En diciembre de 2016, cayó preso involucrado en un robo. Dice Lorena, su hermana, que John le confesó – a sabiendas de que no le creerían- que quedó pegado en el robo porque lo engañaron. Que la persona que vivía con él le pidió que llevara en moto a un amigo, que John no conocía, a comprar a una panadería. Que de repente se desató el robo y que el otro muchacho lo apuntó con un revólver para que arrancara la moto y escaparan.
Mientras ese testimonio se debatía en una causa judicial, John quedó detenido en la Comisaría 1ra de Pergamino. Y mientras John estaba detenido, acusa Lorena, la persona que vivía con él le desvalijó la casa.
El 23 de febrero de 2017 a John le confirmaron que quedaría libre, pero recién después de cinco días hábiles en los que se tramitarían algunos papeles para concretar la libertad.
En ese quinto día hábil, el 2 de marzo de 2017, a Lorena y a otros familiares de detenidos en la comisaría les sonó el teléfono. Eran mensajes de urgencia. Los chicos avisaban que la policía los iba a matar. Que estaban prendiendo fuego.
Siete chicos, entre ellos Chilito, murieron calcinados en un calabozo de esa Comisaría 1ra de Pergamino, un ex centro clandestino de detención y tortura durante la última dictadura cívico militar.
Desde Yumbo, esperando marzo para llegar a Argentina en el primer aniversario de lo que hoy se conoce como la Masacre de Pergamino, Carmenza, madre de John, pide justicia y se hace algunas preguntas.
Una de ellas, que ni el gobierno provincial ni los investigadores de la causa aún pudieron responder, alcanza para resumir el dolor y la bronca que hoy se constituyen en el motor del incansable pedido de justicia de los familiares de las víctimas:
“¿Qué pasó con los siete muchachos en la Comisaría de Pergamino el día 2 de marzo de 2017 donde perdieron su vida?”