La educación como herramienta de liberación

San Martín, 8 de setiembre de 2011.-
Por Rodolfo Grinberg
Quizás se asuste si se cruza con Diego Gabriel Tejerina en la calle. Si es consumidor habitual de “TN”; “Crónica”; o de cualquiera otra expresión de la prensa bastarda. Si invierte buena parte de sus ingresos en alarmas, rejas y candados porque en la calle “pasan cosas”. Si pasa más tiempo en casa mirando el noticiero que afuera, donde late peligrosamente la vida. Si piensa que el mundo es injusto, no porque hay muchos y muchas que no tienen nada; nada para gastar ni dónde poner un candado, sino porque no se invierte el dinero público, el de los impuestos que paga la “gente decente”, en hacer más cárceles y poner más policías para que los ciudadanos no tengan tanto miedo. Diego Tejerina porta rostro. Es culpable de rostro. Y quizás se asuste si se lo cruza.Pero no se preocupe, para su alivio hace 11 años que Diego está preso. Él está condenado. Está condenado desde mucho antes de nacer. Está condenado por el miedo y el odio colectivo. Por quienes se cruzan de vereda y exigen “mano dura”. Tal vez, dentro de un tiempo Diego pueda volver a la calle. Pero difícilmente pueda librarse del estigma y la condena.Entrevistamos a Tejerina en la unidad Nº 48 de San Martín, en el marco del taller de periodismo que dictan La agencia de Comunicación Rodolfo Walsh y el equipo de educación popular Pañuelos en Rebeldía. Diego es coordinador del taller. Él cursa el segundo año de sociología en la sede que posee la Universidad de San Martín en el penal y además es alfabetizador. Ayuda a sus compañeros que no saben leer y escribir. Hoy la educación es la pasión de Diego Tejerina. Sueña salir de la cárcel y ayudar a las suyos, a los más pobres, a partir de la enseñanza. Su vínculo con la educación comenzó en el CPU, el curso de ingreso a la universidad. “Teníamos que rendir matemática y soy muy bueno”, explica Diego mientras hace la pausa para dejar que una amplia sonrisa cargada de orgullo inunde su cara. “Soy bueno porque me acuerdo mucho de lo que vi en la secundaria acá, dentro de la cárcel. Los pibes no recordaban mucho. Yo les explicaba en el pizarrón y ellos entendían muy rápido. Los chicos que estaban alfabetizando me vieron explicando y me dijeron “¿No querés alfabetizar?” “bueno dije.” Y me encontré con algo desconocido”.Diego nació en Buenos Aires hace 31 años. Hijo de Roque, un jujeño que hace 35 años que sobrevive tapizando automóviles, y de María, chaqueña, ama de casa y mamá de Roxana y Yanina, las hermanas menores de Diego. “Son muy humildes. Son como se dice acá: dos paisanitos “, dice Diego cuando habla de sus padres. Sin duda en sus venas corre sangre de los milenarios dueños de esta tierra. Diego lleva en su sangre y en su piel la dura y curtida dignidad originaria.“Estoy muy orgulloso de mi padre.” afirma Diego, “tengo la educación y el respeto que ha enseñado él. Tenemos un pensamiento común que es que la familia es el núcleo fundamental de donde sale toda la cultura y la educación de uno. Ellos lucharon mucho desde chiquititos mientras trabajaban. Son de fierro. Por eso los amo. Estoy muy orgulloso de ser su hijo.”
Ser Villero
Diego se crió en una villa de Vicente López. Localidad en la que como en pocas se percibe el terrible contraste entre los que nada tienen y los que ostentan lujo y banalidad. Con sacrificio los padres decidieron mandarlo a lo que ellos consideraban una buena escuela “Me mandaron al mejor colegio de Olivos, en Vicente López, la escuela Nº 1. Era del estado pero iban todos de clase media. Ahí hice la primaria y la secundaria la terminé estando preso.”, recuerda, pero para poder entrar a la escuela de Olivos tuvo que dar la dirección del trabajo del padre, frente a la quinta presidencial de Olivos. Tenía que ocultar su condición de pobre y de villero. “Desde ahí empecé a sentir exclusión: por ser negro, por no hablar como ellos.”, cada palabra se desliza pesadamente de la boca de Diego, cae y golpea la conciencia como martillo sobre un yunque, “Me daba cuenta de que no podía invitarlos a mi casa porque no podía invitarlos a una villa. Yo iba a la casa de ellos e iba a una mansión. Estaba la computadora, pileta. Dentro mío me sentía mal porque mi papá trabajaba todos los días y no teníamos eso y no podíamos salir de la villa.” La única forma que el pequeño Dieguito encontró de sentir en ese ambiente que se le tenía un poco de respeto fue a “las piñas”.- Te voy a contar una anécdota. – Dice Diego para ejemplificar su sentimiento.“Yanina dejó el colegio. Ella tenía una manera de hablar y de expresarse y el profesor tenía otra. No había comunicación. Él no se daba cuenta que mi hermana tenía una problemática grande por el lugar en que nosotros nos encontrábamos viviendo: en una villa. Ella dejó el colegio, porque no le gustaba, porque no la entendían, no entendía lo que le decían. Tuvo un hijo después y la desgracia de que mi cuñado se ahorcara un día antes de que nazca mi sobrino. “Ahora Yanina, la hermana más chica de Diego está estudiando criminología en la provincia de Jujuy. La otra hermana Roxana terminó la universidad y se recibió de despachante de aduana. La secundaria intentó hacerla en el Paula Albarracín, un colegio de clase media de Vicente López, pero no pudo aprobar el ingreso. Fue entonces al Comercial Nº 5 de Munro. “Era nocturno de adultos. Yo era el más chico, tenía 14 años y los más chicos de ellos tenían 29. Con toda esa gente yo era un pibito y estaban afuera tomando gancia, fumando un cigarrillo o un porro. Me crié entre todo eso, más allá de que en la villa eso estaba. Imaginate que de la villa salí para ir a Munro y me encontré con algo parecido, pero no tan a full como es una villa. Lo malo de eso es cómo me sentía excluido. Me trataban diferente. Ahí también me gané el respeto a las trompadas, a las piñas.“Sin duda la violencia fue la única respuesta que el adolescente Diego pudo articular ante la inconmensurable violencia ejercida desde un estado que decidió que una gran parte de la sociedad debe vivir en condiciones indignas, la violencia de un sistema social basado en la injusticia. “Eso lo tomo como ejemplo,” explica Diego, “no quiero que sucedan esas cosas en el lugar donde vivo, en la villa. Hemos pasado muchas cosas. Sufrimos mucho. Me gustaría enseñar a los chicos de la secundaria, a los adultos, para hacerles ver. Como yo ya he cursado todo el circuito… veo a los pibes que le dicen al profesor: “vos no entendés lo que me pasa a mí porque no lo pasaste. Lo tuyo es sólo teórico, libros y nada más. . ¡Viví entre nuestra clase!”. Esas cosas salieron de mi boca cuando era más chico. Yo quisiera estar en frente de ellos y que vean que yo también fui como ellos.“Piensa en sus padres y agrega: “Quiero recibirme para darles esa satisfacción a ellos y sientan orgullo de mí. La sociedad a veces no te da oportunidades, pero creo que uno mismo debe buscar esa oportunidad para mostrarle a la sociedad que está equivocada.”
Salir de caño
“Te voy a contar algo…” Diego hace la pausa, su mirada se torna vidriosa y sus dedos inquietos frotan sus manos, como si buscasen en ellas las palabras justas, medidas; las palabras que del fondo de la memoria puedan recuperar el sentido de las acciones. “Te lo voy a decir” expresa finalmente “Ver a mis viejos luchando. Todas las noches vomitando que querían irse de la villa. Cuando hacías 4 cuadras y enfrente, una mujer con un Mercedes Benz llena de oro. Relojes Cartier, relojes President. ¿Cómo podía ser que ellos tenían mucha plata y en la vereda de enfrente mi viejo… no teníamos nada y se rompía el orto laburando para poder progresar y darnos lo mejor a nosotros? “, Diego me interroga con su mirada y a través de mí al mundo.“Y apropié y bueno…” continúa el relato desgarrado “agarré una pistola. Sí agarré una pistola y me sentí identificado. Yo quería que mis viejos salgan. No sabía cómo ayudarlos para que mis viejos tengan su casa. Ya tenía 14, 15 años y veía que ellos luchaban a full y no podían salir. Mucha impotencia me daba porque los quería ayudar y no sabía cómo. Y así empecé… de a poquito… de a poquito… y bueno… después empecé a salir de caño y… después…“Después vino la cárcel, el lugar donde el sistema deposita a la gente para olvidarla. “Yo estuve preso anteriormente y me fui absuelto las dos veces. “, confía Diego “Ahora estoy condenado con muchos años y hasta el día de hoy estoy procesado. Llevo 10 años y once meses y no sé nada de mi causa, hace 8 años y medio que está en casación.” Y agrega “La causa que tengo ahora… y no digo que no, porque delinquí muchos años… pero la cosa… te digo que no tengo nada que ver porque me acusaron por fulano de tal. ¿Entendés? “Y aunque por experiencia, no cree en el sistema judicial, Diego no pierde la confianza “Creo que la justicia es a veces un poquito sucia. Pero igual creo que esto se va a revertir, porque si uno no tuvo nada que ver, por más que yo me haya comido todo esto creo que… la vida me va a dar una oportunidad. “
La Cárcel
“No le deseo a nadie vivir acá, ni al peor enemigo. Esto es una tumba. Un depósito de personas a las que no se les cumplen ninguno de sus derechos. “, es lo primero que dice Diego cuando se le pregunta sobre la cárcel. Muy lejos de sus propósitos declarados de resocialización para quienes jamás tuvieron un lugar de mínima dignidad dentro de la estructura social del capitalismo, la cárcel funciona como un gran disciplinador de la sociedad. Es el lugar por excelencia, no el único, donde se mansilla la dignidad humana, donde la tortura se extiende en el tiempo más allá del cumplimiento del tiempo de condena y más allá de la persona física del condenado. La tortura se extiende a todo el entorno de la víctima. Además la cárcel forma parte del gran negocio de la pobreza. No vale la pena seguir, esta agencia se ha ocupado extensamente sobre el tema.“Gritás a full y no te escucha nadie. Hablamos en otros idiomas, por eso no nos escuchan.” Agrega Diego.Pasó por una multitud de penales y puede hablar por haberlos sufrido en la propia piel. Diego estuvo en Olmos, en Mercedes, en la unidad Nº 23 de Varela, en la 42, en San Nicolás, en Sierra Chica, en Alvear, en Bahía Blanca, hasta que llegó a la unidad Nº 47 de San Martín en el 2009. Y hace dos años que está acá en la 48 donde accedió a la universidad. Los continuos traslados también son parte de una metodología destinada a romper los vínculos y destruir la entidad humana. Diego lo vivió: “Yo sufrí mucho. Perdí a mi familia. A mis hijos. Ahora la recuperé, pero acá adentro perdés tu familia. Tengo 3 hijos hermosos. “Diego nos explica que aunque todas las cárceles se parecen y se padecen “son distintas por el contexto”. Las cárceles más viejas como Olmos o Sierra Chica, que vienen del siglo XIX, tienen regímenes más pesados. Ahí ves el sufrimiento en carne propia. No podés salir, estás engomado las 24 horas” En cambio en las más nuevas como esta “se sufre también, pero hay un poquitito más de libertad, como la universidad”. Tanto la universidad, como los talleres y otros derechos que con mucha dificultad pueden ejercer presos y presas son fruto de largas luchas de los propios afectados y de esa parte de la sociedad que es solidaria con los más oprimidos. Recientemente se aprobó una nueva ley de educación en contexto de encierro que permite reducir las penas a quienes estudien, entre otras cosas. Sin embargo los servicios penitenciarios suelen hacer caso omiso de este, como de muchos otros derechos y hacen lo posible para que los presos y presas no puedan estudiar y mantenerlos bajo su sometimiento.
Suicidios.
El último informe del Comité contra la Tortura da cuenta de que en el último año se constataron 15 muertes por suicidio en el último año en los penales bonaerenses, y la cifra va en aumento.A Diego Tejerina le cuesta hablar del tema “Acá la gente a veces llega a pensar… la opresión se siente tanto en una celda aislado y solo… pero el comprometerte con lo que pasa afuera, del otro lado de los muros, con tus seres queridos. Los sentimientos…” hace una pausa, mira el piso, busca palabras para explicar los sentimientos que oprimen el pecho “…te agobian tanto que te cierran la mente, que te parece que no tenés salida, que tenés que irte de este lugar y la manera, la solución es irte de la vida, suicidarte.” Recientemente se quitó la vida un compañero que asistía al taller de periodismo: Walter. “Eso es algo que pasa mucho acá adentro.” Explica “yo vi mucha gente que se ahorcó por la depresión fuerte que hay”. Nadie sale indemne de la prisión, “porque para estar en este lugar tenés que ser fuerte de mente. Pero eso lleva un largo, largo proceso.”, reflexiona el coordinador del taller de periodismo. “Una manera que encontré yo cuando estoy mal es escribir. Cuando estoy mal escribo. Recién escribí cómo revertir recaídas estando en situaciones oscuras. Trató de mantenerme en un foco. Mi foco es mi libertad, mi crecimiento. Creo que atrás de eso voy a poder ayudar a los demás. Primero es la ayuda mí mismo. Si no no puedo ayudar a nadie. Me doy fuerzas para seguir adelante, cuando aparecen las trabas y decaigo me pongo nuevamente, sacó fuerzas de donde no tengo, pienso en mi libertad y en mis hijos. Sé que puedo y confío en mi capacidad para poder revertir esa recaída y esa angustia que tengo dentro mío. Y me funciona” aclara.
Presente y futuro
Diego sueña con poder transmitir parte de lo aprendido en estos duros años a sus hermanos y hermanas de clase, “es algo que me gusta mucho. Espero tener la suerte de poder enseñarle a los chicos y también a adultos cuando pueda recuperar mi libertad”. Aún le faltan cuatro años para poder gozar del beneficio de las salidas transitorias, pero Diego no desespera y es optimista. “Creo que la educación es la herramienta para que nos puedan escuchar y vean que tenemos necesidades y que algunos queremos cambiar. Hemos hecho cosas malas, las estamos pagando en vida propia” advierte y se entusiasma “en la educación aprendí mucho, conocí un nuevo mundo que no conocía antes. ¡Me encanta lo que hago! ¡Me fascina, me hace sentir bien! ¡Hago lo que me gusta! Poder enseñar a un par mío: ¡Qué puedan escribir una carta! ¡Qué puedan leer su causa! Es lo mejor para cada uno ¡Amo la educación! Y espero poder seguir fomentándola.“Y aunque piensa en el día de su salida a la calle, que aun está lejano, no desespera, “más allá de la imaginación trato prepararme día a día para estar en ese momento Creo que van a ir las cosas bien porque tengo un foco muy fuerte y nadie me lo va a sacar del medio”.Quizás se asuste si se cruza con Diego Gabriel Tejerina en la calle, pero no sabe lo que se pierde.