La Desbandá fue el bombardeo más sangriento de la Guerra Civil española y uno de los que más se ha intentado silenciar. Murieron muchas más personas que en el bombardeo de Guernica.
Durante este suceso, se produjo la intervención del doctor Norman Bethune, que se desplazó expresamente desde Valencia hacia Málaga con su unidad de transfusión de sangre para socorrer a la población civil.
Entre las acciones de solidaridad que impidieron mayores muertes, se encuentra la intervención de Anselmo Vilar, un farero de Torre del Mar, natural de Lugo, que durante dos días mantuvo apagado el faro, lo que impidió que los aviones y los barcos pudiesen ubicarse y localizar a la población en el tramo comprendido entre los núcleos de Almayate y Caleta de Vélez. Vilar fue fusilado tras la entrada de las tropas nacionales.
Y, entre las miles de historias, por ejemplo de la Consuelo y su familia que salió la madrugada del 7 al 8 de febrero hacia Almería desde donde partió hacia Barcelona. Su padre, al que jamás volvió a ver, acabó en un campo de concentración en Francia: “La carretera era como una serpiente. Mucha gente se caía. Eran gritos, eran llantos, eran lamentos. El que quedaba herido, ése se desangraba. Ahí no había nadie que pudiera acudir. Yo, que tenía 10 años, vi a un matrimonio con un niño de pecho que se estaba muriendo. Hicieron un hoyo en la carretera y lo enterraron. Eso lo vi yo”.
Un informe del historiador Juan Francisco Colomina habla del gran papel de las mujeres en La Desvandá que actuaron como protectoras y cuidadoras en todo momento exigiendo sus derechos y los de sus familiares. “Se enfrentaban a las autoridades civiles de cara a a conseguir unas condiciones mínimamente dignas de habitabilidad” “Fueron las cuidadoras de los ancianos, como señala el documento que presentamos, en el que se muestra una petición de caridad para facilitar un billete de ferrocarril a Virtudes Vereda Moreno y a su familia para poder viajar desde Vera, donde estaba refugiada, hasta una localidad catalana en la que se encuentra, sola y enferma, su madre”. “Fueron víctimas y protagonistas de las barbaridades de la guerra. Pero también fueron heroínas de lo cotidiano, luchadoras contra la resignación y la imposición de un modelo de mujer encorsetado. Muchas de aquellas mujeres que marcharon del horror jamás volverían a sus casas ni a ver a hijos y esposos; lo perdieron todo. Y aún así siguieron su propio camino conforme a su pensamiento, ideas y voluntades”.
Ha habido un crimen mayor que el de La Desbandá: su olvido y el rechazo hacia otras personas que hoy buscan refugio. Es nuestra responsabilidad recuperar la memoria de nuestro pueblo dolorido, víctima de los silenciamientos, sometido a – como decía Alejandra Pizarnik- una “conspiración de invisibilidades”. Hoy La Desbandá (en andalú) nos duele por todas las vidas rotas que dejó en ese camino una guerra hetera, patriarcal, androcéntrica… Una masculinidad hegemónica que asesina y mata cada día mientras otres recogen sus restos haciendo lo que pueden con la bandera del cuidado y la paz, en medio de un camino de bombas. LA DESBANDÁ NO SE OLVIDA.