que en aras de lo políticamente conveniente, se sostenga lo políticamente incorrecto. Una ola de macartismo recorre las alianzas, incluso las nacionales y populares. ¿Será que volvimos a los 90? Yo creo que nunca nos fuimos de los 90 y que entonces, será necesario volver a los 60. Y a los 70.

Propongo una “guerra de guerrillas” cultural y política. Donde nuestras armas sean la pluma y la palabra. Pero con las municiones de los nuevos sentidos que pueden perforar los muros de la cultura represora.

“Cartagho delenda est” decía Catón el Viejo. Cartago debe ser destruida. La cultura represora también. Usemos, y abusemos de todas las palabras que la cultura represora abomina. Justicia por mano propia. Venganza. Odio. Autogestión. Autogobierno. Revocación de mandatos. Plebiscito vinculante. Poder Popular. Justicia Popular. Educación Popular. Amor libre. Pedagogía de la ternura. Todo el poder a los trabajadores. Sepultar la dictadura de la burguesía. Luchar la vida. Pienso, luego combato. Las palabras verdaderas son enunciación y son acto. ¿Una imagen vale por mil palabras? Un acto revolucionario vale por mil almuerzos con la Chiquita.

Para que todo eso no sólo sea posible, sino que además sea probable, deberemos construir unión de abajo hacia arriba. Pero también decisión de arriba hacia abajo. El liderazgo no debe ser despreciado. Liderazgos libertarios o Ceos reaccionarios. Por eso, porque las palabras son también armas cargadas de presente, propongo que a este sistema de gobierno, que a Churchill le parecía el mejor de todos, empecemos a denominarlo INDEMOCRACIA. O sea: sin democracia. Apenas gerenciamientos, incluso constitucionales. Pero de ninguna manera democráticos.

Cuando tengamos la absoluta convicción que estamos en la más profunda indemocracia, entonces Catón el Viejo será nuevamente recordado. La indemocracia debe ser destruída.